DOCUMENTO DE REFLEXIÓN NO DERIVADO DE INVESTIGACIÓN            

Recibido:  27/04/2023

Aprobado: 10/05/2023

 

 

La observación de segundo orden y su relación con                                la historia cultural: una aproximación metodológica

Reading representations: a theoretical-methodological proposal from culture history and second order observation

John Jairo Pabón Erazo

Licenciado en Ciencias Sociales Psicólogo Magíster en Pedagogía Doctorando en historia Docente Universidad de Nariño

Email: jairopaboncs@gmail.com

 

DOI: https://doi.org/10.22267/rceilat.235253.124

 

Resumen

El presente artículo tiene por objetivo brindar un acercamiento a la observación de segundo orden como una herramienta metodológica dentro de la historia cultural. El texto surge a partir de una revisión bibliográfica y de la reflexión teórica y metodológica entre la historia cultural y la observación del segundo orden. Por consiguiente, se busca abrir perspectivas metodológicas que ayuden a comprender a la historia como un sistema de comunicación en general y a la historia cultural como una observación de la realidad en particular.

Palabras clave: historia cultural, observación de segundo orden, representaciones, sistemas de comunicación.

 

Abstract

The purpose of this article is to provide an approach to second-order observation as a methodological tool within cultural history. The text arises from a bibliographical review and from the theoretical and methodological reflection between cultural history and second order observation. Therefore, it seeks to open methodological perspectives that help to understand history as a communication system in general and cultural history as an observation of reality in particular.

Keywords: cultural history, second-order observation, representations, communication system.


 


La historia como sistema de conocimiento

Para lograr el objetivo de proponer a la observación de segundo orden como una herramienta metodológica se hace necesario, en un primer momento, reconocer a la disciplina historia como un sistema de comunicación, además, se requiere una revisión del concepto de representación dentro de la historia cultural. Por lo anterior, se precisa, por una parte, comprender la historia como un sistema de comunicación y como éste realiza observaciones sobre la realidad. Por otra parte, revisar una historia sectorial, la cultural, la cual con la introducción de la representación como principio de inteligibilidad posibilita la observación de comunicaciones. Con ello, se viabiliza una introducción teórica para comprender la propuesta metodológica de la observación de segundo orden dentro del campo de la historia en general y de la historia cultural en particular.

Asumir a la disciplina historia como un sistema de comunicación implica tomar una postura epistemológica acerca de la realidad y producción del conocimiento. El concepto de sistema de comunicación es tomado, de manera directa, de la propuesta de Niklas Luhmann. Este autor postula que al hablar sobre el conocimiento y la ciencia nos adentramos a un sistema complejo llamado SOCIEDAD, es decir, el conocimiento se entrelaza estructuralmente, para comprender el sistema y el entorno en el cual se produce. La necesidad del saber posibilita la comprensión del sistema y el entorno. Por ello, será la sociología del conocimiento la encargada de revisar las condiciones sociales en las cuales se produce. A pesar de postular a la sociología como la disciplina que cumple el papel de revisar el contexto de producción, no desconoce que cada disciplina tiene sus propias reflexiones “la teoría de los sistemas sabe actualmente que todos los sistemas realizan su propia autonomía sobre los condicionamientos que ellos mismos ejecutan como sus propias operaciones” (Luhmann, 1996, p. 58). Por lo anterior, se puede considerar que la historia es un sistema que opera desde una especificidad para comprender una forma de conocimiento, por lo tanto, define sus funciones, problemáticas, actos, intereses, etcétera.

El trabajo  del  historiador,  desde la posición de la comunicación, no significa elaborar una reconstrucción del pasado sino una observación del pasado, además, el sistema por el que se realiza esta observación es la disciplina en sí, la historia. En este punto se hace necesario adentrarse en uno de los postulados de la observación de segundo orden, la autorreferencia, la cual no sería otra que la primera observación que realiza un sistema. La historia para ser reconocida como tal requiere que desde su comunidad científica se identifique, por ello, es interesante la separación que se hizo en la década de los setenta cuando la teoría de la historia empieza a ser tratada por los historiadores y no por filósofos, dando paso a una autorreferencia. Por consiguiente, ésta, la autorreferencia, hace posible que la historia, que depende a su vez de un sistema social llamado ciencia, dentro de otro general la sociedad, se convierta en una unidad de conocimiento o sistema. La interconexión de estos posibilita el surgimiento del conocimiento y su validez, el cual se avala dentro de la disciplina histórica.

El denominar a la historia como un sistema dentro del sistema ciencia, a partir de los postulados del segundo orden, implica realizar revisiones con respecto a aspectos puntuales que llevan a interrogar sobre ¿Cómo se posibilita el estudio del pasado? Se puede partir del hecho del cambio de mirada en cuanto a la posibilidad de observación de la realidad. Los paradigmas positivistas han tratado  de  vincular la realidad desde un punto de vista ontológico, al desarrollar una posición ostensiva con respecto al mundo. Desde esta perspectiva, se trata de ver la realidad factual, la que existe por fuera del observador. Bajo este postulado, se habla de objetos autónomos e independientes, estableciendo una relación con el sujeto que se interesa por él. Desde una posición constructivista la realidad solo existe en la medida que el observador realice distinciones que lo lleven a tomar postura por algo, se podría decir que es “la introducción del observador en la construcción de todo conocimiento del mundo, el fenómeno operacional de la observación y el epifenómeno de la observación de observadores” (Robles, 2012, p. 15). Este es un punto para destacar dentro de la posición constructivista, porque no es poner en cuestión un objeto de estudio sino la posibilidad de hacer distinción ante una realidad. La realidad es posible en la medida en que la establezca el observador. Por consiguiente, la posición anterior nos pone ante la cuestión del sujeto y objeto de investigación, dentro de la historia en particular y las ciencias sociales en general.


En relación con la historia y su inserción como sistema, nos ubica dentro de la propuesta del giro reflexivo. El concepto de reflexividad es  tomado de la teoría social de los sistemas y la metodología de las distinciones, entendido como el nivel en el cual se observa una observación con la ayuda de otra observación, “De esta manera se da una “observación de la observación”, una cibernetic of cibernetics en el sentido de Heinz von Foerster: una observación observante” (Jokisch, 2002, p.  370). Es una operación que tiene en cuenta a quien realiza la observación. Esta puede darse cuando un sistema se observa hacia sí mismo o cuando observa otro sistema. El historiador mexicano Alfonso Mendiola es quien precisa esta posición del giro reflexivo dentro del campo historiográfico. Adentrándose, Mendiola, en la reflexión que hace Dosse, a partir de Nora, sobre el giro historiográfico, el cual consiste en introducir al historiador como observador empírico (Mendiola, 2005). Lo cual significa que el investigador social no solo pone las condiciones de trabajo sobre el pasado, sino que reflexiona sobre su oficio, es decir, realiza una observación. El resultado de introducir el giro reflexivo da la posibilidad de establecer una relación particular entre el sujeto y el objeto del conocimiento, el cual va a estar determinado por la posición que toma el historiador y la reflexión sobre su ejercicio, pasando de una realidad ontológica a una posición constructivista.

La propuesta de giro reflexivo, por cuanto se incrusta dentro de los principios de la observación de segundo orden, plantea el hecho de introducir al investigador como observador. Para lograr desarrollar esta postura, uno de los primeros pasos para tener en cuenta es la relación que el observador establece con la realidad. Mendiola plantea el problema, haciendo referencia a una proposición de Michell Baxandall sobre la pintura, quien afirma que no se describe cuadros, sino que se estudia las comunicaciones que estos contienen. Es decir, la preocupación no se basa en el objeto, por el contrario, en las formas del objeto. “Los cuestionamientos que surgen sobre esta postura giran en torno a indagar como reintroducir al observador en la explicación de los cuadros” (Mendiola, 2005). Para el caso de la historia el problema queda planteado de forma similar, el historiador ya no será más el sujeto que hace explicaciones del pasado, sino, por el contrario, realiza observaciones sobre el pasado. En ese orden de ideas, la realidad no se encuentra dada para sobre ellas realizar explicaciones, sino que la realidad es plausible sobre la base de la observación, pero no como una entidad ontológica “[…] la realidad es realidad observada, nos referimos a que lo “real” sólo se hace presente cuando se ha realizado una operación particular” (Mendiola, 2005, p. 515). En otras palabras, se van a encontrar distintas versiones de la realidad por cuanto la realidad existe como interés de observación, lo cual, a su vez, hace posible la inserción del historiador dentro de la construcción del conocimiento, a partir del sistema llamado historia.

La historia, dentro de la epistemología de los sistemas observantes, requiere tener un tratamiento específico con respecto al pasado. Este ya no se constituye como objeto independiente, el cual espera a ser descubierto o encontrado para un análisis, por el contrario, el objeto desaparece para dar pie al concepto de forma. Es por esto por lo que, no se está hablando de una realidad objetivizadora, sino de distinciones de la realidad, dicho de otra manera, lo que se busca con una investigación de segundo orden es observar lo latente, la contingencia. Por ello, el concepto de forma, tomado como distinción de la realidad, posibilita la existencia de lo que puede ser observado, es un viraje del objeto hacia la operación de distinción. La operación descrita permite distinguir entre algo “queremos llamar a una observación a la operación que distingue algo para denominarlo” (Jokisch, 2002, p. 180). No es el pasado el que determina la elección la observación, es el historiador quien establece una distinción para realizar la observación a partir de los sistemas de comunicaciones de los observadores de primer orden, en otras palabras, designa lo real. El trabajo histórico será entendido, desde esta posición, como el hacer manifiesto algo a través de la búsqueda de lo latente y las distinciones que realice el observador al pasado. Esta posición con respecto al pasado y lo latente conlleva a que el ejercicio indagatorio pase de la pregunta qué al cómo; se supera, de esta manera, la concepción fáctica para avanzar hacia la comprensión de cómo son las observaciones que los observadores hicieron de la realidad, y no nos preguntamos por el qué ocurrió, sino por el cómo se realizó la operación de observación.

Establecer la historia como un sistema de comunicación a partir de los postulados de la teoría de observación de segundo orden implica muchas aristas como se acaba de justificar. En primer lugar, hay que comprender que la historia como sistema de comunicación es un subsistema dentro de otro subsistema (ciencia), el cual a su vez depende de otro sistema mayor la SOCIEDAD. En segundo lugar, el identificarse como sistemas posibilita que puedan definirse sus funciones, problemáticas, actos y diferencias. Tercero, dentro de este proceso el cambio que se  establece es de tipo epistemológico, al pasar de una realidad ontológica ostensiva hacia una posición constructivista, en la cual ya no se busca una pregunta del qué del pasado, sino al cómo se realizaron las observaciones de ese pasado. Por último, la operación que mejor se adecua a los propósitos expuestos es la observación como mecanismo para comprender la realidad y la distinción como operación para la designación de la observación. En consecuencia, la historia se establece como el sistema que hace observaciones del pasado a partir de lo latente y contingente, así rompe con el esquema positivista que busca una realidad factual objetivista centrada en lo manifiesto.

 

Las representaciones como observaciones de lo real

Dentro de la disciplina historia existen unas sectorizaciones que, siguiendo la perspectiva de segundo orden, se pueden entender como subsistemas, los cuales generan sus intereses, funciones y problemáticas en particular, que los distingue de otros dentro de la disciplina general. Por lo tanto, se tiene un gran abanico de posibilidades de interpretación sobre la observación del pasado a partir de lo social, lo político, lo económico, cultural, etc. Sin embargo, existe una historia sectorial que por sus intereses se acopla con la propuesta de observación de segundo orden, la historia cultural. Esta historia sectorial ha tenido como preocupación, dentro de su campo de estudio, los discursos, las prácticas y las representaciones del mundo social. Cada uno de estos intereses ha desarrollo metodologías que posibilitan la construcción de conocimiento, pero la definición que ha desarrollado Roger Chartier sobre representación genera la posibilidad de encuentro entre esta historia sectorial y un estudio de segundo orden. Por lo tanto, la revisión de la historia cultural es un camino que posibilita la operacionalización de la observación de segundo orden y la metodología de las distinciones en un trabajo empírico. La intensión no es solo hacer una revisión y explicación del sistema historia, sino comprender como esta opera en su ejercicio disciplinario y metodológico. Por ello, en este apartado se requiere hacer una introducción al concepto de historia cultural.

 

¿Qué se entiende por historia cultural?

A finales de la década de los años ochenta, en una editorial de la revista Annales, Roger Chartier realizó una reflexión acerca del trabajo y las prácticas en el oficio de la historia, origen de lo que hoy se entiende por historia cultural. El ensayo partía de la reflexión entre la disciplina histórica, la relación con las ciencias sociales y sus modelos explicativos sobre la realidad. Además, se convirtió en la base de su propuesta de trabajo, la cual se reflejaría en su obra El mundo como representación: estudios sobre la historia cultural (Chartier, 1992). Por tanto, se generó una propuesta teórico-metodológica en la forma de hacer historia, superando las ambigüedades de la historia de las mentalidades y fomentando lo que se conocerá como la cuarta generación de la escuela francesa de Annales, la cual se podría resumir en la premisa del paso de una historia social de la cultura a una historia cultural de lo social.

Dentro de la editorial de Annales, y posterior apartado del libro El mundo como representación, el autor hace un llamamiento a partir de una doble constatación: por un lado, la crisis de las ciencias sociales en sus paradigmas explicativos vigentes: el estructuralismo y el marxismo. Por otro lado, señala la vigorosidad de la disciplina histórica al enriquecerse de otras áreas o campos de conocimiento. Se presenta entonces la oportunidad de reevaluar y hacer un diagnóstico sobre la necesidad de repensar las prácticas llevadas por los historiadores. Dentro de esa revisión fueron sin duda tres los desplazamientos que se debían realizar para llevar a un cambio en el paradigma historiográfico: el alejamiento de los modelos de historia global, la definición territorial y la importancia a la división social. La propuesta pretendía tener otro enfoque, que sin restarle importancia a lo social lo cambia de posición. Era un alejamiento de aquella historia que pretendía ser global para dar paso a otro tipo de manera de comprender la realidad “De aquí, los intentos realizados por descifrar de otra manera las sociedades, al penetrar la madeja de las relaciones y de las tensiones que las constituyen a partir de un punto de entrada particular (un hecho, oscuro o mayor, el relato de una vida, una red de prácticas específicas) y al considerar que no hay práctica ni estructura que no sea producida por las representaciones, contradictorias y enfrentadas, por las cuales los individuos y los grupos den sentido a mundo que les es propio” (Chartier, 1992, p. 49). Esta nueva propuesta se presentó como un cambio significativo que llevó a repensar las mentalidades como también hacer un giro de lo social a lo cultural.

La historia cultural se presentó como una alternativa para superar la crisis en los principios de inteligibilidad y las explicaciones  que  se  brindaban en los campos de la historia social y económica, además de superar en las mentalidades las acusaciones sobre su ambigüedad. La historia intelectual ya señalaba las debilidades de la tercera escuela, con respecto a ser colectiva, lo cual conllevaba una mentalidad generalizada, por la importancia que le daba a lo cualitativo y serial, bajo los postulados de la estructura braudelina. La historia cultural daría la estocada, al dar un giro hacia el retorno del sujeto, las subjetividades y la narrativa. De esta forma se muestra la preocupación por el indicio, que por la primacía en la seriación y cuantificación de las fuentes. Así que se estableció un cambio en la forma en la que se venía haciendo historia, en la cual las estructuras sociales y económicas primaban como principio para explicar la realidad del pasado; Chartier planteaba un cambio de enfoque pasando de la historia social de la cultura, a la historia social de lo cultural.

El cambio de enfoque, en el cual se traslada la importancia de las estructuras sociales fijas y determinantes dentro de la investigación, a las producciones, los objetos, las formas, las prácticas y las representaciones, dará importancia a aspectos que hasta ese momento no fueron tratados con la pertinencia requerida:

“Partir así de objetos, formas, códigos y no grupos nos lleva a considerar que la historia sociocultural vivió demasiado apoyada sobre una concepción mutilada de lo social. Al privilegiar la única clasificación socioprofesional olvidó que otros principios de diferenciación, también plenamente sociales, podían explicitar, con mayor pertinencia, las separaciones culturales” (Chartier, 1992, p. 53). Este viraje fue el que sin dudas quedó plasmado en la sentencia que Chartier llamó de la historia social de lo cultural a la historia cultural de lo social. Este cambio llevó a nuevas maneras de conocer y adentrarse en el pasado, oponiéndose a las viejas formas: la historia social, la historia económica y la historia de las mentalidades. Por otro lado, impondrá el concepto de representación como eje central de la historia cultural.

 

Las representaciones un eje de la historia cultural

Es claro que la forma de hacer historia que plantea Chartier tiene dos elementos que generan controversia: el concepto de cultura y de representación. El primero de por lleva a controversia dentro de las ciencias sociales, son muchas las interpretaciones sobre él y se ha convertido en un elemento crucial dentro de cualquier disciplina, por ello, el abanico de consideraciones y conceptualizaciones existentes entorno al término cultural. Por otro lado, está el concepto de representación, el cual ha estado presente en los estudios históricos y sociales. Sin embargo, el uso de esta categoría depende de la disciplina que la utilice, el tiempo y qué se pretende con él. Es así que, se hace necesario establecer unas pautas precisas para determinar qué es la historia cultural, y qué se entiende por representación.

La historia cultural, en palabras de Chartier, se entiende en oposición a la historia política y social que se practicaba hasta los años ochenta: “Por una parte, considera al  individuo,  no  en la libertad supuesta de su yo propio y separado, sino en su inscripción en el seno de las dependencias recíprocas que constituyen las configuraciones sociales a las que él pertenece. Por otra parte, la historia cultural coloca en lugar central la cuestión de la articulación de las obras, representaciones y prácticas con las divisiones del mundo social, que, a la vez, son incorporadas y  producidas  por  los  pensamientos y las conductas” (Chartier,  1992,  p. X). Es clara la pretensión del autor al proponer este tipo de historia. Queda establecida su vinculación con lo social y pone en un lugar de privilegio las prácticas y representaciones. Por consiguiente, las prácticas han sido un elemento clave dentro de la búsqueda de lo real en la historia, pero desde su propuesta se hará énfasis en las representaciones. Finalmente, se puede precisar que la historia cultural genera representaciones sobre ella misma, para Guzmán Vázquez son tres: “Primero, su descripción como tributaria de una profunda tradición historiográfica, en segundo, su papel como una corriente de ruptura y renovación, y finalmente, su concepción como aglutinante del quehacer de la investigación histórica” (Guzmán Vázquez, 2012, p. 18). Hasta el momento se hace una precisión con respecto a la historia cultural, teniendo en cuenta los intereses, funciones y problemáticas, lo  cual  determina un subsistema dentro de la disciplina historia, pero la manera en que esta posición sectorial genera importancia es a partir del concepto de representación.

La propuesta de la historia cultural se centrará en concebir al mundo como una representación social, de ahí, el título de su artículo en 1989, originando un planteamiento teórico-metodológico. Al proponer este tipo de realidad la historia deja de ser monopolio de los historiadores, porque la representación del mundo social viene dada desde tiempo atrás, a través del uso de los distintos dispositivos que intentan expresan una realidad, por ello el interés del autor en el libro y las prácticas de lectura. Teniendo en cuenta estos planteamientos la práctica historiográfica tendrá un giro, ya no se basa en búsqueda de las certezas sino de las representaciones de las realidades expresadas en objetos, es decir, el historiador debe introducirse en estos objetos del pasado. Por consiguiente, plantea lo siguiente: “Nuestra obligación ya no consiste en reconstruir la historia, tal como la exigía un mundo dos veces en ruinas, sino en comprender mejor y aceptar que los historiadores ya no tienen el monopolio de las representaciones del pasado” (Chartier, 2007, p. 17). El estudio de las representaciones en ese orden se convierte en el estudio de las subjetividades en un espacio y un tiempo determinados, se encuentran presentes en el mundo social.

El uso de las representaciones se basa en un retorno a clásicos de las ciencias sociales, quienes se habían acercado al concepto. También designa la necesidad de expresar el origen del concepto y qué se entiende por él. En primer lugar, al hablar de representación es hacer un retorno a las propuestas que plantearon Durkheim y Mauss sobre las mentalidades colectivas, expresadas a partir de una indagación sobre las formas de clasificación primitivas, en la que se afirma que “la conciencia es el flujo continuo de representaciones” (Mauss, 1971). En el trabajo que realizan en conjunto estos autores se encuentran las primeras contribuciones al concepto de representación  colectiva,  en  la  que la influencia de la subjetividad y los aportes de la psicología contribuyeron a su desarrollo. En segundo lugar, es un retorno a los presupuestos acerca de la civilización propuestas por Norbert Elias. Los aportes de este último serán vitales sobre todo para justificar el estudio de las representaciones. Dentro del proceso civilizatorio expuesto por el autor hay una alusión sobre la violencia, y el sometimiento de esta cuando el Estado la monopoliza al ser la autoridad la única que puede ejercerla de manera legítima. Por consiguiente, si se tiene en cuenta el desarrollo del proceso civilizatorio, en la cual la violencia sangrienta es acorralada y llevada a lo clandestino y delictivo, no queda otra manera de enfrentamiento que el de la lucha de representaciones. Por estas razones Chartier explica el porqué del uso de las representaciones:

En primer lugar, el retroceso de la violencia entre los individuos que caracteriza a las sociedades occidentales entre la Edad Media y el siglo XVII... Por otro lado, la autoridad de un poder o la dominación de un grupo depende del crédito otorgado o denegado a las representaciones que éste proponga de mismo. (Chartier, 2007, p. 71)

Por consiguiente, para comprender el mundo social y los enfrentamientos que se dan dentro de él, se hace necesario abarcar otras miradas, no sólo centrarse en lo social o lo político sino revisar las subjetividades y representaciones de ese mundo.

El concepto de representación no puede adjudicarse como exclusivo de la historia cultural, podría decirse lo contrario, con el pasar del tiempo se ha ido vinculado a una corriente historiográfica. Se mencionó la influencia de algunos clásicos que aportaron en el estudio de las representaciones, por cuanto repercutieron en el desarrollo de la historia cultural, pero el termino en sí es revisado desde una arqueología lingüística. Chartier en varias oportunidades resalta como el significado de representación viene dado desde hace tiempo, pone de referencia el diccionario Furetiére, edición 1727, en donde se encuentran dos acepciones o sentidos: primero, como una imagen que devuelve a los objetos ausentes. Y segundo, como una presencia, la presentación pública de una cosa o persona. Pero esta será el punto de partida, apoyado en Marin, Chartier explicará en que consiste el estudio de las representaciones.

En un análisis para precisar que se entiende por representaciones Chartier realiza una revisión a la obra de Marin para definir y caracterizar el concepto. El trabajo inicia haciendo un reconocimiento al concepto de representación, ya que permite salir de las antiguas mentalidades precisando la relación que los individuos establecen con el mundo social. Los aportes tomados señalan un cambio en la manera de hacer historia y la relación que se establece con los objetos. La representación tendrá una doble dimensión “Uno de los modelos más operativos construidos para explorar el funcionamiento de la representación moderna […] es el que propone la toma en consideración de la doble dimensión de su dispositivo: la dimensión “transitiva” o trasparente del enunciado, toda representación representa algo; la dimensión “reflexiva” u opacidad enunciativa, toda representación se presenta como algo” (Chartier, 1996, p. 80).

Con estos presupuestos el concepto de representación se convertirá en un principio de inteligibilidad que ayudará en la comprensión del  pasado, no reconstruyendo una realidad sino haciendo representaciones de algo que ya no está; una concepción diferente a  la  posición  ontológica  en  la  cual se busca el “ser ahí” o un “sido ahí” (Ruiz Guadalajara, s. f). A partir de lo expuesto se obliga al historiador a replantear lo simbólico y establecer como se relacionan las representaciones y las prácticas, enfocarse en las formas en como los individuos y los grupos tienen una imagen de mismos.

 

Lectura de segundo orden y metodológica de las distinciones

Ante la inquietud metodológica de segundo orden y su relación con la historia cultural se puede decir lo siguiente: al trabajar con los postulados teóricos de ésta última y su principio de inteligibilidad, se  mencionó  que no se trabaja sobre una realidad en sí, ontológica, sino que se pretende hacer un acercamiento a las formas en las que las personas de un tiempo representaron u observaron un mundo que les era propio, Chartier plantea que las representaciones del mundo social son “[…] las diferentes formas a través de las cuales las comunidades partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben y comprende su sociedad y su propia historia” (Chartier, 1992, p. I). Por consiguiente, en ningún momento se pretende realizar un estudio sobre los objetos en el mundo, sino sobre las observaciones de esos objetos, es decir se hace necesaria una ontologización. Desde un enfoque constructivista se identifica distinciones de una realidad observada en un momento determinado por quienes se encargaban de producir y difundir realidades a partir de las representaciones. “La historia cultural no se pregunta por el qué de lo que se ve, sino por el cómo es que se ve lo que se ve. La historia cultural no describe el pasado, sino que describe las observaciones del pasado” (Mendiola, 2005).

Al considerarse a las representaciones como formas de comunicación se les da prioridad ante los objetos, es decir, se busca  las  comunicaciones, no los objetos que comunican. Por consiguiente, el análisis se hace desde unas características indispensables, las cuales se reflejarán en el trabajo con fuentes, parafraseando (Mendiola, 2005, p. 20), se pude decir lo siguiente: primero, las fuentes se leen bajo preguntas y respuestas. Segundo, las fuentes están situadas socialmente, lo cual habla de una comunidad de interpretación. Ter-cero, se trabaja sobre las maneras en que las personas o los colectivos observaron lo real. Por consiguiente, los elementos seleccionados llevan a constatar que los soportes materiales, las fuentes, se conjugan con prácticas sociales; es por ello por lo que la lectura de representaciones se hace indispensable.

La selección de información plasmada en los soportes materiales, fuentes, no se realiza por series o buscando la realidad de los objetos. La manera de dar sentido al uso de objetos se establece en la medida en que se puede considerar una comunicación y  esto se realiza por medio de la operación de observación. Por lo tanto, se hace necesario asociar que la observación se puede entender como “toda forma de operación que lleve a cabo una distinción para designar una (y no la otra) de sus partes” (Luhmann, 1997, p. 92). El trabajo de campo requiere tener claro que se ha establecido unos parámetros para realizar la observación y la distinción. Se debe recordar que se trabaja con una observación de observación y es el historiador quien define la realidad a observar. Por lo anteriormente expuesto, es de vital importancia tener claro que la distinción consiste en establecer una diferencia y una diferenciación, distinción simétrica y distinción asimétrica, hablando en términos propios a la teoría de los sistemas. La observación se apoya de una distinción para determinar la unidad de objeto, es decir, se esta tratando con un sistema lógico dentro de las distinciones. En términos generales se puede decir que la unidad lógica de distinción de la realidad se logra en la medida en que se establezca un entrelazamiento entre la diferencia y la diferenciación, entre la distinción y/o sin distinción y lo distinto, no sin distinción (Jokisch, 2002). Llevándolo a un lenguaje clásico se puede decir que la diferenciación se establece como el objeto de estudio a observar, mientras que la diferencia son las características que le dan forma al objeto de estudio. El trabajo con las fuentes se resume en la observación de las operaciones del sistema, es decir, las comunicaciones.

Después de establecer la observación y la distinción se puede subrayar que estamos frente a una técnica para la lectura de observaciones, sin embargo, dentro de la labor de la historia se presenta el dilema sobre qué fuentes son las que apoyan el trabajo, por ello, es necesario no perder los fundamentos de la historia cultural con respecto a los soportes materiales y dispositivos en los cuales plasman o materializan las representaciones. Por consiguiente, las fuentes aparte de presentar comunicaciones se presentan como semióforos, en otras palabras, como objetos investidos de significación (Pomian, 2010). Desde la propuesta hecha por Krzysztof Pomian la historia cultural no se centra únicamente en los objetos, cosas, sino en las significaciones que poseen. El autor plantea que existen objetos que se pueden designar como desechos, objetos que no se usan; como cuerpo, poseen elementos materiales en estado natural. Sin embargo, existen objetos que van más allá, lo cuales se pueden asociar a las fuentes usadas por el historiador. Se puede hablar entonces de los semióforos u objetos cargados de significación; las cosas, objetos sin significación; y los medios objetos que ayudan en la significación del semióforo. Estos últimos se convierten en los dispositivos en los cuales el historiador trabajaba, no se habla entonces del objeto en sí, sino de la carga significativa que esté posee. La historia cultural al trabajar con sistemas de comunicación y con su pretensión de recuperar las formas en las cuales los sujetos de otro tiempo representaron su realidad y la apropiaron, necesita estudiar las significaciones de los objetos. En ese orden de ideas, las fuentes no se convierten en elementos que hablan de una realidad factual, sino de elementos y características de la representación de una realidad expuestos en objetos cargados de significación.

La historia cultural se acerca a la referencia de lo real a partir de las representaciones, es decir, a partir de un sistema de comunicaciones u observaciones plasmadas en objetos revestidos de significación. Volviendo a Mendiola se podría sentenciar que: “La historia cultural no se pregunta por el qué de lo que se ve, sino por el cómo es que se ve. La historia cultural no describe el pasado, sino que describe observaciones del pasado” (Mendiola, 2005, p. 33). El problema que se plantea en cuestión radica en cómo hacer una lectura de esas observaciones pretéritas, de las interacciones simbólicas del pasado. Los objetos no remiten a una realidad ontológica, sino que sirven de testigos, por ello el tratamiento que se les debe brindar debe partir de una metodología que brinde la posibilidad de observar lo que otros observaron.

La inquietud sobre el cómo leer observaciones conlleva a generar un acercamiento a la teoría de los sistemas sociales del sociólogo Niklas Luhmann, tomando aportes de su propuesta para generar una aplicación dentro campo de la historia. La invitación de Luhmann se hace necesaria en la medida en que lo que se pretende analizar son las representaciones: comunicaciones u observaciones de lo real. Es decir, trabajar sobre las distinciones que una sociedad usó para representarse o representar una realidad. Dentro de la teoría de los sistemas sociales estas se conocerán como contingencias, determinadas particularidades que se establecen en las diferentes  culturas, y las cuales se pueden interpretar a través de las distinciones hechas por un observador.

Por consiguiente, lo que se pretende realizar es una observación de segundo orden, entendida esta como: observar las observaciones de un observador; contenidas en objetos revestidos de significado. La observación se puede entender como una contingencia o viceversa, es decir, las distinciones llevadas a cabo para designar una realidad y no otra, “La característica contingente se refiere a que lo observado depende de lo que el observador puede observar” (Ragliantim, s.f, p. 303). Por lo tanto, las observaciones son selecciones contingentes de un observador. Estos procesos pueden tener dos niveles. En un inicio la observación puede ser de primer orden, es decir, simple; presupone una denominación, pero no contempla otras distinciones debido a que el observador lo hace de primera mano. Por otro lado, se tiene la distinción que realiza un observador externo a esa primera observación, para hacer una distinción sobre aquello que el primero no pudo observar, “Una observación de una observación observa la forma de la primera observación, es decir, tanto el lado indicado como el no-indicado de ella” (Ragliantim, s.f, p. 304).  En ese orden de ideas la observación de segundo orden se convierte en una opción de privilegio para interpretar las contingencias presentes dentro de un sistema o marco de interpretaciones.

Finalmente, la observación de observaciones en la función de realizar distinciones trabaja con la latencia. Por lo tanto, no indaga en las fuentes lo que resalta a primera vista, lo manifiesto, sino que se busca realizar una distinción en aquello que no se pudo ver en un primer momento por ser el primer observador parte de un entorno “porque un observador no vea o incluso no pueda ver algo no se puede explicar con fallos circunstanciales, sino que sólo puede deberse a él mismo” (Luhmann, 1997, p. 95). La latencia permite escudriñar en aquello que se encuentra detrás de las líneas dejadas como testigos. La observación de segundo orden pone sentido en la comunicación que se observa a partir de distinciones, no se trata de atrapar una realidad e imitarla, sino en encontrar en ella distinciones que no fueron manifiestas por un primer observador.

 

Conclusiones

El problema planteado dentro del texto se encuentra relacionado con la posibilidad de aplicar una metodología dentro de una historia sectorial, es decir, el realizar un acercamiento entre la observación de segundo orden y la historia cultural a partir su principio de inteligibilidad, las representaciones. Es así como el texto no se centra en la posibilidad o no de su aplicación, sino en la manera en que se puede vincular dentro del oficio del historiador; cuestionar la validez de dicha relación se convertiría en un debate inapropiado dentro de las ciencias sociales, debido a que uno de los elementos que caracteriza al conocimiento es el ampliar las posibilidades y herramientas dentro de los sistemas investigativos. Por consiguiente, se esboza la posibilidad de como el investigador del pasado puede formular, desarrollar y hacer lecturas de un problema de investigación a partir de los postulados de la observación de segundo orden y la metodología de las distinciones.

Para lograr una  comprensión  de la metodología de  segundo  orden  y la relación  con  la  historia  cultural, se enmarca un problema reflexivo en cuanto a los elementos epistemológicos. Se establece a las ciencias como un subsistema de la sociedad y a su vez a la historia como otro subsistema, el cual permite que tenga una validez y reconocimiento, por lo tanto, admite que se pueda realizar revisiones y reflexiones sobre misma. La historia entendida como un subsistema de conocimiento permite el cambio epistemológico en cuanto al como se observa la realidad, es decir, el cambio de una realidad ontológica-ostensiva (el objeto independiente del investigador) a una posición constructivista en donde el investigador no se ubica por fuera del objeto. El cambio epistemológico permite hacer una revisión a ciertos postulados establecidos a partir de la disciplina historia, conllevando a buscar nuevas posibilidades en temas que pareciera se encontraban suficientemente estudiados.


En cuanto a la cuestión operativa de la observación de segundo orden y las representaciones como sistemas de comunicación se hace necesario realizar una reflexión en cuanto a la relación que existe entre la metodología de Luhmann y la teoría propuesta por Chartier. Por una parte, la observación de segundo orden pretende observar el cómo el observador de primer orden apropia la realidad, no se interesa por el qué de lo que observa, sino que da un paso más allá. Por otra parte, la posición de la historia cultural define a las representaciones como las formas en que los colectivos sociales apropian su mundo y su realidad. Es precisamente en este cruce conceptual entre las dos posiciones en las que se da el encuentro teórico-metodológico, al generar una propuesta para la pretensión de validez y verdad dentro de la disciplina histórica.

El recorrido a partir de la historia como sistema de comunicación, el de las representaciones como principio de inteligibilidad y la operación de segundo orden repercute directamente en el trabajo empírico del historiador. Metodológicamente se convierte en una posibilidad para ahondar en temas que se creen con suficiencia investigativa, la observación permite revisar aquellas distinciones que la disciplina a partir de un autor hizo sobre la realidad, develando por otro lado aquello que pudo quedar por fuera. Con respecto a la perspectiva entre sujeto y objeto se convierte en una posibilidad constructivista de la investigación. Y, en el oficio, se convierte en una herramienta que permite tener otra visión en cuanto al tratamiento de las fuentes, las cuales se convierten en elementos que ayudan a comprender el cómo las personas y grupos de otros tiempos apropiaron su historia. Por consiguiente, la propuesta teórico-metodológica se convierte en una oportunidad y en un desafío para su aplicación dentro del trabajo empírico; no quiere decir, como se advierte líneas atrás, que se cuestione su viabilidad por el contrario se hace una invitación a incursionar y desarrollar un trabajo de tipo interdisciplinar.


 

 

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