https://doi.org/10.22267/rceilat.225051.106
ARTÍCULO DE REFLEXIÓN
Sistemas políticos de pluralismo limitado y derechas resilientes.
Análisis histórico comparado entre Perú y Colombia
Political systems of limited pluralism and
resilient rights. Compared historical analysis between Peru and Colombia
Rafael Gustavo Miranda
Delgado
Postdoctorado en Ciencias Sociales, Universidad Central de Venezuela.
Doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad
Ricardo Palma - Perú
Profesor de la Universidad de los Andes - Venezuela
Email: rafaelgustavomd@hotmail.com
Recibido:16/04/2020,
Aprobado: 21/03/2022
Hace un par de décadas en casi la
totalidad de América del Sur comenzó el denominado giro a la izquierda. En este
contexto han destacado dos casos de derechas
resilientes que evitaron el ascenso de la
izquierda en esta contagiosa coyuntura, Perú
y Colombia. Por ello, el objetivo de investigación es analizar el pluralismo limitado y la continuidad de los gobiernos
de derecha en Perú y Colombia. En el artículo
se afirma que la batería de instrumentos que ha utilizado la derecha para mantenerse en el poder han sido amplios,
los impedimentos formales a la competencia,
el control tecnocrático de la burocracia, la estigmatización de la izquierda, e incluso el asesinato sistemático de líderes y candidatos de izquierda en Colombia.
Palabras
claves: Análisis Histórico Comparado (AHC); Colombia; Derechas resilientes; Perú; Pluralismo limitado.
A couple
of decades ago, in almost all of South America, the socalled
shift to the left began. In this
context, two cases of resilient rights that prevented the rise of the left in this contagious situation, Peru and Colombia, have stood out. Therefore, the research objective is to analyze the
limited pluralism and the continuity of rightwing
governments in Peru and Colombia. The article states that the battery of instruments that the right has used to
stay in power have been extensive, the formal
impediments to competition, the technocratic control of the bureaucracy, the stigmatization of the left,
and even the systematic murder
of leftist leaders
and candidates in Colombia.
Keywords: Comparative Historical Analysis (AHC); Colombia; Resilient Rights; Peru; limited pluralism.
La democracia se distingue por ser
un sistema político pluralista donde existe la posibilidad efectiva que la
minoría se convierta en mayoría y que la ciudadanía pueda elegir periódica y
libremente entre gobernantes y sus distintas agendas programáticas. Una
democracia donde los gobernantes y, especialmente, las agendas programáticas a
elegir sean reducidas es una democracia semipluralista
y de baja calidad.
La alternancia programática es
especialmente importante para la democracia. La distinción analítica clásica de
las agendas programáticas es la de derecha e izquierda, donde en un marco
democrático la derecha se preocupa fundamentalmente por la estabilidad y el
Estado mínimo, mientras que la izquierda tiene como objetivo el progresismo de
los derechos y el Estado social. Para la derecha la desigualdad es algo natural
que el Estado no debe intentar modificar mientras que para la izquierda la
desigualdad es algo artificial que el Estado debe evitar o cambiar con su
intervención. La derecha da prioridad al orden político y a los temas de
seguridad, en cambio la izquierda prioriza la equidad en lo político y en lo
socioeconómico. Hace un par de décadas en casi la totalidad de América del Sur
comenzó el denominado giro a la izquierda de los sistemas políticos que incluyó
a regímenes democráticos y no democráticos, iniciando con la llegada a la
presidencia de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y le siguieron Lula da Silva en
Brasil y Néstor Kirchner en Argentina en 2003, Tabaré Vázquez en Uruguay en
2005, Evo Morales en Bolivia y Michelle Bachelet en Chile en 2006, Rafael Correa en Ecuador en
2007 y Fernando Lugo en Paraguay en 2008.
En este escenario de giro a la
izquierda de América del Sur han destacado dos casos de derechas resilientes que no solo evitaron el ascenso de la izquierda
en esta contagiosa coyuntura regional, sino que históricamente han logrado
mantenerse en el poder de sus países. Estos son los casos de Perú y Colombia.
Si bien en el primero de estos dos casos llegó a la presidencia un candidato
anti statu quo como Ollanta Humala en 2011, su administración se caracterizó
por la continuidad de la agenda política de derecha.
Por ello, el objetivo de
investigación es analizar el pluralismo limitado y la continuidad de los
gobiernos de derecha en Perú y Colombia. La metodología utilizada es el
Análisis Histórico Comparado (AHC) ya que, como señala Falleti
y Mahoney (2016), el rastreo inductivo de contextos
amplios y la descomposición secuencial de la narrativa histórica densa y con
largos horizontes temporales, nos permite inferir los eventos claves y sus
configuraciones causales. La hipótesis es que si bien las propuestas de
izquierda han tenido sus propias limitaciones internas para articular
propuestas con éxitos electorales, la resiliencia de la derecha en Perú y
Colombia que las distingue de Suramérica, se debe a un conjunto de instrumentos
que lesionan la pluralidad democrática.
Para cumplir
con el objetivo la investigación se presenta en tres partes,
en Liberalizaciones de pluralismo limitado
se analiza como desde las primeras experiencias de liberación política en Perú y Colombia estas fueron limitadas
y tuteladas, apelando
recurrentemente a la violencia para impedir
una mayor democratización; luego en Perú: alternancia presidencial y continuidad de agenda programática se caracteriza la continuidad de agenda programática que
se ha mantenido en el país
independientemente de los gobiernos gracias a un
conjunto de instrumentos que ha utilizado la
derecha que va desde el uso de la
fuerza hasta el control de la
tecnocracia, teniendo su principal
punto de articulación con la administración de Alberto Fujimori,
y finalmente en Colombia:
violencia y formalidad democrática se analizan las continuidades
e interrelaciones entre violencia y democracia, y como en contextos
de violencia generalizada los temas
de seguridad pasan a ser prácticamente
exclusivos en las prioridades políticas
del país lo que favorece a los actores de derecha.
Como advierte Bobbio
(1989) el pluralismo es una característica fundamental de la democracia, y la
calidad de esta está asociada a la capacidad efectiva que tengan los partidos
políticos de diversas tendencias ideológicas de llegar al poder. Por su parte, Touraine (1995) señala que la democracia en su rol mediador
entre Estado y sociedad civil debe acoger los intereses plurales de los
distintos actores de la sociedad. Y para Pasquino (1999) la democracia es un
régimen competitivo y plural capaz de empoderar a los ciudadanos, y es la
pluralidad junto a la rotación de la clase política y la alternancia de los
representantes políticos en el poder, la que define la calidad de la
democracia.
Así, la pluralidad y sus momentos
fundacionales son elementos significativos para entender a la calidad de la
democracia y a la evolución de los sistemas políticos en general. Como se
argumenta seguido, la liberalización política de Colombia y Perú se
caracterizaron por un pluralismo limitado.
Colombia es uno de los países de América
Latina con procesos de liberación política más temprano, pertenece a la primera
ola de democratización y su proceso
de liberalización política formal se puede fechar desde 1910 con la dimisión
del General Reyes, el implícito armisticio entre los partidos políticos
Liberales y Conservadores, y las reformas constitucionales que incorporaron la
representación de las minorías en el parlamento. Colombia tiene un ya largo
período de continuidad democrática electoral sin quiebres, sólo superado en la
región por Costa Rica.
En Colombia durante la primera
mitad del siglo XX se pueden identificar dos sub períodos, la hegemonía
Conservadora desde 1910 hasta 1930 y la República Liberal desde 1930 hasta
1946. Ambos períodos se caracterizaron por un fuerte bipartidismo, el de
Liberales y Conservadores es de los más institucionalizados y antiguos del
mundo ya que data desde 1850, la división del cuerpo social en dos subculturas
con identidades colectivas separadas, que se construyeron con redes políticas y
clientelares y extendieron la política a las regiones más apartadas del país,
lo que constituyó una de las politizaciones generalizadas más temprana de toda
América Latina. La dinámica de este bipartidismo en los primeros años se
caracterizó por el caudillismo y el gamonalismo de tipo regional reforzado por
la particular geografía que mantenía a las regiones claramente diferenciadas y
aisladas entre sí, la convivencia de elecciones con asesinatos de candidatos,
libertad formal de prensa con asesinatos de periodistas y profesores, garantías
constitucionales para la oposición y las minorías con sistemáticos asesinatos a
líderes de la oposición, gobierno civilista con amplia autonomía de los
militares (Mainwaring y Scully,
1995; Halperin, 1996; Miranda, 2017; Bejarano y
Pizarro, 2005; Smith, 2005; Wills, 2002; Vargas,
2011).
Esta ha sido una de las
continuidades históricas del sistema político colombiano, democrático en lo
formal y violento de facto. Si aceptamos las elecciones libres y competitivas
como criterio mínimo de democracia advertimos que las elecciones no han
cumplido estas cualidades a nivel nacional y mucho menos a nivel local, debido
a los continuos asesinatos y amenazas a líderes políticos y periodistas.
A diferencia de Colombia, los
partidos oligárquicos en Perú nunca lograron un control del sistema político y
su extensión nacional fue muy reducida, tampoco tuvieron continuidad ya que
fueron interrumpidos por la guerra.
El primer partido político del
Perú fue el Partido Civil el cual estuvo liderado por Manuel Pardo y aglutinó a
la emergente burguesía costeña dedicada a la extracción del guano. Pardo con el
Partido Civil ganó las elecciones en 1872 siendo el primer presidente civil
constitucional de la historia Republicana del país, pero el gobierno civil fue
interrumpido por la Guerra del Guano y del Salitre (o Guerra del Pacífico) en
1879. Esta guerra dejó al Perú con su territorio reducido y su economía
colapsada, y permitió que los militares regresaran al poder hasta la Guerra
Civil de 1894 que dio paso a la presidencia de Nicolás de Piérola y a la República Aristocrática, la cual se
caracterizó por una lucha entre los partidos oligárquicos, donde la competencia
fue mínima y la mayoría de la población fue excluida de la política y del
sufragio (Tuesta, 2005; Alcántara, 1989).
No es hasta los años de 1920,
durante los once años del segundo mandato de Augusto Leguía, cuando emergieron
en Perú los primeros partidos de masa y anti oligárquicos, la Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA) fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre en el
contexto de la crisis de los años 1930, logró incorporar a las masas en la
política. En las elecciones de 1931 la oligarquía no pudo organizar un partido
político por lo que apoyó al oficial Luis Sánchez Cerro, quien ganó en medio de
denuncias de fraudes y fue asesinado en 1933; en este año se declaró el estado
de emergencia del país y el general Oscar Benavides tomó el poder. El general
Benavides permitió elecciones presidenciales
y ganó el candidato oficialista
Manuel Prado y Ugarteche y luego en las siguientes
elecciones ganó José Luis Bustamante y Rivero pero no pudo terminar su mandato
al ser derrocado por un golpe de Estado e instaurada una junta militar, hasta
las elecciones presidenciales de 1950 cuando ganó las elecciones como candidato
único Manuel Odría, líder del golpe de Estado contra
Bustamante y Rivero y quién fue durante la guerra peruano-ecuatoriana de 1941
jefe del Estado mayor de la división del Norte, el cual participo directamente
en el combate. Odría en medio de conflictos internos
y deterioro físico llamó a elecciones en 1956 y ganó la presidencia Manuel
Prado (Tuesta, 2005; Roncagliolo, 1980; Alcántara,
1989).
Así pues, como
se puede observar, mientras que en Colombia se logró un orden político que
incorporó a las masas a la política pero de una forma subordinada e impidió que
sus demandas se articularan en un partido de masas, en Perú sí se formaron
partidos políticos de masas con agendas programáticas progresivas, pero los
militares y sus guerras, y las alianzas entre militares y la oligarquía que
mantuvieron cerrado el sistema electoral y reprimieron a la población,
impidieron que pudieran llegaran al poder. Desde el inicio de las
liberalizaciones políticas en Colombia y en Perú las masas y sus agendas
reivindicativas estuvieron bloqueadas para alcanzar la presidencia.
En Colombia, en una primera
instancia, Liberales y Conservadores fueron expresiones reales de clivajes políticos
y socioeconómicos. Los liberales se distinguieron por sus adeptos populares,
los sectores urbanos, especialmente la comunidad afrocolombiana, en las zonas
calientes y de vertiente, las élites financieras e industriales, comerciantes,
profesionales urbanos, artesanos y campesinos independientes, la burguesía;
mientras que los conservadores obtuvieron el apoyo de los sectores agrarios,
especialmente los grandes terratenientes, en los sectores más conservadores
católicos, en los altiplanos de
Cundinamarca, Boyacá y Nariño.
Aunque hay que advertir que también se encuentran algunas discontinuidades que
hacen borroso este clivaje, como en 1943 cuando las élites de ambos partidos se
aliaron para frenar las reformas económicas y sociales de la República Liberal.
Así pues, el cuerpo social quedó dividido entre estas dos subculturas con sus
contenidos de identidades colectivas sin dejar lugar para una imagen de Nación
unificada, y la autonomía de los partidos políticos tampoco dejó lugar para un
Estado independiente. Los partidos políticos han estado más cercanos al
gobierno que a la sociedad civil, más que representantes fueron legitimadores
del status quo político (Sanders,
2004; Pécaut, 1991; Touraine,
1989).
Aunque se pueden identificar estas
diferencias identitarias se debe advertir que el carácter
oligárquico de ambos partidos, impidieron que estos clivajes se transformaran
realmente en agendas de política diferenciadas, siendo la principal
preocupación de los partidos no la operatividad de un conjunto de políticas en
base a una ideología, sino llegar y mantenerse en el gobierno.
En el Perú, como señalamos, se
presentó una importante y temprana oportunidad de alternancia programática y
democratización política y social en la década de 1920 con la formación del
APRA y otros como el Partido Comunista Peruano fundado por José Carlos
Mariátegui en 1928 con el nombre de Partido Socialista Peruano, pero al ser
instaurado los regímenes militares los partidos políticos fueron prohibidos y
sus líderes perseguidos, encarcelados o exiliados. Los derechos civiles y polí ticos fueron recurrentemente violados.
El APRA, desde la clandestinidad,
logro mantener su simpatía en los sectores populares, pasó de una reducida
extensión nacional concentrando su fuerza primordialmente en el Norte del país
a una presencia nacional. Luego fue reincorporado a la vida política legal pero
debió realizar un viraje doctrinario, donde el principal objetivo fue la
reconciliación nacional, a cambio de abandonar su agenda programática
reformista y alinearse con los intereses de la oligarquía (Tuesta, 2005;
Alcántara, 1989).
El APRA es el partido político más
importante de la historia del Perú, nació como una opción revolucionaria no
comunista, su fundador e ideólogo Víctor Raúl Haya de la Torre propugnaba la
instauración de un régimen revolucionario, apoyado en la clase obrera y el
campesinado, unidos bajo la tutela política e ideológica de las clases medias,
un Estado antiimperialista que redefiniera la relación de desigualdad de
América Latina con los países hegemónicos. Durante el período de ilegalidad,
apoyaron a varios candidatos que lograron alcanzar la presidencia, e incluso en
1945 reconstituidos legalmente como Partido del Pueblo dominaron el congreso,
lo que hizo que los sectores de oposición presionaran más para su ilegalización,
la cual se llevaría a cabo no sin antes promover una tentativa insurreccional
que se resolvería desfavorablemente para los intereses del aprismo en la lucha
del Callao. Luego del giro táctico e ideológico de la convivencia de 1956 el APRA perdió simpatizantes quedando reducida
su fortaleza de nuevo al Norte. Haya de la Torre se presentó a las elecciones
de 1962 y fue el candidato más votado pero no obtuvo la mayoría absoluta por lo
que la elección se debía resolver en el congreso, pero esta fue impedida por
otro golpe de Estado. Luego Haya de la Torre se preparaba para las elecciones
presidenciales de 1969 y se perfilaba como ganador con una amplia diferencia,
pero el golpe de Estado de Velasco impidió las elecciones. Finalmente Haya de
la Torre fallece en 1979, antes de las elecciones presidenciales de 1980 (Halperin, 1996; Tuesta, 2005).
Haya de la Torre fundó el partido
político más importante de la historia del Perú, pero no logró llegar a la
presidencia. La alternancia que planteaba la llegada a la presidencia del APRA
de Haya de la Torre fue truncada por la ilegalización y la fuerza militar, y
cuando pudo competir electoralmente esta competencia no fue libre, ya que
estuvo condicionada al abandono de la agenda programática.
Por su parte, en Colombia se dio
uno de los más violentos bloqueos a la alternancia programática con el asesi nato de Jorge Eliécer Gaitán.
Durante la
década de 1940 se produjeron un conjunto de manifestaciones en repudio al
estado del sistema político y este malestar fue canalizado por la candidatura
presidencial del liberal Jorge Eliécer Gaitán quien se presentó como un
oportunidad real de alternancia programática, con un discurso popular, de
reivindicaciones socioeconómicas, criticó a la forma tradicional de hacer política
pero no antisistema, con ideología moralizante que apelaba a la unidad y a la
integración nacional. Gaitán, profesor y Rector universitario y ex alcalde de
Bogotá, perteneció al partido Liberal pero tuvo una militancia indisciplinada,
y forzó un moderado desplazamiento de su partido hacia la izquierda. Fundador
en 1934 de la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria, defensor
de movimientos populares como el de los obreros de la United
Food, propuso programa de integración social con
leyes sociales (Halperin, 1996; Touraine,
1989; Smith, 2005; Wills, 2002).
Gaitán fue
asesinado el 9 de abril de 1948 generando fuertes disturbios conocidos como el Bogotazo y dando inicio al periodo
conocido como la Violencia, una guerra civil no declarada y la dictadura del general
Gustavo Rojas Pinilla.
Así pues, se pueden observar desde
la primera mitad del siglo XX expresiones sociales articuladas en demandas
políticas democráticas que exigían cambios democratizadores y alternancia de
agendas programáticas, pero estas reivindicaciones y demandas políticas fueron
impedidas con la recurrencia de la violencia.
Finalmente el período de la
Violencia culminó con el acuerdo del Frente Nacional el cual fue aprobado por
plebiscito nacional con el 94.8 por ciento de los votantes. El acuerdo
consistió en el establecimiento de un sistema de paridad en los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial del gobierno; competencia limitada y
exclusiva de los dos partidos; Congreso dividido exactamente a la mitad y el
establecimiento de un quórum mayoritario de dos tercios de los votos para
aprobar leyes. Los acuerdos políticos entre las élites es una de las
principales continuidades de la historia de Colombia, a diferencia de los otros
países de la región donde el arbitraje militar ha sido recurrente, la multitud
de pactos políticos han garantizado la permanencia de las instituciones civiles
y la continuidad del sistema bipartidista, gobiernos civiles con altos niveles
de violencia (Pizarro, 1992; Bejarano y Pizarro, 2005; Botero, Hoskin y Pachón, 2010; Jaramillo y Franco-Cuervo, 2005).
El Frente Nacional consiguió
detener la violencia sistemática y la militarización del conflicto político
entre liberales y conservadores, y con ello dio un mínimo de orden político, lo
que es el objetivo mínimo de toda organización política. El acuerdo cumplió con
su objetivo de paz y orden pero impidió otros avances como la democratización,
limitó la competencia entre partido y la deslegitimación del sistema de partidos
políticos, expresado, entre otros factores, en el alto abstencionismo. La
competencia se dio especialmente a lo interno de los partidos, pero al no ser
visible frente al público no puede ser considerada democrática, y más aún
cuando esta competencia no tenía como centro de debate una diferencia
programática.
El duopolio Liberal-Conservador,
sus fracciones y caudillos, impidieron toda posibilidad de emergencia de otros
actores políticos democráticos. Y la relación entre élites partidarias y
sociedad estuvo mediada por las redes clientelares, quedando truncada la
representación y la autonomía de la participación.
Así las primeras experiencias de
liberalización política de Colombia y Perú se caracterizaron por un pluralismo
limitado, se impidió a través de la violencia sistemática que las propuestas de
agendas programáticas de izquierdas o progresistas se convirtieran en gobierno,
y la apertura política fue dirigida y controlada de forma vertical de arriba
hacia abajo, por los partidos políticos en Colombia y por las Fuerzas Armadas
en Perú.
Perú:
alternancia presidencial y continuidad de agenda programática
Fernando Belaúnde Terry con el
apoyo de su partido Acción Popular de perfil reformista, fue electo como
presidente en 1963 en una transferencia de poder de los militares a los
civiles, en medio de profundos cambios sociales.
Para la fecha, Perú dejaba de ser
un país agroexportador para pasar a tener un relativo crecimiento industrial,
los hacendados perdieron poder y se formó una burguesía incipiente. Las masas
campesinas, el movimiento obrero surgido del proceso de industrialización, las
clases bajas que migraron a las ciudades y se encontraban desempleadas y las
nuevas organizaciones partidarias, comenzaron a tener mayores demandas,
desarticuladas e inexperimentadas, pero cada vez más radicales e inspiradas en
la revolución cubana. Belaúnde no pudo dar respuestas a todas estas exigencias,
el Estado siguió debilitándose, dejó pendiente temas trascendentales como la
reforma agraria y no impulsó a las capas medias en su ascenso hacia su
conversión en burguesía nacional (Cotler, 1988;
Ballón, 1989; Tuesta, 2005; Moncloa, 1982).
Esta va a ser una continuidad
fundamental en la historia política peruana, la incapacidad de aplicar agendas
programáticas progresistas en contextos democráticos. Sin importar las agendas
programáticas de candidaturas, ni los sectores o partidos de apoyo para llegar
a la presidencia, las políticas gubernamentales de los gobiernos democráticos
no han buscado afectar las estructuras socioeconómicas fundamentales.
En este contexto se dio otro golpe
de Estado liderado por el nacionalista y popular Juan Velasco Alvarado,
contando con una alta simpatía ciudadana.
El gobierno de Velasco es el más
importante ejemplo en la región de un régimen militar de orientación nacional
popular. En su administración los tres temas centrales del Estado nacional
popular estuvieron en el centro de la política: la integración nacional por el
desarrollo económico, la lucha contra la dominación extranjera y la
participación popular. Velasco llevó a
cabo la reforma agraria más amplia de América Latina, destruyó el poder de la
oligarquía y reivindicó al cholo. Sin embargo, el carácter autoritario del
régimen buscó imponer su agenda sin consultar a la sociedad en general y limitó
severamente las libertades civiles y políticas, lo que generó la reducción de
su popularidad y el descrédito del régimen, el aislamiento y el cierre de los
canales políticos, y la emergencia de una amplia y heterogénea oposición (Touraine, 1989; Cotler, 1988;
Ballón, 1989).
Si bien el
gobierno de Velasco fue progresista en lo social fue retrógrado en lo político,
por lo que incluso los progresos quedaron limitados ya que el ciudadano ganó
autonomía socioeconómica pero siguió dependiendo del gobierno.
En este
escenario y en medio de una crisis económica, los comandantes de las regiones
militares depusieron a Velasco y nombraron al general Francisco Morales
Bermúdez como presidente del régimen.
Durante la dictadura
de Morales Bermúdez se agudizaron todos estos problemas derivando en una huelga
general que obligó a llamar elecciones en 1977 y ya para 1978 comenzó un
proceso de transición con él denominado Plan
de Transferencia Política, que con una asamblea constituyente electa
redactó la constitución de 1979 que significó el primer esfuerzo para dar bases
a un sistema político moderno y que pasó a regir la vida institucional del país
(Cotler, 1988; Ballón, 1989; Levitsky
y Way, 2005).
Finalmente Morales Bermúdez se
retiró de la presidencia en 1980. Hasta aquí se sucedieron gobiernos militares
y civiles, los militares con la excusa de guardar el orden y la estabilidad del
Estado detentaron un poder omnipresente y tutelaron los incipientes gobiernos
civiles y cuando los consideraron incapaces los derrocaron, los partidos
políticos no lograron canalizar las demandas de la sociedad, el Estado
oligárquico estuvo muy lejos de la sociedad civil, la distancia entre las
demandas sociales y las políticas gubernamentales fueron insalvables.
Durante la década de 1980 se
sucedieron las administraciones de Fernando Belaúnde Terry y Alan García, por
primera vez en la historia del país los principales actores políticos estaban
comprometidos con la democracia y se permitió la votación de los ciudadanos
iletrados, se amplió el espectro de los partidos políticos e incluso se
polarizó, incluyendo a tres bloques políticos: la Izquierda Unida, el APRA ahora
en el centro, y en la derecha el Partido Popular Cristiano y Acción
Popular; la sociedad civil tuvo un mayor dinamismo y generó
significativos vínculos con los partidos políticos, sin embargo todo esto se
dio en un contexto de caída del PIB y de hiperinflación, con un aumento de la
confrontación con Sendero Luminoso (Tanaka, 2005;
Jaramillo y Franco-Cuervo, 2005).
Con Alan García el APRA llegó por
primera vez en la historia a la presidencia. Para este momento el APRA tenía
muy poco en común con la agenda programática original, García al llegar a la
administración presidencial adelantó políticas progresistas como el aumento del
salario y promovió una rápida expansión de la producción y el consumo,
alcanzando una popularidad no conocida anteriormente por ningún presidente del
país. Por otra parte, su administración tuvo que enfrentar la alianza entre los
movimientos empresariales y el bloque de derecha que fueron especialmente
eficientes para bloquear las propuestas de reformas, también afrontó una
masacre en una cárcel de Lima que cuestionó su apego a la defensa de los
derechos humanos, el fracaso de las negociaciones con los jefes guerrilleros,
nuevos focos senderistas que emergieron desde el centro norte serrano hasta el
linde con Bolivia, y la emergencia del movimiento, si cabe aún más virulento,
Túpac Amaru (Tanaka, 2008; Tanaka,
2005; Halperin, 1996; Close,
2012).
Durante la década de 1980 el
principal reto al cual tuvo que hacer frente el gobierno peruano fue al auge de
Sendero Luminoso. Sendero Luminoso nació en la década de 1970 en Ayacucho como
una facción maoísta que se separó del Partido Comunista, conformado por
militantes revolucionarios armados y campesinos que volvieron desde las
universidades provinciales a su regiones como militantes políticos, en un
movimiento de acción violenta que eliminó toda posibilidad de negociación, no
ejerció presión sobre el sistema político sino que entró en guerra contra el
sistema social y tuvo como único objetivo su destrucción, ya que lo consideró
como un instrumento al servicio de la dominación de intereses imperialistas y
antipopulares. No se trató de reivindicaciones sociales sino de militantes
movilizados en defensa de territorios liberados, y al pasar de la década
intensificaron sus acciones terroristas y ampliaron sus zonas de operaciones (Touraine, 1989; Smith, 2005).
En este contexto de crisis
económica y violencia fue electo Alberto Fujimori quien se presentó con un
discurso antisistema y populista, sin partido ni agenda programática, sin
experiencia política previa, contrario a las propuestas neoliberales del
candidato que se perfilaba como favorito, Mario Vargas Llosa.
Fujimori ganó
las elecciones presidenciales teniendo como principales soportes organizativos
a un grupo de empresarios y a las iglesias evangélicas, con 62.2 por ciento de
los votos sobre el candidato de derecha y también outsider Vargas Llosa
que obtuvo 37.6 por ciento de los votos. La administración de Fujimori se
caracterizó por ser autoritaria, personalista, sectaria, corrupta y por aplicar
las políticas neoliberales que había rechazado durante su candidatura. Sin
embargo, rápidamente luego de su elección como presidente logró controlar el
proceso de hiperinflación que sufría el país con estrictas medidas de ajustes
(aunque aumentando el desempleo) y con su política de mano dura que incluyó el
uso ilegal de los servicios de inteligencia, la militarización de la población
civil en las zonas rurales y recurrentes declaraciones de estado de excepción
dio duros golpes militares a Sendero Luminoso y al Movimiento Revolucionario
Túpac Amaru (MRTA), lo que le permitió gozar de gran popularidad. En este
contexto de alta popularidad y de desprestigio de los partidos políticos, el 5
de abril de 1992 cerró el Congreso y decretó la reorganización de los poderes
públicos, lo que es conocido como el autogolpe (Tanaka,
2008; Tanaka, 2005; Penfold,
Corrales y Hernández; 2014; Mainwaring y Pérez-Liñán,
2005; Levitsky y Way 2005;
Smith, 2005; Tuesta, 2005;
Meléndez, 2019; Alcántara, 2013).
Al cerrar el congreso Fujimori convocó
una Asamblea Constituyente que le otorgó poderes absolutos y permitió la figura
de la reelección consecutiva para un período adicional de cinco años, en 1993
se aprobó esta constitución por referéndum y en 1995 Fujimori fue electo con un
64 por ciento de votos a su favor. La popularidad de Fujimori puede ser
explicada por la coincidencia de varios elementos, en 1992 su administración
obtuvo importantes victorias militares como la captura de los líderes de
Sendero Luminoso y el MRTA, Abimael Guzmán y Víctor Polay
respectivamente, y en 1997 obtuvo otra victoria militar con la Operación Chavín de Huántar
que rescató a rehenes que se encontraban secuestrados en la residencia del
Embajador del Japón en el Perú en manos de miembros del MRTA. Adicional a estas victorias militares,
Fujimori también logró conformar una coalición que incluía a los sectores
empresariales beneficiados por las políticas de ajuste económico adoptadas y a
la población popular que se benefició del aumento del gasto público que se realizó
de forma desinstitucionalizada y clientelar (Tanaka, 2008; Tanaka, 2005; Penfold, Corrales y Hernández; 2014; Main-
waring y Pérez-Liñán, 2005; Levitsky
y Way 2005; Meléndez, 2019; Arce y Carrión, 2010; Grompone, 1996).
Al vencerse su segundo mandato,
Fujimori manipuló todo el aparato del Estado para aprobar una ley que
interpretó la Constitución y le permitió aspirar a un tercer período
presidencial consecutivo. Fujimori ganó cerradamente la primera vuelta de las
elecciones en medio de acusaciones de fraude y de amedrentamiento que
denunciaron organizaciones independientes. Estas elecciones se dieron en un
contexto de declive económico, de aumento del autoritarismo, de mayor evidencia
de las violaciones a los derechos humanos y de continuas y espontáneas
movilizaciones, pero con una oposición que siguió debilitada y fragmentada.
Pocos meses después, en noviembre del mismo año fue expuesto a la opinión
pública un video del principal aliado y consejero de Fujimori, el jefe de
inteligencia Vladimiro Montesinos, sobornando y chantajeando a congresistas
para conseguir el apoyo a la ley que permitiría la segunda reelección de
Fujimori. La publicación de estos videos sumando la mayor tensión de los
conflictos sociales por la indignación que produjo las pruebas, hizo que
Fujimori renunciara a la presidencia cuando se encontraba en una gira por Asia
y llamara a nuevas elecciones evitando así un posible golpe de Estado (Tanaka, 2008; Levitsky y Way 2005; Penfold, Corrales y
Hernández; 2014).
El fujimorismo provocó el colapso
de los partidos políticos y de la democracia, e instauró la hegemonía
neoliberal, su relación con la democracia fue solo instrumental, en la
dimensión liberal los contrapesos horizontales y verticales fueron socavados
completamente. Fujimori se concentró en recuperar el monopolio de la violencia,
el orden político y la estabilidad económica, y lo logró, pero sacrificó los
derechos humanos y las políticas sociales institucionalizadas. El fujimorismo
aún mantiene importantes niveles de popularidad, siendo la principal y la más
estable fuerza política del país.
Luego de la renuncia de Fujimori y
la presidencia transitoria de Valentín Paniagua, comenzó el período de
democracia ininterrumpida más largo y estable de la historia del Perú, se han
sucedido presidentes electos democráticamente y han terminado sus períodos
constitucionales: Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011),
Ollanta Humala (2011-2016), y el destituido presidente Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), con una trasferencia de poder sin
mayores sobresaltos. Adicionalmente, este período ha estado acompañado de un
significativo crecimiento económico y estabilidad macroeconómica.
Sin embargo, la precariedad del
Estado, los conflictos sociales, la incredibilidad en las instituciones y la
exclusión social continúan. El crecimiento económico, que se explica más por
variables exógenas como el aumento de los precios internacionales de la soja y
los minerales que por variables endógenas, ha creado expectativas y dejado en
evidencia la poca profesionalización y baja capacidad que tiene el Estado para
gestionar los ingresos provenientes de este crecimiento y garantizar el acceso
y la calidad de los servicios más básicos como salud y educación. El modelo de
desarrollo neoliberal ha privilegiado las políticas que favorecen al
empresariado en detrimento de las políticas redistributivas, lo que ha impedido
que el Estado tenga mayor presencia administrativa en su territorio con
inversiones sociales y políticas distributivas, viéndose especialmente
afectadas las regiones de la sierra y la selva, y la población afroperuana e
indígena. El Estado mostró incapacidad para articularse política y
administrativamente a través de sus cuatro niveles de gobierno, y para
controlar actividades ilegales en el territorio, combatir algunos remanentes de
Sendero Luminoso, la presencia del narcotráfico, la minería informal y el
contrabando. Los altos niveles de corrupción también fueron recurrentes,
incluyendo la destitución de Kuczynski, el dictado de
prisión preventiva de Toledo y Humala, y las investigaciones sobre García (Tanaka y Vera, 2008; Meléndez y León, 2009; Dargent y Muñoz, 2012; Meléndez y Sosa, 2013; Muñoz y Guibert, 2016; Mcnulty, 2017).
Los poderes de facto del
Estado peruano no recaen en la sociedad civil sino en los poderes empresariales
y en la tecnocracia, incluso cuando han ganado la presidencia candidatos
declarados de izquierda como el más notable caso de Humala, no ha habido cambio
en las políticas públicas. Esto ha hecho que la distancia entre gobierno y
sociedad civil sea cada vez más amplia, lo que ha generado un profundo malestar
e ingobernabilidad.
Pero esta
protesta ha sido fragmentada y localista, ningún partido ha logrado articular
estas demandas en una propuesta de agenda programática. La gobernabilidad ha
privilegiado la apelación a la autoridad y la fuerza en detrimento de las
reformas sociales sustanciales. Los canales de mediación y resolución de
conflictos y sus actores, como los partidos políticos y los movimientos
sociales son inexistentes o extremadamente débiles. Los partidos políticos
funcionan como coaliciones electorales temporales de políticos independientes,
lo que hace que la dinámica social no pueda afectar la política. El espectro
político ha quedado reducido a la derecha, tanto en la dimensión social
concentrada exclusivamente en el orden y el control ciudadano por medio de
estrategias autoritarias, como en el económico con el consenso neoliberal que
coloca en espera las deudas sociales históricas del país. La ausencia de
partidos políticos estables y programáticos ha aumentado la personalización y
la improvisación de la política (Tanaka y Vera, 2008;
Meléndez y León, 2009; Dargent y Muñoz, 2012;
Meléndez y Sosa, 2013; Muñoz y Guibert, 2016).
Así pues, se
evidencia que los grupos económicos tienen mayores recursos organizativos y de
influencia para afectar a la política peruana sea de forma electoral u otra, y
que los posibles contrapesos se ven desarticulados y débiles frente a ellos.
Los grupos económicos organizados también han contado con un grupo de
tecnócratas en el aparato burocrático que subordinan la política a los
estrechos objetivos economicistas.
Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski se presentaron como tecnócratas, Toledo es un
economista formado en Estados Unidos y Kuczynski es
reconocido por haber desarrollado su carrera profesional en la banca privada y
en la consultoría de inversiones empresariales, y por su preferencia ideológica
por el neoliberalismo. Alan García también adoptó un papel conservador desde el
principio, los principales sectores que respaldaron su administración fueron
los grandes capitales, la iglesia
católica y las Fuerzas Armadas, su preocupaciones fundamentales fueron el orden
y la autoridad, y la política amigable con los grandes capitales para mantener
el crecimiento económico; pero la victoria de Ollanta Humala suponía la llega
de la izquierda por primera vez a la presidencia del Perú, incluso comenzó con
un gabinete de centro izquierda pero solo unos meses después los cambió por uno
conservador al igual que su agenda programática, planteando que en Perú no hay
alternativas (Tanaka y Vera, 2008; Alcántara, 2014;
Alcántara, 2013; Mcnulty, 2017).
La captura del aparato burocrático
del Estado fue el principal instrumento de la derecha peruana durante la
administración de Humala. Las elecciones no son realmente efectivas, ya que el
poder de decisión no es realmente sensible a la demanda de las y los
ciudadanos, sino que se muestra independiente de la ciudadanía.
A pesar de la continuidad
democrática que se ha observado en Perú desde el año 2000, se debe advertir que
sigue teniendo un Estado débil y una democracia frágil con un sistema político
fragmentado y poco representativo. Existen importantes demandas como la
reducción de la desigualdad y actores sociales progresistas con potencialidad
para ser articulados, estos podrían articularse de forma democrática para
contribuir a la calidad de la democracia y extender lo político dentro del
marco democrático, o podría articularse de forma populista o autoritaria.
Finalmente, en las elecciones
presidenciales del 2016 la derecha presento dos opciones con posibilidades
reales de ganar, el Fujimorismo con su partido Cambio 90 de carácter populista
clientelar y conservador en lo socioeconómico, y la opción de una tecnocrática
y liberal en la socioeconómica representada por Kuczynski
y su plataforma electoral Peruanos por el Kambio. Si
bien el fujimorismo perdió la elección presidencial desde este momento se
consolidó como una fuerza estable y de alcance nacional, y ha convertido el clivaje fujimorismo/anti fujimorismo en
el principal electoralmente. Completando el escenario Julio Guzmán presentó una
candidatura con una agenda programática de centro, pero cuando se perfilaba incluso
con mayor preferencia que Kuczynski, fue suspendido
por el Jurado Nacional Electoral unas semanas antes de las elecciones. También
en estos comicios tomó mayor fuerza la coalición de izquierda Frente Amplio que
presentó la candidatura presidencial única de Verónika
Mendoza.
La consolidación de una fuerza de
izquierda, su llegada a la presidencia y la aplicación de su agenda
programática, es un reto fundamental pendiente para la dimensión pluralista de
la democracia peruana.
Colombia:
Violencia y formalidad democrática
En el marco
del Frente Nacional se alternaron en la presidencia como
habían acordado liberales y con- servadores, Alberto Lleras Camargo
(1958-1962), Guillermo León Valencia (1962-1966), Carlos Lleras Restrepo
(1966-1970), Misael Pastrana Borrero (1970-1974), e incluso luego del ven-
cimiento de la cláusula de alternancia en 1978 continuó la alternancia entre
liberales y conservadores con Julio César Turbay (1978-1982), Belisario
Betancur (1982-1986), Virgilio Barco (1986-1990), así hasta 1990 cuando se
rompió la alternancia con César Gaviria (1994-1998) y Ernesto Samper
(1998-2002) completando tres administraciones liberales consecutivas, y
finalmente la administración del conservador Andrés Pastrana, la cual fue la
última de los partidos tradicionales.
Este período se
caracterizó por ser uno de los ejemplos más claros de un sistema de partido de
élite en América Latina, desde la instauración del Frente Nacional la
competencia estuvo limitada hasta la paulatina apertura desde 1974, aunque las
restricciones informales se mantuvieron incluso luego de esta fecha. El
principal mecanismo de sociabilización política de los partidos políticos fue
el clientelismo, el sistema de partidos políticos convergió hacia la derecha,
con tendencias a desestimular la participación electoral y ciudadana en
general, y por un corporativismo con presencia de grupos empresariales muy
influyentes en la definición de las políticas públicas, se pasó del
clientelismo tradicional al clientelismo de broker.
Paralelamente se formaron organizaciones políticas de izquierda, pero los
intereses establecidos lograron mostrarlas no como opositoras al bipartidismo
sino a la estabilidad y al Estado, como un sinónimo de subversión,
estigmatizándolas e incluso buscando exterminarlas físicamente. En estas
administraciones quedaron pendientes varias reformas, la agraria, la
administrativa, la desarrollista y la territorial, lo que trajo como
consecuencia la guerrilla rural, la corrupción y el peculado, desequilibrios
económicos regionales y la continuidad de la estructura gamonalesca
y vacíos de poder local que llenaron las guerrillas, respectivamente (Dargent y Muñoz, 2011; Gutiérrez, 2019; Fals,
1996; Vargas, 2011; Bejarano y Pizarro, 2005).
El Estado colombiano se
caracterizó por la imposibilidad de separar lo público de lo privado y de
implantar instituciones estatales de carácter moderno con normas objetivas e
instituciones impersonales, su proceso de modernización estuvo centrado en lo
económico, debilitando las formas tradicionales de cohesión social y política
sin crear formas modernas, lo que acentuó la fragmentación del
poder; la modernización también fue selectiva y desigual, separando aún más a
la sociedad civil de la sociedad política, entendiéndose esta última como autorreferente
y marginando a los órganos representativos de la discusión de la problemática
económica y social. El Estado colombiano tiene distintas intensidades de
presencia a lo largo del territorio, encontrándose varias zonas marrón, y prevaleciendo la presencia traumática de coacción
(González, 2003; Vargas, 2011).
El narcotráfico también estuvo muy
presente en la política colombiana, especialmente con la elección del jefe del
Cartel de Medellín Pablo Escobar como suplente a la Cámara de Representantes,
la financiación del Cartel de Cali a la campaña presidencial de Ernesto Samper
y las alianzas de narcotraficantes y paramilitares con dirigentes políticos de
alcaldías, gobernadores y congresistas (Vargas, 2010; Levine
y Molina, 2011).
También durante este periodo en la
década de 1960 se crearon y se consolidaron los grupos guerrilleros y en la
década de 1980 los grupos paramilitares y los carteles de la droga.
La guerrilla nació como un proceso
de cuestionamiento social por las profundas desigualdades y de cuestionamiento
político por el cierre de los canales democráticos, las zonas dominadas por los
grupos violentos coinciden con las zonas campesinas marginales donde no llegaba
el Estado. Las guerrillas que han permanecido por más tiempo son la comunista
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y la popular revolucionaria
movimiento M-19. Pero la violencia de los grupos guerrilleros y de los
paramilitares dejó de tener este carácter reivindicativo al estar asociado con
los carteles de las drogas, convirtiéndose y reduciéndose a ser sus brazos
armados. Este escenario desprestigió a la izquierda reformista y legal, y
convirtió al clivaje guerra/pacifismo en el principal del país por sobre el
clivaje socioeconómico donde la izquierda tendría mayor capacidad de
articulación política siendo Colombia uno de los países más desiguales de
América Latina (Wills-Otero, 2014; Gutiérrez, 2019; Touraine, 1989; Camacho y Guzmán, 1989; González, 2003).
La convivencia entre violencia y
democracia recorre toda la historia Republicana de Colombia, el Gobierno no
logra incorporar o eliminar a los grupos armados, y estos no logran cuestionar
la estabilidad de la partidocracia. Lo que si logran es reducir la calidad de
la democracia hasta su mínima expresión formalista, la estigmatización de la
izquierda democrática y la limitación del pluralismo.
El enfrentamiento entre la
guerrilla, los paramilitares y el Estado mantuvo a Colombia en un estado
permanente de violencia, dejó como saldo más de medio millón de asesinatos,
millones de desplazados, violaciones a los derechos humanos y humanitarios,
recurrentes actos terroristas incluyendo los ejecutados en actos de campaña, y
numerosos secuestros de asambleístas, gobernadores, ex ministros y candidatos
presidenciales, y de asesinatos de periodistas, líderes sindicales, más de un
centenar de alcaldes y tres pre candidatos presidenciales que aumentaban su
popularidad, Jaime Pardo Leal en 1987 y Bernardo Jaramillo en 1990 de la Unión
Patriótica, partido que emergió de los diálogos durante la administración de
Belisario Betancur, Carlos Pizarro del M-19 en 1990 y el liberal Luis Carlos
Galán en 1989 (Gutiérrez, 2019; Jaramillo y Franco-Cuervo, 2005; Bejarano y
Pizarro, 2005).
Como se puede observar, Colombia
tiene una larga, aunque limitada, tradición electoral, que es solo igualada por
la larga tradición de la violencia. Así pues, la principal continuidad
histórica de Colombia es la coincidencia de niveles de violencia generalizada
que impiden la participación ciudadana y la competencia efectiva, con gobiernos
e instituciones de democracia limitada, una estabilidad política electoral que
impide la democratización.
Con la Constitución de 1991 se
realizó el mayor esfuerzo institucional de la sociedad colombiana contemporánea
por construir un consenso plural que diese legitimidad y estabilidad al sistema
político, por primera vez en la historia de Colombia se garantizaron
formalmente las elecciones libres y competitivas, se eliminaron las barreras de
entrada a nuevos partidos políticos. Pero también se inició un proceso de
atomización de la representación política, el debilitamiento del sistema de
partidos políticos y el aumento de la desinstitucionalización y personalización
de los partidos, dificultando la efectividad del gobierno (Bejarano y Pizarro,
2005; Mejía y Múnera, 2008; Vargas, 2011; Gutiérrez,
2006; Jarami llo y
Franco-Cuervo, 2005; Dargent y Muñoz, 2011).
En este escenario de guerra que
tiene más de medio siglo y con la agudización de la inseguridad y la crisis
económica, obtuvo la presidencia el candidato independiente y antiguo liberal
Álvaro Uribe Vélez, centrando su campaña en un discurso de mano dura. Por
primera vez en la historia republicana del país ganó un presidente que no tuvo
el respaldo del Partido Liberal o del Partido Conservador.
La administración de Álvaro Uribe
Vélez tuvo como prioridad la seguridad y se puede caracterizar como una de mano dura, conformó un gabinete
tecnocrático, hubo crecimiento económico y el Estado se fortaleció frente a los
grupos que cuestionan su monopolio de la violencia, extendió su presencia hasta
territorios dominados durante décadas por los grupos guerrilleros y
paramilitares, se redujeron las tasas de homicidio, secuestros y desplazados,
su administración se concentró en la materia de seguridad en su más estricto
sentido. Como contraparte se deterioraron indicadores socioeconómicos en áreas
de salud y educación, aumentó el desempleo y la desigualdad, en el marco de políticas
neoliberales y privatizaciones (Mainwaring y Pérez-
Liñán, 2016; Wills-Otero, 2014; Mejía y Múnera, 2008; Jaramillo y Franco- Cuervo, Dargent y Muñoz, 2011; 2005; IDD-LAT, 2010).
Al final del primer período de la
presidencia de Uribe, su bancada aprobó un proyecto de reforma constitucional
para abolir la prohibición de reelección inmediata, permitiéndole una segunda
administración.
Uribe logró la reelección
presidencial con una votación de 7.363.297 y una ventaja de casi cinco millones
de sufragios sobre el segundo en competencia, para consolidar una amplia
mayoría del 62.20 por ciento de los votos, para ello contó con todos los
instrumentos mediáticos, económicos y burocráticos del Estado colombiano, su
votación siguió ubicándose en la clase media y media alta, obteniendo
proporcionalmente menor cantidad de votos en las regiones más pobres (Wills-Otero, 2014; Mejía y Múnera,
2008; Kajsiu, 2017; IDD-LAT, 2007).
Durante el segundo período de
Uribe se agudizaron los enfrentamientos con los otros poderes del Estado, la
Corte Suprema llevó una investigación en 2007 que reveló los vínculos entre
grupos paramilitares y 30 por ciento de los legisladores y políticos cercanos a
su gobierno incluyendo la influencia de narcotraficantes en siete
gobernaciones, doscientas setenta y una alcaldías y tres mil seiscientos
concejales municipales, otra investigación en 2008 reveló que las Fuerzas
Armadas en búsqueda de beneficios económicos que ofrecía el gobierno habían
asesinado a personas inocentes para exagerar el número de víctimas atribuidas a
la guerrilla, siendo identificados más de quinientos casos solo entre el 2007 y
2008, en 2010 los medios de comunicación revelaron que Uribe a través del
Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) realizó actividades de espionaje
ilegales y generalizadas contra defensores de los derechos humanos. Finalmente
Uribe buscó reformar la constitución para reelegirse por un tercer mandato pero
la Corte Constitucional declaró nulo el llamado a referendo reeleccionista (Mainwaring y Pérez-Liñán, 2016; Wills-Otero,
2014; Bejarano y Pizarro, 2005; Pachón, 2009; IDD-LAT, 2015; IDD-LAT, 2007).
Así pues, queda evidenciado como
los intereses económicos legales e ilegales del narcotráfico, utilizan el
dinero y la prebenda como instrumentos para influir en la política colombiana,
indirectamente en el control de la burocracia y las tomas de decisiones, y
financiando candidatos, y participando directamente en candidaturas en puestos
de elección pública, lo que se hace incluso más agudo a nivel local.
Al no poder postularse a la
presidencia, Uribe decidió apoyar la candidatura de su ex ministro de defensa
Juan Manuel Santos, quién fue electo presidente por el número de votantes más
alto y sin precedentes en la historia de la democracia colombiana. Rápidamente
Santos se separó de la línea uribista y en materia de
seguridad prefirió la negociación de paz, lo que mitigó la violencia a nivel
nacional, contribuyó a la desmovilización de la FARC y redujo la polarización.
El proceso de negociación dividió a la derecha colombiana en dos, por una parte
el ala uribista aglutinada en el Partido Centro
Democrático fundado en el 2013 de carácter guerrerista en materia de seguridad
y conservador en lo socioeconómico, y por la otra una coalición más flexible
alrededor del apoyo al proceso de paz, que incluyó a organizaciones
anteriormente uribistas como el partido de la “U” y
partidos de centro izquierda como el Partido Verde y el Polo Democrático
Alternativo (PDA). Los acuerdos de paz fueron sometidos a plebiscito en el 2016
obteniendo una cerrada victoria la opción del “No” defendida por el uribismo con el 50,2%, lo que fortaleció al Partido Centro
Democrático como maquinaria electoral disciplinada (Gutiérrez, 2019; Montilla,
2014; Wills-Otero, 2014; Wills-Otero
y Hoyos, 2016).
En este
escenario de reajustes otros fenómenos continuaron, la alta influencia del
narcotráfico en la política, la falta de compromiso por la garantía de los
derechos humanos especialmente de los sindicalistas, deterioro de los derechos
civiles y políticos, el crecimiento económico con deterioro general de los
indicadores sociales, aumento de la desigualdad y el desempleo, la corrupción,
y siguió pendiente la reforma rural integral que repare una de la mayor
desigualdad en la distribución de tierras en América Latina como es la
colombiana (Rodríguez-Raga, 2017; IDD-LAT, 2015; IDD-LAT, 2013).
Finalmente en
las más recientes elecciones presidenciales del 2018 se presentaron dos
candidatos no de derecha con expectativas reales de competencia, una propuesta
de centro con un lenguaje moderado encabezada por Sergio Fajardo que contó con
el apoyo del también ex candidato presidencial de centro izquierda Antanas Mockus, y otra de extrema
izquierda Gustavo Petro, ex guerrillero del M-19. Petro logró acceder a la segunda vuelta de las elecciones
con el uribista Iván Duque mostrando los altos
niveles de polarización de la sociedad colombiana, finalmente ganó, de nuevo,
la derecha.
La victoria de Iván Duque apelando
casi exclusivamente a sus credenciales uribistas
frente a las opciones de izquierda y de una derecha liberal y pro diálogo, es
la victoria de la derecha guerrerista y más conservadora en lo socioeconómico.
Los sistemas políticos en Perú y
Colombia pueden ser considerados de pluralismo limitado ya que en toda su
historia republicana las propuestas de izquierda han tenido especiales
dificultades para lograr llegar al poder. Esto reduce la calidad de la
democracia ya que la alternabilidad no debe ser solo de personas sino de
agendas programáticas fundamentalmente, para así garantizar los valores
fundamentales de la democracia como el pluralismo.
La batería de instrumentos que ha
utilizado históricamente la derecha para mantenerse en el poder han sido
amplios, los impedimentos formales a la competencia como el veto a las
organizaciones de izquierda, el control tecnocrático de la burocracia, el
clientelismo y la corrupción, la estigmatización de la izquierda, e incluso el
asesinato sistemático de los principales líderes y candidatos de la izquierda
en todos los niveles de gobierno en Colombia.
Perú y Colombia han sido en la
contemporaneidad de derecha en la agenda de seguridad y en la socioeconómica.
La presencia de grupos armados generan incentivos para que los países se
preocupen especialmente por cumplir con la condición básica de toda
organización política, el orden, y con la condición necesaria de todo Estado,
el monopolio de la violencia, lo que resta atención y recurso a una agenda
democrática más amplia; adicionalmente se ha entendido a la seguridad en su
sentido más estrecho de lucha violenta. Todo esto se agudizó en las coyunturas
críticas con Fujimori y Uribe. Su liberalismo económico, o Estado mínimo, ha
hecho que las instituciones democráticas lleguen con poca fuerza a gran parte
del territorio y de la población nacional, teniendo las liberalizaciones
políticas pocas repercusiones positivas en sus derivados socioeconómicos.
Y finalmente, como nota positiva,
en los últimos años las democracias también han sido liberales, la
independencia de las Cortes de justicia han controlado el poder del ejecutivo,
evidenciado esto con las investigaciones de corrupción que recaen sobre los ex
presidentes de Perú y con el impedimento de reelección de Álvaro Uribe Vélez
quien pretendía un tercer periodo presidencial. También se debe resaltar que la
tradición civilista, histórica en Colombia y reciente en Perú, tiene como
elemento explicativo la capacidad organizativa que ha tenido la derecha para
que sus intereses se vean representados en la agenda de política, lo que reduce
los incentivos de golpes de Estado como se han dado de forma recurrente por la
derecha en otros países y en otros momentos históricos de la región.
La mejora en la calidad de la
democracia en Perú y Colombia pasa por garantizar efectivamente un pluralismo
democrático que incluya a todo el espectro político de izquierda a derecha.
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