https://doi.org/10.22267/rceilat.225051.105
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN
La vida viene de la tierra
y vuelve a ella
Life comes from the earth and returns to it
La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que “la vida viene de la tierra” y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus ma nos y su aliento
labran y fecundan
religiosamente. (Mariátegui, 1928, p. 24)
Aura Patricia Canchala Aza
Socióloga Universidad
de Nariño
Email: patriciaaza04@gmail.com
Recibido:
29/06/2021, Aprobado: 21/03/2022
En el presente artículo
se reflexiona parte de los resultados de una investigación cualitativa en el resguardo de Guachucal Nariño en Colombia en la década de los ochenta y parte de los noventa del siglo
XX, la cual analiza el proceso de la recuperación de tierras a partir de la
organización comunitaria, bajo una metodología
histórico hermenéutica, respondiendo a la pregunta
¿Cómo fue el proceso de recuperación de tierras a
partir de la organización comunitaria en el cabildo indígena de Guachucal Nariño entre los años 1980-1994? donde el problema
de la tenencia de la tierra ha generado en la historia
de este país diferentes escenarios, uno de estos
frente a las comunidades indígenas
las cuales luchan por defender
sus derechos y uno de estos el derecho a la tierra el
cual se concentra en su mayoría en manos de
los terratenientes, donde el hecho de recuperarla enmarca ciertas dinámicas, una de estas el fortalecimiento de la cultura e identidad
de los pueblos indígenas.
Palabras clave: tenencia de tierra, recuperación, identidad,
organización comunitaria
This article reflects
part of the results of qualitative research
in the shelter of Guachucal Nariño
in Colombia in the 1980s and part of the 1990s, which analyses the process of land recovery from the community
organization, under a historical hermeneutic
methodology, answering the question How was the process of land recovery
from the community
organization in the indigenous lobby of Guachucal
Nariño between 1980-1994? where the problem of
land tenure has generated in the
history of this country different scenarios, one of these in front of
indigenous communities which struggle
to defend their rights and one of these the right to land which is mostly concentrated in the hands of landowners,
where recovering it frames certain
dynamics , one of these strengthening the culture and identity of indigenous peoples
Keywords: land tenure, recovery,
identity, community organization
Los hechos sociales especialmente los que se estudian dentro de los estudios
regionales son investigaciones que
tienen como objetivo analizar las particularidades de la
estructura social de una comunidad
en relación a un contexto particular desde el cual se generan dinámicas
sociales, culturales,
políticas, religiosas que impactan a grupos
más grandes, y a partir
de los cuales se puede generar conocimiento. Una de estas
comunidades que poseen
una estructura propia son los pueblos
indígenas, en el caso de Colombia donde sostienen una base
organizativa legal y legítima desde la cual gestan procesos propios
desde su realidad de acuerdo
a sus intereses, uno de ellos
fue la recuperación de la tierra, un
proceso que se investigó en el resguardo indígena de Guachucal, Nariño, en las décadas de los ochenta y parte de los noventa donde como objetivo principal fue analizar la recuperación de la tierra a partir de la organización comunitaria del pueblo Pasto en el resguardo
de Guachucal en los años 1980 a 1994 del siglo XX. El estudio se basa
en el derecho fundamental para las
comunidades indígenas el cual es la
tierra, puesto que las comunidades indígenas
se encontraban en una clara desventaja frente a las otras clases sociales
y esto generó una dinámica de lucha y defensa de las
tierras que habían heredado
ancestralmente. En el proceso investigativo se encontró que la dinámica social de la comunidad fortaleció la organización comunitaria, como también la identidad, la cultura, sus tradiciones y cosmovisión puesto que para los indígenas la tierra lo es todo.
La investigación se enmarca bajo
el paradigma cualitativo, con un método histórico hermenéutico, con un muestreo
poblacional probabilístico de redes de actores (copo de nieve) los cuales se
identificaron por la importancia en el proceso de la recuperación de tierras;
como técnicas de recolección de información se realizaron entrevistas
semiestructuradas a profundidad y revisión documental en archivos regionales y
locales, información que se analizó bajo triangulación de categorías ya
preestablecidas.
Sobre la tenencia y la distribución de la tierra
América Latina tiene diferentes características
socioculturales basadas en una riqueza pluriétnica
y pluricultural, sin embargo, la interacción entre estas condiciones no siempre
han sido pacíficas, en el transcurso de la historia a causa de las políticas económicas y sociales ejecutadas con el objetivo de lograr un desarrollo económico, no se ha considerado los efectos colaterales en el aspecto sociocultural de
las comunidades indígenas presentes
en el territorio, derivando en la lucha
de los pueblos indígenas por la
posesión de la tierra, la cual
resulta un eje fundamental en su cosmovisión, y que les habría sido arrebatada desde los primeros momentos de la colonización europea hace más de quinientos años y legitimada desde la conformación del Estado.
Tales
circunstancias habrían legitimado las reclamaciones de la tierra como un derecho para su supervivencia
étnica, las cuales se ven reflejadas en las cifras del coeficiente de Gini para los
años setentas y ochentas en América
Latina y que son presentadas por la Organización de los Estados
Americanos (2000):
En los 70s y 80s los valores medidos por el coeficiente de Gini de desigualdad de la tierra variaban de 0,55
a 0,94 lo que significa que era
posible encontrar países donde un 6%
de la población tenía el control de toda la tierra mientras que el 94% estaba sin tierra. En ese mismo período al menos el 85% de los países reflejaba un coeficiente de Gini mayor a 0,6 lo
cual reflejaba al menos un 60% (a veces
hasta 70% en Argentina y Brasil) de la población sin acceso seguro a la tierra (...) demostrando la mayor desigualdad en la
tenencia de la tierra al compararla con las demás regiones del mundo. (p. 1)
América Latina y el Caribe han tenido una dinámica
estructural basada en la
desigualdad, donde la élite terrateniente posee la mayor cantidad de tierras cultivables y productivas, mientras que los pequeños
agricultores y campesinos se concentran en minifundios improductivos y marginales
“se estima que en el año 1980 la población
indígena total era de 34.2 millones” (Peyser & Chackiel, 1993, pág.
100) demostrando así la presencia significativa y la necesidad de la recuperación de
condiciones que mejoren su calidad de vida.
En Colombia la tenencia
de la tierra revela la misma estructura ya descrita para América Latina,
puesto que se encuentra fuertemente solidificada,
La concentración del sector agropecuario es alarmante porque la
estructura de la propiedad de la tierra no
se ha modificado en absoluto en dos siglos.
Este sector constituye una forma de
atesorar la riqueza, aislarla de la economía y obtener grandes
beneficios de valorización. (Sarmiento,
2015, p. 1)
Evidenciando así que, las
dinámicas latifundistas obedecen a la inequitativa distribución de tierras, a
finales de la década de los noventa, según El Instituto Geográfico Agustín
Codazzi la propiedad de la tierra en Colombia: –estaba dada de la siguiente
manera– el 67% de los propietarios (2,3 millones de personas) poseía cada uno
de ellos una explotación menor de cinco hectáreas, es decir, sólo el 3% de la
superficie. Por el contrario, 2.055 latifundistas, dueños de fincas superiores
a 2.000 hectáreas que significan un ridículo 0,06% de todos los propietarios
del país, acaparaban el 51,5% de la superficie agropecuaria colombiana. En
términos de Vásquez Sánchez (2003), aunque el número de grandes propietarios ha
disminuido, la tierra se ha concentrado en menos manos. Es decir, menos
latifundios, pero con mayores dimensiones superficiales (pp. 170-183).
La estructura
agraria del país y las continuas luchas de los pueblos indígenas por la
transformación de la división de la tierra obligó al Estado a divulgar la Ley
89 de 1890 junto a la promulgación de la Constitución de 1991, la cual
reconocía al país como un Estado pluriétnico y
pluricultural integrando la definición de territorio al concepto de tierra,
posicionando ésta unión de las nociones en un lugar estratégico en la vida
social, política y cultural del país. Todos estos cambios generaron un lenguaje
de reivindicación de los derechos territoriales de los pueblos indígenas,
dejando en firme:
El acceso a la tierra como el contenido más importante del Derecho al
territorio, que implica que los pueblos indígenas accedan a sus tierras
ancestrales por medio de la conformación y ampliación de los Resguardos
indígenas, y que además puedan usar, disfrutar y acceder a aquellas tierras
que, haciendo parte de sus territorios tradicionales, no se encuentren dentro
de los límites definidos para los Resguardos. (Coronado, 2010, p. 42)
Dicha
promulgación estaba sujeta al Convenio
169 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo)
de 1989, la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos
Indígenas. Así, las directrices gubernamentales se hallan
en concordancia con los postulados de Pineda (2015)
quien señala que, el territorio es una construcción social
que une las relaciones sociales
e imaginarios en la
construcción individual de los sujetos, dando a entender que el territorio en las comunidades indígenas constituye un pilar en los procesos identitarios
que permiten a hombres y mujeres construir
su cultura y sus tradiciones
territoriales en su entorno. De ahí
que “la tierra también tenga una
connotación cultural que se evidencia
en los múltiples significados que los colectivos humanos le brindan
a la relación entre los seres humanos
y los espacios físicos que
habitan” (Coronado, 2010, p. 18). Esta connotación cultural permite hablar de territorios, siendo estos el conjunto de relaciones que se originan entre el grupo social con el espacio que ocupan, haciendo que la tierra sea más que un medio de producción.
Estas
condiciones legales y socioculturales despertaron todo tipo de agresiones sobre las comunidades que vieron violentados sus derechos
fundamentales sobre la tierra,
haciendo que la lucha de los pueblos se encamine desde este ámbito
y se generalice a todos los aspectos que les afectaba
como sujetos colectivos.
En el
departamento de Nariño la tenencia de
las tierras resultaba idéntica a las dinámicas del nivel nacional, los medios lo confirmaban así cuando
Parra Garzón, (1992) señalaba que en Nariño “El 0,8 por ciento de los predios
con más de cincuenta hectáreas ocupa el 44,4 por
ciento de la superficie” un dato que
lleva a entender por qué en el Plan
de Desarrollo de ese entonces se
contemplaba la distribución de la tierra
en relación a la productividad expresando que por:
Los procesos de descomposición campesina y de desintegración de los Resguardos indígenas, las unidades minifundistas se localizan en suelos inapropiados para la explotación agropecuaria, o en zonas donde prácticamente se imposibilita cualquier
tipo de producción. Mientras que los propietarios mayores
de cincuenta hectáreas
de tierra se localizan en las mejores
tierras (El Tiempo,
1992).
Esta condición
de producción y distribución inequitativa tiene una variable más a considerar, “En el censo general
del año 1973 el 0,065% del
total de la población nariñense se reconoce
como población indígena representando
a 53.231 mil personas, con presencia en 14 municipios” (DANE, 1973, p. 8).
Los datos en mención corresponden a unos
años antes del comienzo de la recuperación
de tierras, sin embargo, ofrecen una
perspectiva clara del contexto sociocultural que antecedía a lo históricamente vivido en el departamento y que derivó en que los pueblos
indígenas Pastos, Inga, Awá, Eperara Siapidara, Kofán y Quillacingas se organizaran para resistir y recuperar su identidad a partir de la recuperación de la tierra.
Dentro del departamento de Nariño se encuentra
el Municipio de Guachucal, ubicado al sur este de Nariño
a 93 kilómetros de la capital. En este
municipio se encuentran asentados tres
Resguardos de la comunidad de los Pastos:
el Resguardo de Colimba, el Resguardo de Muellamues
y el Resguardo de Guachucal; según Guerrero (2011) en el censo general del DANE año 2005 la población total de este municipio
era de 16.627 personas de las cuales
el 67% se reconoce como indígena
distribuidos en los Resguardos anteriormente mencionados; en cuanto a la
superficie el municipio de Guachucal según la Agencia Nacional de Tierras (ANT) posee una extensión de 17.000 hectáreas de las cuales según estudios realizados por Jairo Guerrero
entre los años 2003-2011, el 34,7% le
pertenece a la comunidad indígena
del Pueblo Pasto
asentado en el territorio, quienes
después de la recuperación definieron las formas de tenencia de tierra de acuerdo a los propietarios. Esta división contempló tierras privadas
clasificadas en esferas diferentes; en
palabras de Mamian (2004) la Propiedad - se
dividía en “tierras”- privada de
particulares y propiedad privada de los indígenas (...) Tierras del Estado, tierras públicas y tierras de Resguardo,
estas últimas tienen subdivisiones basadas
en particularidades; tierras de documento, tierras de reserva, tierras escrituradas, asentamientos urbanos, tierras comunitarias y tierras
recuperadas, fueron las tierras recuperadas
las que la organización indígena
logró adquirir gracias
a la luchas por las tierras; rescatando aquellas tierras
privadas de propiedad privada de particulares puesto que estas
habían sido obtenidas por herencia o compra de los antiguos
invasores encomenderos y terratenientes coloniales y republicanos que se convertirían
en tierras recuperadas, es decir, en tierras que habían sido peleadas por las comunidades para ser posteriormente compradas con
dineros del Estado y entregadas a
las comunidades indígenas con objetivos colectivos sin asignaciones particulares, puesto que la
tierra representa para el Pueblo Pasto un patrimonio mucho más que material y económico. En 1985 y 1990 la distribución
de la tierra estaba dividida en pequeñas
extensiones en su mayoría menores
a 5 hectáreas, siendo ésta una característica
de la tenencia de la tierra en este municipio “según el Plan de Desarrollo de Ipiales y la Ex provincia de Obando - PID, 1985-1990
(...) el promedio de superficie de minifundio es de 1.16 hectáreas, mientras que en las fincas grandes es de 563.6
hectáreas promedio por predio” (EOT Guachucal, 2006, p. 93).
Estos datos demuestran que la distribución y tenencia de la
tierra en Guachucal giraba en torno al latifundio, ya que la extensión de la posesión y usufructo de predios era significativamente alta a favor de los latifundistas estableciendo el tipo de economía
predominante. De manera
complementaria, el documento
también señala la densidad demográfica
que existía en los minifundios:
Históricamente, la distribución de la tierra por
tamaño permite determinar un proceso de concentración de la propiedad favoreciendo las grandes explotaciones y afectando aquellas
de menor extensión
inferiores a cinco hectáreas, que generalmente han pertenecido a unidades familiares
con una
alta composición numérica, incidiendo en los niveles de producción y productividad e intensificando la migración
de pobladores del campo hacia los
centros poblados cercanos, ciudades
del interior del país y en el caso de
los municipios fronterizos a la
República del Ecuador. (EOT Guachucal, 2006, p. 93)
Así, se facilitó la interpretación
de los procesos migratorios y el
cambio de la estructura agraria en
Nariño frente a la recuperación de tierras, puesto que se subvenciona por parte del Estado la adquisición de tierras que
hasta ese momento habían sido
propiedad de una misma familia, así
“Laureano Inampués[1]
logró demostrar ante el Ministerio de Agricultura que las familias prestantes de Guachucal habían distribuido sus predios incluso a los integrantes más pequeños de la familia para aparentar minifundios, pero que en realidad eran propiedad de una
sola familia, la desigualdad era representativa ya que de las 17.000 hectáreas solo 2.000 eran de propiedad de los tres cabildos presentes en el territorio”
(Guerrero J., 2019). En cuanto a la concentración de la propiedad, el (EOT Guachucal, 2006) señala que ante:
El Instituto Geográfico Agustín Codazzi en el 2005 las explotaciones cuyo
tamaño supera las 100 hectáreas corresponden a siete predios pertenecientes a un número igual de propietarios y que alcanzan
una superficie de 2.873,88
hectáreas del total del área rural del municipio de Guachucal, es decir, el 18.6% y cada predio en promedio posee una superficie de 410,55
hectáreas. (EOT Guachucal, 2006, p. 94)
Estos datos permiten establecer que al igual que en el resto del departamento de Nariño, Guachucal
presenta en la actualidad procesos de distribución de tierra mucho más equitativos; actualmente predomina el
minifundio, y cada vez es mayor el
fraccionamiento de la propiedad debido a la entrega de tierras
a las comunidades indígenas, quienes
las dividen en partes pequeñas para ser equitativos en su repartición siguiendo
los usos y costumbres de sus
procesos identitarios, como dice Silveria
(2014) el territorio usado no es inerte, al contrario, es el marco donde transcurre la vida social, la
materialidad, comprometiendo un constante movimiento,
haciendo y rehaciendo a partir de técnicas, normas y acciones.
Tal movimiento está apoyado
en normas naturales,
jurídicas y sociales que en este caso
están encaminadas hacia la recuperación de tierras que no tenía
otro fin que “entender la constitución del territorio; sus usos, es decir, cómo, dónde, por quién, por qué y para qué el territorio” (Silveria,
2014, p. 19) así se estimulaba la identidad
de la comunidad del pueblo Pasto.
Los indígenas de los resguardos existentes en el municipio de Guachucal estaban agrupados bajo la figura jurídica de cabildo, una congregación instaurada durante
la Colonia mediante la cual se reconocía a los
indígenas la propiedad colectiva sobre ciertas tierras
después del avance
del proceso de colonización sobre determinada región.
Esta figura restringía a los indígenas el ejercicio del derecho de uso y propiedad de sus tierras a una porción determinada y limitada por el gobierno colonial (Fajardo, 2002). La instauración de estas figuras, vinculadas
al régimen de violencia y exterminio cometido en contra de los pueblos indígenas tuvo como consecuencia un proceso de ruptura y cambios profundos en
las diferentes dimensiones de su vida social y comunitaria.
Tal situación
derivó en que las comunidades indígenas que sobrevivieron al genocidio se encontraran
reducidas a las zonas de resguardos, mientras
sus tierras se encontraban en manos de
la
Iglesia y los grandes hacendados. En Colombia, la concentración de tierra ha impedido la consolidación de la
institucionalidad, sumándose a la problemática como uno de los obstáculos en la superación de pobreza. Lo anterior fortaleció las dinámicas de patronazgo y señoriales dadas desde la colonia e interiorizadas en la mentalidad de los colombianos hasta hoy, esta situación no es diferente
en el Resguardo de Guachucal, donde la tenencia de tierras revela la posición política, económica y social. (Coronado,
2010).
El Resguardo de
Guachucal adopta
la legalidad en su estructura organizativa el 16 de agosto de 1885 gracias a la escritura madre 047 de título colonial
en custodia de Lisandro Burbano acompañado de Félix Montenegro y Segundo Castro,
quienes hicieron de testigos ante el notario
Carlos Herrera de Ipiales, y a partir de lo cual se gestarían procesos de recuperación
entorno a la ancestralidad y a la cultura de la comunidad.
Este registro
cimienta el derecho otorgado por el gobierno a
los resguardos existentes en 1885, sin
embargo, fue en las recuperaciones de
los años noventa del siglo XIX que se examinó a fondo la escritura 047, así se logró dar un marco legal regulatorio de los derechos de propiedad colectiva
sobre las tierras de los Resguardos de las comunidades indígenas en la Ley 89 de 1890. A pesar de publicarse dicha ley durante la hegemonía conservadora y con el propósito de regular a los
indígenas que no se habían integrado a la civilización,
esta ley reconoció en una buena medida
los derechos de uso y dominio de los
cabildos indígenas sobre sus tierras. De la misma forma, se reconoció el ejercicio del gobierno
a las autoridades indígenas
sobre los asuntos
de sus comunidades, principalmente la administración de las
tierras colectivas y la distribución de las parcelas entre sus miembros, también dio vía libre a la autonomía y la organización de un Resguardo que dio paso para que se organizaron y pudieran recuperar las tierras que estaban en ese momento
en poder de los terratenientes.
La estructura
agraria bimodal del país ha estado presente en toda su historia
y persiste hasta hoy; esta situación ha sido expuesta en los conflictos
agrarios dados en la ruralidad, ya
que los actores involucrados en los procesos
de recuperación han generado condiciones que “dificultan el desarrollo de sistemas de cooperación que permitan enfrentar las dificultades propias de la producción agropecuaria entre
los sectores que participan de ella, el uso ineficiente del suelo y la exclusión económica y social” (Coronado, 2010) fundamentando el estado
agrario bimodal donde “un
pequeño grupo de propietarios monopolizan un alto porcentaje de ella” (Machado,
2002, p. 38), deriva en la perpetuidad del poder
político y social; una condición que motivó
aún más las luchas por la reivindicación,
puesto que el paso de un modelo de
latifundio al minifundio también
requirió de cambios estructurales socio políticos que forjaron las bases de una comunidad que buscaba construir
identidad como pueblo.
El minifundio
es el proceso que las comunidades indígenas
realizaron para repartir la tierra
de forma equitativa a quienes participaron del proceso, de lo cual se puede entender que, la historia de la estructura agraria, permite
comprender que la lucha por la distribución y democratización son un importante indicador de la configuración de las relaciones
sociales, políticas y culturales del país.
La recuperación
de tierras dada en la década de los
ochenta del siglo XX fue un proceso
de lucha en el sur de Colombia. En
los medios de comunicación escritos y hablados, Nariño se situó como uno de los departamentos donde los indígenas reclamaban sus derechos
frente a un gobierno incapaz
de resolver las demandas del pueblo
indígena que solicitaba condiciones de vida dignas. En esta marcha uno de los tres resguardos ubicados en el municipio de Guachucal:
el Resguardo del mismo nombre se afianzó como una institución política y sociocultural que posibilitó su
subsistencia y se robusteció a través
del proceso de recuperación de tierras. Interpretar este proceso de fortalecimiento requiere definir
la recuperación de tierras como un proceso colectivo, pedagógico y organizativo a nivel sociocultural y político que más allá de lo material (las
tierras) tenía como fin rescatar
un pilar fundamental de su
cosmovisión indígena: la identidad.
Para 1980 la definición de recuperación se fortalece desde todos
los ámbitos puesto que su práctica es
interiorizada tanto en el territorio como desde fuera
del mismo, lo que deriva en un
escenario de integración, de ahí que, la frase bandera de la
organización indígena sea recuperar la tierra
para recuperarlo todo un lema que
Armando Sáenz (citado en Estacio, 2016) retoma
en una tertulia con los líderes del
Resguardo de Panan en el Municipio de Cumbal en los años ochenta, conversación que giraba alrededor de las primeras recuperaciones de tierra dadas en Montañuela[2]. Este proceso cimentado en los títulos
dejados por la Corona española
mostraba como los Pananes guiaron la recuperación de la tierra en Nariño, de igual manera se consideraba la experiencia de otros
pueblos del sur occidente colombiano
como los Guambianos, Paeces e Ingas.
La organización
de la comunidad indígena comenzó a darse bajo sus
propios sistemas de vida con costumbres y tradiciones defendidas y protegidas por el derecho
propio entre hermanos
como fruto de las luchas;
también provocó que se reconocieran
bajo aspectos sociales, políticos, económicos, filosóficos y espirituales que
conducían a afianzar
la identidad colectiva, la permanencia
y defensa en el territorio, fundamentando su accionar en que la tierra y la propiedad de la misma constituyen una unión inamovible para el mejoramiento de las condiciones de vida.
Antes del
proceso de recuperación de tierras
no existían las condiciones para la supervivencia del colectivo, estas circunstancias hicieron que los indígenas Pastos que hacían parte del Resguardo de manera activa, legal y legítima, retomarán el significado de la tierra
y comenzaran a aceptarlo culturalmente, puesto que dicho significado “trasciende los espacios geográficos convirtiéndola en conjunto
de espacios vitales no renovables,
donde sus vidas y las de sus generaciones futuras se
desarrollan dentro de su entorno natural”
(Guerrero J., 2011, pp. 43-44).
Así, se lograba comprender que dicho espacio vital fuera el factor fundamental de la fragilidad económica y la
estigmatización étnica como líneas directas
a la inexistencia de tierras y por tanto la baja población reconocida y registrada como comunidad indígena; todo ello estimuló la
recuperación de ellas,
puesto que la tierra está unida
a una estructura de poder político y personal
cayendo en la dicotomía del propietario
y no propietario, desde la cual se dan reacciones por parte de los explotados; así como menciona
Fals Borda (1979) esta relación entre asalariado y patrón genera situaciones y condiciones que incitan a
la sublevación del jornalero bajo la premisa
de una relación horizontal y
no vertical que permita la
distribución igualitaria entre ambos roles, así es como se gestan las revueltas agrarias, haciendo
que “a la mayoría no le quede
más que reunir suficientes fuerzas para
tener el derecho natural de
reconquistar lo que se le ha
quitado” (Marx, 1872, p. 306).
Esto provocó que el concepto sobre
la tierra del Pueblo Pasto
dejara de ser hermético
para quienes lideraban el Resguardo y
se extendiera a todos los comuneros,
en un contexto donde la discriminación
racial hacia las comunidades indígenas era significativa y evitaba que la población se reconociera como
parte de la misma comunidad. Éste
también era el caso del Resguardo de Guachucal, donde la
economía era establecida por familias
reconocidas. Según algunos comuneros
Aza & Tutalcha (Comunicación personal, 2019) estas familias eran de apellidos León, Fierro, Santacruz, quienes al ser
hacendadas limitaban la ganadería y las labores
agropecuarias en los grandes latifundios
dando lugar a la migración de los
miembros más jóvenes de las familias
indígenas, donde el principal propósito
era la búsqueda de mejores condiciones
laborales que permitieran sustentar
una vida digna (Pando, 2013), puesto que la tierra es transmisible y de carácter individual, provee poder
político, económico y social a quién la poseyó,
pero no se consideraba como un
elemento cultural o espiritual, acelerando las actividades comunitarias en torno a la recuperación de tierras que hoy en día han surtido efecto.
Los que fuimos constantes en la recuperación y explotamos la tierrita de la recuperación nos ha dado vida, la tierra que recuperamos, por lo
menos, ya ve la gente de allá de Ipialpud, la gente de allá, ellos son más metidos que nosotros la parcialidad Guancha, acá en esta parcialidad hay gente que todavía arrenda, pero allá nadie arrenda, todo mundo tiene su
ganado, entonces, al haber comprado su gana- do, ya todo mundo vive de la leche, y ese es el trabajo, y nos ha dado para comer, para beber, para vestirnos,
por ejemplo, todo el mundo tiene su moto, ya nadie anda a pie, raro es el que anda en bicicleta, el que menos tiene, tiene la moto, el que más tiene, tiene su carro, y eso nos ha dado la tierrita.
(Aza, Comunicación personal,
2019)
Esos fueron los resultados del
fortalecimiento de las labores comunitarias con principios
altruistas dadas durante los inicios de la recuperación, así lo comenta Salazar (2018):
Yo asistía a reuniones tanto departa-
mentales como las nacionales y allá las reuniones
y el trabajo lo hacíamos en común: la organización indígena
y la organización campesina,
entonces, ya los comuneros fueron
los que ya salían, salían a buscar esfuerzos y el
¡sacrificio de salir! Porque no toda la gente
estaba en condiciones de hacer- lo por las condiciones económicas, ellos todavía no entendían que en esas reuniones nosotros no íbamos a esperar una atención privilegiada o de bien atendidos, nos
tocaba sufrir para poder conocer las experiencias de las otras comunidades. (p. 1)
Este proceso
colectivo de formación
y organización alrededor
de la recuperación de tierras, hizo que las dinámicas comunitarias permitieran la interiorización del concepto de la tierra
dentro del Resguardo, provocan- do que el significado de tierra dejara de ser un elemento individual para pasar a
ser un componente transversal donde “La tierra lo es todo, porque si se tiene la tierra se tiene todo, el que diga que tener la tierra no es
suficiente para vivir es un mentiroso” (Tutalcha, comunicación personal, 2019), el sentir
campesino junto con el sentir indígena
resultan idénticos, puesto que para ambos la tierra ha sido el motor de las sociedades agrarias, el campesinado
tiene un modo de vida en una relación
lineal con la tierra, la granja familiar
y la comunidad aldeana. Shanin (1996), señala que la
relación del campesino con la tierra
no solo se encuentra determinada por lo legal sino también porque le permite establecer sus tradiciones, costumbres y sustento de vida,
asemejándose a aquello que las
comunidades indígenas ven en la tierra,
derivando en que el campesino se
identifique con la tendencia que se extendía
por Latinoamérica y que motivó el despertar indígena en su lucha por la tierra.
En relación
a las transformaciones ideológicas varios integrantes de organizaciones como la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos
(ANUC)[3] se inclinaron por el nuevo modelo
de pensamiento, tal como se vivió en el departamento de
Nariño que tenía como fin fortalecer la identidad
colectiva en torno a la interiorización
del significado de la tierra para lograr una mejor calidad de vida, recuperando las tradiciones y
costumbres. Así lo menciona uno de los primeros recuperadores de la tierra del Resguardo
de Muellamués, quien también
impulsó la recuperación en el Resguardo de Guachucal.
Mi participación empezó cuando me puse a trabajar en el campo (..) seguí haciendo parte de las organizaciones; primero de la campesina ANUC con sede en Guachucal,
la organizamos, porque
no en todos los municipios del departamento se
dio esa oportunidad, aquí nosotros tuvimos esa forma de acompañar a las comunidades, en el Resguardo de Muellamués, estaban
en malas condiciones de vida, solo eran jornaleros con muy poca posibilidad de trabajo porque la extensión
de tierra no les alcanzaba, y
pues ustedes saben la familia ya iba creciendo
la población iba subiendo y peor se iban
reduciendo las posibilidades de producción tanto ganadera como de
agricultura. (Salazar, comunicación personal, 2018)
Así se logra entender que los
solidarios[4],
los indígenas y los líderes de ese entonces fueron personas que se envolvieron en la
nueva dinámica social y la revolución de pensamiento que se vivía en aquel tiempo en América Latina. La recuperación de tierras generó procesos identitarios
que iban más allá del reconocimiento de la tierra como elemento principal, también provocó el auto reconocimiento del campesino como indígena; un individuo con un trasfondo cultural que reconocía sus vínculos
con la tierra, a quién se le habían vulnerado
sus libertades en cuanto a la libre conformación de credo y de usos y costumbres, esta situación suscitó las bases de una organización bajo la cosmovisión de las comunidades indígenas
desde lo comunitario
en el Resguardo de Guachucal, así lo resalta un solidario:
La recuperación fue primero como Resguardo;
que es un gobernador, una autoridad, el concepto de territorio, tierra,
se asentaron más los tres principios jurídicos
propios y la potencialidad
del movimiento de autoridades indígenas.
(Guerrero, Comunicación personal, 2019)
Así se consolidó a la tierra
como un determinante
para afianzar la identidad
colectiva como indígenas, constituyendo un pilar fundamental
de la recuperación de tierras, puesto que “la tierra y el territorio no son elemento de negocio, sino algo propio de la comunidad indígena de los Pastos” (Guerrero J., comunicación personal, 2019). Así lo menciona un comunero “sin tierra el indígena no es nada, el que pierde la tierra, pierde la identidad, pierde la cultura, pierde el ser, el ser
de vivir, porque sin la tierra el indígena no es nadie” (Cuastumal, comunicación personal, 2019), por tanto, el indígena y la tierra son una dupla unificada e inseparable y que se relaciona con la existencia de la cosmovisión presente en cada resguardo y que subsiste en las zonas geográficas de los pueblos indígenas.
Tras la búsqueda de los significados construidos en torno a la recuperación de tierras en el Resguardo
de Guachucal
sale a flote la identidad como una
categoría central, puesto que los sujetos
reconocen que la lucha por la tierra
surtió efectos recuperadores en cuanto a las tradiciones, la cultura y a la forma de vida en los habitantes de este Resguardo
quienes poseían prácticas arraigadas a la tierra y a su cosmovisión como indígenas Pastos.
Reavivar la identidad fue un proceso individual
que requirió de una dinámica colectiva para materializarse en una construcción social, puesto que se construye de manera relacional entre actores en el interior de los entornos, ya que “la identidad se constituye en el discurso por el cual sus miembros se reconocen como miembros de esa
comunidad” (Melo, 2006, p. 9). Por consiguiente, la identidad es el componente que permite solidificar prácticas en las comunidades para convertirlas en un grupo que tenga concomitancias entre sus individuos. De esta manera la identidad:
No surge en forma espontánea, por el contrario, se trata de una
construcción que los miembros de la comunidad realizan, a partir de la cultura
que poseen, en un contexto
social determinado. La identidad no sólo es efecto de la cultura, también es condición necesaria
para que exista,
precisamente a partir de las representaciones culturales, normas, valores, creencias y símbolos
que los individuos van interiorizando a lo largo de su vida; es posible la reproducción y transformación
de la cultura (...) y que tienen como
constituyente a) la permanencia de una serie de características a través del tiempo; b) la delimitación del sujeto respecto
de otros sujetos,
y c) la capacidad de reconocer y de ser
reconocido. (Mercado Maldonado & Hernández, 2010, pp. 246-247)
Se evidencia en estos términos que, la identidad de los grupos
está formada por características que motivan
al auto conocimiento y posteriormente a los sujetos en común, señalando
hacia una identidad colectiva. Como menciona
Melucci (1998) la identidad colectiva es un proceso grupal que se
construye a partir de las vivencias
diarias y sociales que permiten
unirse y crear acciones de la misma índole llamándose así acciones colectivas para generar un cambio.
Esta discusión teórica se complementa cuando señalan que la identidad -entraña-
“las raíces que dan un sustento y sentido de pertenencia, para ello debe existir una tierra donde se fijen
esas raíces y una sustancia
que la nutra, y
eso es la cultura” (Tappan, 1992, p. 86) puesto que esta concepción es la que permite entender por qué a nivel latinoamericano la identidad ha sido una de las nociones más complejas de asentar, ya que los efectos colaterales de la colonización dificultan procesos de auto reconocimiento.
Aponte Rojas (2010) agrega
que tal ausencia de autorreconocimiento no es producto del azar, sino resultado de la sujeción
en la conquista donde la cultura dominante convirtió a los habitantes de Suramérica en una raza híbrida, violentada en su ser y convertida
en una cosa distinta de lo que originalmente
era, de ello se desprende su vergüenza por el indio y por el negro y su exagerada
admiración por el blanco, al punto de simular europeísmo donde
quiera que se encuentre. Suramérica se
ha dejado poseer, entonces, por el demonio
de querer ser otro, en este caso
de querer ser lo que es el europeo, dando lugar a una mentalidad servil y colonial.
Por consiguiente,
la identidad latinoamericana fue modificada incluyendo una fuerte estigmatización
étnica dentro de la identidad
colectiva que obligó a rechazar el auto reconocimiento de los pueblos originarios siempre con objetivos de una vida digna lejos de la idea
de inferioridad a la que se había asociado
su origen étnico. Colombia corre con
la misma suerte y cuenta con esa misma justificación al sufrir todo un proceso colonizador; la identidad nacional intenta construir un proyecto de nación que guíe las ideas e intereses de los gobernantes y los gobernados que aspiraban a las condiciones habituales que sostenía la realeza europea. De esta manera,
la política siempre ha estado
mediando e interviniendo las transformaciones y los
ideales de la identidad nacional”. (Rojas, 2001, pp. 281-282)
Es probable
que Colombia posea
una identidad nacional
tan diversa como su territorio, su naturaleza y su cultura, sin embargo, las prácticas mismas de sujeción y colonización han dificultado
toda forma de autorreconocimiento. En estas
circunstancias se generan
procesos totalizadores que invisibilizan dicha cualidad común de los pueblos originarios al dejar de ser para pasar a representar lo distinto, hacia aquello que aspiraban los gobernantes
a ser, viendo como ejemplo a seguir al viejo continente.
La identidad como el conjunto
de repertorios culturales
interiorizados (representaciones, valores,
símbolos) a través de los cuales los actores sociales demarcan sus fronteras y se distinguen de los demás en una situación y en un espacio históricamente específico y socialmente estructura- do. (Giménez, 2000, p. 54)
Es decir, la
identidad es la reunión de características que hacen que un in- dividuo haga parte de un grupo, de ahí que
el concepto pueda ser entendido desde la identidad
colectiva puesto que solo en el sentido de identidad étnica “es un gran conocimiento de sí misma,
como parte de un grupo
(…) específico seguido por un gran sentido de respeto y orgullo,
el cual constituye una base para el desarrollo de un concepto saludable de sí mismo” (Isajiw, 1990, p. 34) siendo así, la identidad étnica denota un elemento cohesionador que facilita la unión del grupo, en este caso, dando lugar
a un idea de identidad
colectiva.
Por su parte, Florescano (1996) agrega que, cada comunidad estudiada
está enmarcada como un pueblo con ciertas
particularidades, tradiciones y costumbres
ancestrales, fuese tribus, un pueblo,
una patria o una nación que
tienen en común recuperar en el pasado sus valores sociales
y prácticas compartidas, lo que les otorga cohesión a los
diversos miembros del conjunto social
para enfrentar las dificultades del
presente y afianzarse para asumir los retos del porvenir.
En este caso se organizaron
entorno a un objetivo común y los valores
que resalta la etnia
Pasto, así se forja una identidad colectiva que es quizá la más antigua y la más constante función
social de la historia. Entonces, se concluye que entre cada proceso de recuperación de tierras
también se afianzaba un espacio propio para reivindicar los derechos y cultivar la identidad étnica.
Sin embargo, llegar a este resultado de vinculación
a través de la identidad étnica en la
lucha histórica indígena por las tierras,
requirió que en los años ochenta los pueblos
cercanos al Resguardo de Guachucal se unifican y pasaran a denominarse como Pastos dejando de identificarse por sus nombres singulares ancestrales, puesto que
“Mayasqueres, Cumbales, Pananes, Guachucales se auto denominaban como indígenas, fue la necesidad de identificarse como pueblos
o minorías nacionales para legitimar sus
derechos, la que llevó a adoptar
o a recordar tal denominación
totalizadora” (Mamián D. 2004, p. 46). El despertar indígena se condensó en la apropiación realizada por el grupo en ámbitos culturales como las tradiciones
y costumbres sobre elementos como la
tierra y el territorio, de este modo
La madre tierra –o pacha mama para el
indígena– es el suelo y subsuelo, son
la base de su economía y subsistencia, por cuanto en el territorio se desarrolla la humanidad misma del indígena con todas sus expresiones a nivel cultural, espiritual y material. (Guerrero
J. Pueblos indígenas
de Nariño, 2011, p. 43)
En otros términos, el sentir o
necesidad coyuntural si se quiere logró sobreponerse
a las estigmatizaciones étnicas que no poseían
otras comunidades presentes en
el municipio de Guachucal,
ya que la pertenencia a un grupo étnico fortaleció su identidad:
Un grupo étnico es una comunidad que
comparte un conjunto de tradiciones culturales y que interacciona con otros grupos
a través de un dinámico
proceso de construcción de identidades
conduciendo a la identificación de la comunidad
en el reconocimiento de sus derechos culturales como
esenciales para la subsistencia de estos grupos y el goce de su cultura. (Barth, 1978,
pp. 11-15)
Por consiguiente, la identidad étnica juega un papel
fundamental en el actuar colectivo,
así lo comenta un solidario:
Al recabar sobre esa lucha va apareciendo la identidad de las comunidades
como originales y tradicionales, después aparece
la memoria oral sobre la resistencia; sobre las
luchas que habían tenido estas comunidades indígenas defendiendo las
tierras y recuperándolas, reconociéndose como
los Pastos, como en las luchas de el
Llano de Piedras, las últimas en el caso de Cumbal, Guan, Simancas en Muellamués, las de Montañuela, el
Tambillo en Panan, las de Canagan en Chiles, la defensa de las tierras de Tufiño, incluso
la tierras en el común de juntas o
el corso en Guachucal y así sucesivamente. (Mamián D. 2019)
Por tanto, el
auto reconocimiento es el derecho de
la comunidad a definir sus propias líneas consolidándose como un ejercicio en formación, dejando entrever que aquello que define
a un pueblo indígena y determina su visión general del mundo es la identidad que él tiene de sí mismo y de la necesidad de sus miembros, en este caso la
recuperación de tierras en el Resguardo Indígena
de Guachucal que tuvo como logro alterno la consolidación de una identidad étnica, posibilitando que los indígenas pasaran de ser serviles
a ser invasores para la comunidad del municipio de Guachucal y posteriormente a ser orgullosos recuperadores.
Yo tenía entre quince y dieciséis años, iba al colegio
(Genaro León) y allá me estigmatizaron
porque mi madre era recuperadora,
sin embargo, me sentía orgullosa de ir a las reuniones,
de ser parte y conocer de mejor
manera todo el proceso de autonomía,
derecho mayor y costumbres. (Ceballos, comunicación personal,
2019)
Estos ámbitos generaron mayor organización
respecto a los pilares que cimentaron la identidad étnica
del Pueblo Pasto bajo anteriores
principios culturales:
El derecho mayor,
que rige ancestral- mente, porque somos los primeros
pobladores, somos originarios de los territorios ancestrales, porque estuvimos antes
de la llegada de los españoles y
antes de las leyes de la República. (...) Ley de origen: por tiempos
inmemoriales nuestros mayores nos dan a conocer
a través de la oralidad,
petroglifos, simbología, huellas y
leyendas ancestrales el origen de nuestro pueblo de Los Pastos
en base de la cosmovisión y espiritualidad (...) Ley natural: es el conjunto
de normas que rigen la naturaleza
independiente de la voluntad del hombre, como el día,
la ley de la lluvia, del viento, el ciclo
de la vida y volver al seno de la madre
tierra, dándose una relación del hombre-naturaleza-cosmos (...) El
Territorio: espacio físico natural, cosmogónico
socio cultural, generador de vida. (...) Cosmovisión: está re- presentado por el churo cósmico y su interpretación que para la visión del pueblo Pasto de la concepción de los tres mundos o la tridimensionalidad que nace del dualismo que se da en ciclos o periodos continuos de movimientos
y esa línea de pensamiento Pasto
inicia desde un punto centro de abajo
hacia arriba de derecha a izquierda de adentro hacia afuera y termina de arriba hacia debajo de izquierda
a derecha y de afuera
hacia adentro (...) La
Autoridad: potestad, facultad administrativa en los tres poderes
administrativo, legislativo y judicial. Con autodeterminación de un
pueblo delegado en funciones (...) La Autonomía: capacidad que tiene
la comunidad de autogobernarse, de pensar,
sentir, actuar con justicia y decisión
propia, en todos los aspectos. (...)
Identidad y cultura
indígena: es la forma de ser,
sentir y actuar con pensamiento propio,
heredado de generación en generación, que se reflejan en la vida socio cultural por medio de la oralidad y la práctica, así como manifestaciones de orígenes propias con nuestra cosmovisión en la chagra, vestido,
mitos leyendas, medicina tradicional, sitios sagrados, música danza, es lo que se mira y se relaciona con nuestra identidad, usos y costumbres”.
(Escuela de Derecho Propio del Resguardo Indígena
de Guachucal, 2008, pp. 11-12)
Estas bases
forjaron una identidad étnica que
se amplía alrededor de la recuperación
de tierras que hizo que la comunidad empezara a
transformar- se de acuerdo con los nuevos ideales que
contemplaban recuperar la tierra para recuperarlo todo, ideales
que iban encaminados a consolidar una mejor calidad
de vida establecida bajo los principios de su cosmovisión.
Las comunidades
indígenas construyeron una identidad étnica como un eje cohesionador y normativo creando
diversos espacios socioculturales que
apoyan la solidez de estas creencias que
en su momento habían sido estigmatizadas, pero que ahora sirven
como hilo conductor
de integración comunicativa y simbólica, incluso
frente a posibles rupturas culturales,
proyectándose como una comunidad que
consideraba la toma de decisiones como una acción social que iba desde lo individual hacia lo colectivo y que tiende “a valorar positivamente su identidad, lo que tiene por consecuencia estimular la autoestima, la creatividad, el orgullo de
pertenencia, la solidaridad grupal,
la voluntad de autonomía y la
capacidad de resistencia contra la penetración excesiva de elementos exteriores” (Giménez, 1996, p. 46). Se entiende que la recuperación de tierras fue más que un proceso organizativo
indígena de carácter social, convirtiéndose en un proceso
de lucha permanente en la reafirmación de la identidad del Resguardo de Guachucal que en
el inicio de la lucha no poseía los
elementos suficientes para organizarse de manera exitosa, pero que con el fortalecimiento de sus cimientos
identitarios
se constituyeron como soportes
para la reivindicación de sus derechos
sociales, políticos, culturales y de propiedad de la tierra
a nivel local
y nacional.
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[1] Laureano Inampués, destacado líder indígena del Resguardo Indígena de Guachucal, promotor de la recuperación de tierras en este Resguardo. Asesinado el 8 de mayo de 1994. Ver capítulo tres.
[2] Montañuela, finca ubicada en
el resguardo de Panan, municipio de Cumbal, departamento de Nariño.
[3] La
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia - ANUC, fue creada de
conformidad con el decreto 755 del 2 de mayo de 1967 y la resolución 061 de
1968, obtuvo su personería jurídica mediante la resolución 649 del 30 de julio
de 1970 expedida por el Ministerio de Agricultura y se orienta actualmente por
el presente estatuto, la Constitución Política de Colombia y los decretos 2716
de 1994, 938 de 1995, 2374 de 1996 y 2150 de 1995.
Fuente: Página
oficial de la ANUC.
[4] En el
capítulo dos se presenta una detallada descripción de los solidarios y su
influencia como actores externos en la recuperación de tierras.