REVISIÓN DE TEMA Recibido:
21/01/2025
Aprobado:
26/06/2025
Darcy Ribeiro: El antropólogo
exiliado
Darcy Ribeiro: The exiled
anthropologist
Sofía Reding Blase
Doctora en Estudios Latinoamericanos
- Universidad Nacional Autónoma de México
Universidad Nacional
Autonoma de Mexico - UNAM
ORCID:
https://orcid.org/0000-0002-6434-318X
reding@unam.mx
DOI: https://doi.org/10.22267/rceilat.2556.141
Resumen
En el contexto de los estudios acerca de los exilios, se ofrece una
reflexión de carácter exploratorio sobre el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro
(1922-1997), con el fin de analizar la importancia de su trabajo etnográfico y
la relación con el exilio que experimentó en el espacio latinoamericano, así
como el aporte al pensamiento de nuestra América derivado de su vivencia.
Palabras clave: etnología,
exilio, latinoamericanismo.
Abstract
In the context of studies about exiles, an
exploratory reflection on the Brazilian anthropologist Darcy Ribeiro
(1922-1997) is offered, in order to analyze the importance of his ethnographic
work and the relationship with the exile he experienced in the Latin American
space, as well as the contribution to the thought of our America derived from
his experience.
Key words:
ethnology, exile, latinoamericanism.
Introducción
El
fenómeno de la migración ha promovido intensos debates desde diversas
disciplinas y los estudios latinoamericanos se han enriquecido con las
reflexiones suscitadas por dichos debates en la medida en que nuestra región se
caracteriza por flujos migratorios desde el tropezón de Colón. Las personas que
dejan sus territorios o que retornan a ellos, lo hacen por motivos que
básicamente tienen que ver con la violencia; bien sea porque anhelan un futuro
mejor del que les ofrece una crisis económica estructural, o porque las
condiciones en las que viven son humanamente insoportables. Esas circunstancias
llevan a los especialistas a hablar de flujos migratorios poniendo énfasis en
los perfiles socioeconómicos de quienes salen de sus países, y no sólo en
términos de las motivaciones políticas que obligan a dejar el terruño, en cuyo
caso, el retorno puede estar seriamente comprometido.
Salir del
propio país puede ser una experiencia enriquecedora en un sentido material,
como lo fue la de aquellos españoles que se trasladaron a América Latina para
poder tener acceso a tierras y fuerza de trabajo virtualmente gratuitas. Hubo
también otro tipo de traslados, esta vez forzosos como fue el caso de las
personas esclavizadas y desarraigadas de sus matrices culturales originarias.
En cierto sentido podría decirse, junto con José Gaos, que también la
experiencia del exilio o salida de españoles en el contexto de la Guerra Civil
(1936-1939), dio origen a los “transterrados”, como les llamó y se llamó a sí
mismo. Dicho de otra manera, el transtierro no sólo involucra al exilio, sino
también al hecho de llevar consigo la propia cultura y trasladarla a otro
territorio, para mantenerla viva hasta el momento del retorno.
A ese respecto nos señala Melgar Bao (2009), retomando el Breve Diccionario
Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Corominas (1983) que la etimología
latina de exilio (exsillire) implica un “saltar afuera” y lo expresa
así: “Saltar afuera supone, por derivación previa, un adentro, un lugar, un
territorio propio; mientras que el afuera condensa el sentido de no
pertenencia, de alteridad, de territorio y tradición ajena” (p. 55). El término
“asilo”, a su vez de origen griego, motiva una reflexión adicional que Melgar
Bao condensa así: “Asilo territorializa sus sentidos como lugar de refugio,
lugar de amparo o sitio inviolable” (pág. 56).
Considerando lo anterior, se entiende mejor eso que Leopoldo Zea llamaba
“el regreso de las carabelas”,1 una suerte de
segundo origen de nuestra América y una expresión que pone en contraste
conquista y asilo, entendido este último como protección brindada tanto a
intelectuales que huían de la persecución política, como también a una
población compuesta por otros grupos sociales, y cuyo asentamiento incidiría en
varios ámbitos de la vida social, económica, política y cultural en el país de
acogida. Una amplia literatura sobre el exilio iberoamericano da cuenta de los
modos en que se insertaron los asilados, como también de los intercambios
culturales y modificación de hábitos en los países donde encontraron refugio.
Lo mismo podría decirse de los interesantes estudios relativos a las
experiencias de exiliados cuyas vidas se vieron trastocadas por las feroces
dictaduras en varias naciones latinoamericanas, y que llevaron a artistas,
militantes, profesionistas y académicos, a salir de sus países para salvar la
propia vida.
En esos casos,
parece que su formación fue una suerte de salvavidas que les permitió no sólo
ganarse la vida durante su exilio, sino evitar ahogarse en la zozobra del
desarraigo. Tal fue el caso del brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997), figura de
enorme importancia no sólo en cuanto a sus aportes a la teoría antropológica y
las reformas universitarias, sino igualmente para el pensamiento
latinoamericanista al que supo nutrir con ideas de gran claridad a lo largo de
la extensa ruta que recorrió por varios países. En este ensayo se ofrece una
reflexión sobre la experiencia vital e intelectual de Ribeiro en su carácter de
exiliado político, y en el modo en que su formación y labor etnográfica le
permitieron sortear la nostalgia para, ya de vuelta a casa, ser un
significativo agente de cambio político y cultural.
El exilio como
salida
Suelen tomarse
por conocidas algunas de las afirmaciones respecto de lo que es el exilio, como
aquella que señala la Real Academia Española (RAE) y que lo delimita a la
“separación de una persona de la tierra en que vive”, y como “expatriación,
generalmente por motivos políticos”. La definición, desde luego, se queda
bastante corta. Tan corta y a la vez angosta, que no sorprende que el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados haya expandido el
significado para que por su anchura entraran aquellas personas que, para
conservar el bien más preciado que es la vida, tanto la suya como la de sus
seres queridos, tienen que salir de su país de origen. Así pues, se precisa que
el exilio abarca a “todos los refugiados y desplazados [que] viven en el exilio
hasta regresar a sus hogares”.2
Esta noción de exilio se distingue del destierro, considerado por esta agencia
de Naciones Unidas como resultado de una pena, así como el tiempo en que ésta
se cumple. Una pena que, hay que decirlo, es determinada por un Estado
usualmente no democrático, que puede ser una dictadura o un régimen
autoritario.
Más
recientemente, otras situaciones que ponen en peligro la vida también han
resultado en la movilización de grandes contingentes que salen de sus países
obligados por la violencia, la inseguridad y la falta de oportunidades. El
fenómeno de la migración, de hecho, convoca a darle mayor contenido y fuerza
semántica a términos vinculados con la salida (propiamente el “éxodo”) de
países del sur con proa puesta hacia el norte. Si bien en ocasiones hay cierto
misticismo en el salir para llegar a una tierra de bienestar, la ruta
migratoria no está exenta de situaciones problemáticas tanto para quienes se
trasladan, como para las naciones que cruzan. En el caso de México, por
ejemplo, las caravanas de migrantes han llegado a convertirse en un problema de
Estado debido a la injerencia del crimen organizado que saca provecho de la
crítica situación, como también por la exigencia de controles fronterizos más
estrictos para evitar el paso de personas y narcóticos hacia Norteamérica,
percibiéndose el chantaje previo a la renovación del tratado de libre comercio.
Pero más allá
de los referentes librecambistas, no hay que olvidar casos como los de la
migración haitiana que es un efecto de la inestabilidad política, la
inseguridad y los desastres ocasionados por fenómenos meteorológicos y
sísmicos. Tampoco podemos obviar que las razones de millones de venezolanos
para salir de su país tienen, en muchos casos, un carácter político, además del
económico. De igual manera, hay que recordar a las poblaciones colombianas
desplazadas al interior del territorio nacional, así como aquellas que han
cruzado sus fronteras, obligadas por las condiciones de violencia estructural.
En esos
contextos, el sufrimiento que deviene por la forzosa salida del país de origen
se expresa de modos muy diversos, desde la necesaria actividad reflexiva en
torno a conceptos filosóficos como dolor, desconsuelo y melancolía, entre otras
temáticas. Las artes, por su lado, expresan la voluntad de afirmar la
legitimidad de la protesta que llevó a la condenación de las voces disidentes,
mediante la manifestación de las emociones y sentimientos que provoca el
exilio. Y esas voces que venimos escuchando en Latinoamérica desde, al menos,
los años caracterizados por golpes de Estado y dictaduras, son de una tremenda
potencia no sólo en términos musicales, sino también en cuanto a la capacidad
para transmitir la indignación por las circunstancias vividas y la añoranza por
el lugar de origen.
Detengámonos
para puntualizar que éxodo y exilio, aunque sean nociones afines puesto que
refieren a una salida, se distinguen en cuanto a
los motivos: el éxodo implica que eventualmente se llegará a un sitio en que se
cumplirán las promesas de bienestar, mientras que por el exilio se entrelazarán
salida con desarraigo y exterioridad, así como malestar y sufrimiento. En
estricto sentido, puede decirse que la exterioridad con la que culmina el éxodo
es relativamente positiva pues dejar “lo nuestro” significa que no es
satisfactorio; el exilio, por su lado, conduce a una exterioridad que es
negativa porque representa lo contrario a “la casa” o “la morada” y, en tal
sentido, implica un cambio forzado en cuanto al ethos
se refiere.
Es importante
hacer notar que en Colombia, la Comisión de la Verdad
ha puesto puntos sobre algunas íes para remarcar los efectos del exilio,
enfocándose especialmente en el sufrimiento que
produce la salida, así como en la responsabilidad
del Estado en términos de la desprotección (el desamparo) de las poblaciones
forzadas a huir. En tal sentido, hay que destacar lo que se expresa a nivel
ético-político así como en una dimensión estética y
psicológica, pues la alegría o satisfacción son opacadas por los desatinos de
gobiernos centrados en mantener su hegemonía y no en trabajar para el buen
vivir de los ciudadanos. Ahora bien, es conveniente señalar que los recientes
cancioneros latinoamericanos hacen eco de un exilio cuya narrativa es muy
insistente en cuanto a la añoranza y la esperanza de volver a aquel ethos que se dejó atrás.
La ya mencionada Comisión aloja en su canal de la plataforma YouTube un
compendio de canciones compuestas desde el exilio colombiano; del amplio acervo
sonoro hay una canción escrita por Roland Higuita, originario de Medellín y
radicado en Madrid desde 2005, de la que deseo retomar las siguientes palabras:
“El despojo de tu tiempo, tu suelo y tu aire, me ha enseñado a amar de lejos tu
risa asediada por el disparate”.3 Es pertinente
señalar que tanto el compositor como los integrantes de su grupo musical
Pasajeros (junto a Hernán y Leonardo Rúa) pasaron 10 meses presos, acusados
falsamente de terrorismo y rebelión, lo cual motivó su exilio.4
Si bien se canta para denunciar la sinrazón y hacer saber al que escucha
que las vicisitudes por las que se pasa son muy dolorosas, también hay una
evocación a las personas y al lugar que se extrañan, y el pesar que provoca la
lejanía del terruño que, según nos lo hace entender Humberto Giannini (2005,
pp. 11 y 12) es un “punto clave de nuestra orientación primaria en el mundo”;
más aún, el filósofo chileno asevera que “Fuera de esta tierra que nos cobija,
des-terrados, los seres humanos también llegamos a saber del miedo y de la
angustia de una desorientación fundamental”.
De vuelta a la canción compuesta por R. Higuita, habría que poner énfasis
en el término “risa” por la alegría que traen consigo los días de carnaval en
Colombia, en Brasil y en muchas otras partes de nuestra América. Una festividad
que en Río de Janeiro se desarrolla en el “Sambódromo da Marquês de Sapucaí”
(del reconocido arquitecto Oscar Niemeyer, cercano amigo de Ribeiro) donde
desde 1984 desfilan las escuelas de samba. Que un espacio de 700 metros,
concebido para deleite y alegría del público sea también conocido como
“Passarela Professor Darcy Ribeiro” (pues él era gobernador al momento de su
construcción) nos obliga a reflexionar no nada más sobre el exilio que padeció
Ribeiro, sino también sobre su regreso a Brasil, tras doce largos años fuera de
casa.
Mudar de piel: de
la etnología a la literatura
Las
líneas anteriores tuvieron por objetivo recordar muy apretadamente la
importancia que tienen las artes que se producen en situación de exilio;
conviene decir que –triste consuelo– la censura padecida parece esfumarse con
el traslado hacia determinados países, permitiendo el despliegue de la
creatividad; cosa que también le ocurrió a Darcy Ribeiro
aunque en el ámbito de su producción científica. En las siguientes líneas, se
procurará no sólo relatar la vida que llevó Darcy Ribeiro en los años de su
exilio, sino resolver si su formación académica fue lo que le llevó a
experimentar, de un modo especial, tanto el exilio como el retorno a casa.
Darcy Ribeiro,
que vivió 75 años, nació en Montes Claros, al norte del estado de Minas Gerais,
pero no pasó todos esos años en su terruño. A sus 40 y tantos, no sólo tenía
gran experiencia como profesional de la antropología (etnología de campo, decía
él) dedicado a los pueblos originarios, sino que había tenido oportunidad de
fundar en 1953 el Museo del Indio, en Río, y la Universidad de Brasilia de la
que fue su primer rector en 1962.
Su forzada
estadía lejos de casa fue a consecuencia del golpe cívico-militar encabezado
por el mariscal Humberto Castelo Branco en 1964. Debido a tal suceso Darcy y su
esposa Berta Gleizer tuvieron que asentarse en Montevideo, siendo autorizados a
volver a Brasil en 1968. No obstante el Acto
Institucional número 5 de ese mismo año, había suspendido diversas garantías
constitucionales, como la libertad de expresión, lo que colocó a Ribeiro, una
voz disidente, en una situación muy vulnerable. Pasó nueve meses sin juicio,
algunas fuentes dicen que en arresto domiciliario y otras que en la cárcel
(Ribeiro Coelho, 2003, p. 41).5
Después de esa experiencia es obligado a exiliarse por segunda ocasión, hacia
Venezuela y posteriormente a Chile, con Salvador Allende, en 1970
(Miglievich-Ribeiro, 2018, p. 21).
Más tarde fija su residencia en Lima. Tras habérsele detectado en París un
cáncer, cuyo primer síntoma fue vomitar sangre mientras vacacionaba en
Portugal, según narra su amigo uruguayo Renzo Pi Ugarte (Ribeiro Coelho, 2013,
p. 98), Darcy recibe una nueva autorización para regresar a casa y tratarse
médicamente. Después de seis meses de convalecencia, un pulmón menos y el
fracaso de su matrimonio con Berta,6 se traslada
otra vez al Perú donde, por cierto, coincide en 1975 con el filósofo mendocino
Arturo Andrés Roig, pero el derrocamiento de Juan Velasco Alvarado, a quien
había asesorado en temas de reformas educativas, lo obliga a viajar a México en
1975. En 1976, finalizados los “años de plomo” (1968-1974) y
su exilio intermitente, Darcy vuelve a Brasil.
Debido a su profesión como antropólogo, Ribeiro sabía de la necesidad de
salir de lo conocido para ubicarse en un mirador desde el cual observar (y
participar) de una realidad que irrumpe ante el etnógrafo de manera tal que se
muestra como lejana y en casi nada familiar al científico social. De cierta
forma, y porque el alejamiento es una obligada maniobra metodológica, la salida
del ámbito familiar, próximo y conocido, es imperativa. La estrategia
metodológica de alejamiento cultural y, podríamos decir, también de
alterización, dejó que Ribeiro observara, años más tarde, la realidad de su
patria y con base en ello, formulara el proyecto de la Universidad de Brasilia.
Respecto de esa aproximación, Ribeiro señaló que:
Lo mío fue
extraño, yo no fui formado en una universidad extranjera y me atreví a hacer un
juicio sobre la Sorbona, Harvard, las universidades alemanas y soviéticas.
Generalmente el que va a estudiar no observa el funcionamiento de la
Universidad, se dedica a estudiar. Y no comprende que la universidad es una
máquina de formar veterinarios, filósofos, sociólogos. Esto sólo se observa si
uno lo mira desde afuera, objetivamente. (Roca, 1992)
Desde luego, la observación se realiza con herramientas analíticas
previamente elaboradas que el etnógrafo toma a cargo deliberadamente, para
poder organizar los datos que recaba. Es obvio que la textura de la experiencia
etnográfica se encuentra atravesada por la personalidad del observador y su
identidad sociocultural, misma que entra en contacto con otras identidades, con
la alteridad. En tal sentido, el output e input, esto es, salir
de una realidad y entrar en otra, es lo que caracteriza el contacto con lo
alterizado.
Aquello no lo es todo, por supuesto; lo he resumido apretadamente para
comprender que escribir la novela Maira, según Darcy,
fue para él un modo de “salir del exilio, de vivir otra realidad”.7 Esas palabras
nos permiten comprender uno de sus autorretratos: “¿Quién soy yo? A veces me
comparo con las cobras, no por serpentario o venenoso, sino tan sólo porque yo
y ellas cambiamos de piel de vez en cuando”8 (Ribeiro,
1995, p. 303).
¿Cuál fue el significado de la experiencia etnográfica que Ribeiro rememoró
durante sus exilios? Fue, ni más ni menos, el contrapeso de lo que ocasionaba
en él su condición de exiliado, de migrante proscrito y desterrado. No una
ensoñación, pero sí algo que le permitió encaminarse hacia la novelística: Maira (1976), El mulo (1981), Utopía salvaje (1982), y Migo (1988), son
las obras literarias que escribió. Sobre su primer libro, en que recupera su
experiencia etnográfica de 10 años en el Pantanal –el humedal más extenso del
planeta–9 refiere que:
Lo escribí porque
estaba en el exilio, primero en el Uruguay y después en Perú y así, mientras yo
escribía Maira, no me sentía exiliado, estaba en la floresta con ellos. Todos
aquellos recuerdos, aquellas vivencias, miles de cosas que están en el libro, detalles
de la vida, del habla, de las costumbres de los pueblos indígenas que llevo
impregnados y que no podrían salir en comunicaciones científicas. (Roca, 1992).
Ahora bien, ¿todos los profesionales de la antropología tienen un estilo
novelístico semejante?, ¿acaso no refleja este estilo sus propios marcos
teóricos? El descentramiento que ocurre con ocasión de la labor etnográfica y
trabajo de campo puede entenderse como una especie de desarraigo si bien éste
es voluntariamente asumido, más todavía cuando, aparte de la recopilación y
análisis de los datos, el profesional de la antropología se compromete en
actividades de investigación, acción y participación. En tal sentido, la propia
interpretación de la cultura requiere de un redundante “salir fuera” y del
involucramiento de la propia población que se estudia, mediante su
consentimiento otorgado al etnógrafo e igualmente en la revisión de lo que éste
reporta.
En una conferencia que pronunció en julio de 1992 a estudiantes de la
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en Ciudad de México,10 Ribeiro dijo
más o menos eso, y aquí se reproducen sus palabras:
Hace muchos años escribí una novela. En ese entonces me encontraba en el
exilio, en el Perú. El exilio es muy pesado para los brasileños, los mexicanos,
para gente de países con mucha savia. Se está muy contento de vivir en su mundo
y cuando se le saca para ponerlo en otro es muy difícil. Luego de muchos años
de exilio yo quería huir. Una forma de hacerlo es escribir. La novela me
devolvía a esos años con los indígenas. En Maira, que es el
título de la novela, cuento muchas cosas que nunca encontraron lugar en mis
artículos científicos. Son comunicación de un tipo de sabiduría de la vida, de
vivencias de los sentimientos humanos. No hay un auditorio científico para
esto, sino un auditorio novelístico. De hecho la
novela es más parecida a la sabiduría que otra cosa. Se escribe para otro, pero
ese otro es escaso en la antropología formal, son los colegas. En la novela en
cambio el otro es más amplio. Mi novela llegó a mucha más gente de aquella a la
que llegué como antropólogo. Además, cuando se lee un texto científico se lee
un poco en contra, cuestionándolo. Cuando se lee una novela la actitud es
diferente, pues, o te desarmas y dejas que te penetre o no gozas. Por eso, mi
actitud como lector es una actitud desarmada que permitía una comunicación más,
mucho más profunda. Así pues, de aquellos años resultó una sabiduría formal,
académica, y otra sabiduría que ni yo mismo sabía que tenía, que estaba
depositada en forma de nostalgia y que se revelaría después en la novela. En
los momentos en que la escribía, en esas miles de
horas, ya no estaba exiliado porque volvía a mis 25, a mis 35 años, los años
verdes de mi vida, los más verdes que pasé en la Amazonía, en el Pantanal, con
los indígenas (Ribeiro, 1997, pp. 75-76).
La tensión entre etnología y literatura, la dejó entrever Ribeiro en una
conversación que sostuvo con Agustina Roca (1992) y en la que si bien no entra
a detallar su novelística, aprovecha para mostrar otro caso de un antropólogo y
literato, Gilberto Freyre, a su interlocutora, al afirmar que más que como
antropólogo, el autor de Casa grande y Senzala (1933) destacó
como literato: y es que Ribeiro describe dicha obra como un libro bellísimo
pero “terriblemente reaccionario”, dando a entender con ello que existe una
frontera (epistemológica, se diría) entre relato etnográfico y ficción
literaria, que en ocasiones es infranqueable. De igual manera, Ribeiro veía que en aquella obra, que él prologó para la editorial
Biblioteca Ayacucho, se ponía en evidencia la contradicción entre lo moderno y
lo arcaico, y las relaciones que se establecen entre esas dimensiones.
Temáticas todas ellas cuya vigencia queda marcada por la asimetría, muchas
veces injusta, de los contextos socioculturales.
Después de todo, el Brasil al que volvía Ribeiro seguía siendo un
territorio más parecido a un ingenio azucarero, como el descrito por Freyre,
sometido a relaciones todavía coloniales, y no una nación moderna y
democrática. Este aspecto es revelador de la producción teórica de Ribeiro, que
debe resaltarse en la medida en que expresa el enorme interés de este
antropólogo por comprender lo local; y por “lo local” no entendió
sólo “lo brasileño”, sino propiamente lo latinoamericano e incluso
lo global. Autocrítico, como medio para conseguir salir metodológicamente del
Brasil, señaló en tal sentido que: “Inicialmente percibí que yo era un
provinciano burro, torpe. Brasil es tan rico e interesante que uno puede vivir
en él pensando que es el mundo. (...) Fue en Uruguay donde comencé a ser
latinoamericano y a entender a América Latina”. (Ribeiro, 1997, p. 79).
Proceso
civilizatorio y universidad
Habiendo
experimentado un itinerario básicamente latinoamericano y hallando refugio en
el recuerdo de su trabajo de campo en la Amazonía y en el Pantanal, Darcy se
volcó a escribir diversas obras de gran calado teórico,11
para dar cuenta de lo que llamó el “proceso civilizatorio”, haciéndolo de forma
tal que pudiera escapar de la alienación en la que caen antropólogos que buscan
descubrir dónde “le falta un punto y coma a la obra de Lévi-Strauss y
olvidándose de la cosa local”. (Roca, 1992). Su idea era hacer comprender
cuáles son los itinerarios que recorren las civilizaciones y cuáles son los
obstáculos para su desarrollo.
Y es que las intenciones
de Ribeiro eran no sólo descubrir cómo se transita de un determinado modelo de
civilización a otro debido a las revoluciones tecnológicas que se experimentan,
sino que quiso explicar lo que ocurre cuando los pueblos son obligados, por la
fuerza del avasallamiento, a renunciar a su autonomía y detener su proceso
civilizatorio, teniendo que asumir una cultura que, viniendo de un patrimonio
que aplasta al suyo, resulta ser espuria. La liberación, en este tenor, aparece
como un imperativo si de lo que se trata es de superar la violencia
colonizadora que engendró no sólo al Brasil, sino a toda la América Latina, con
el propósito de vivir una cultura auténtica y organizarse en todos los ámbitos.
Desde 1968, lo que él llamó “antropología de las civilizaciones” tuvo por
objetivo no sólo dar cuenta del proceso civilizatorio (necesariamente
multilineal, como también lo concebían Gordon Childe y Leslie White);12 estableció así
mismo una tipología de las diversas poblaciones para dar cuenta tanto de los
itinerarios de algunas de ellas (como los pueblos trasplantados, los emergentes
y los nuevos) y de aquellos pueblos que por vivir previo a la invasión ibérica,
permanecen como pueblos testimonio y que habitualmente catalogamos de
originarios. Esto le permitió establecer una panorámica muy amplia que da
cuenta de la forma en que ocurre el proceso civilizatorio y cómo a partir de la
revolución mercantil y luego mundial, uno de los varios procesos adquirió una
dimensión global. (véase Martins, 2017).
Para elaborar su propia teoría, Darcy no se contentó con enmarcarla en una
teoría general de la evolución sociocultural; es importante recordar que su
investigación la realizó en el exilio, reconociendo la importancia de partir de
un locus que no fuese el fondo histórico europeo, sino
“una base temporal y espacial mucho más amplia” pues, como afirmó:
Sólo así se podrá
hablar de categorías realmente significativas en términos universales y no de
meras teorizaciones de la historia europea. Para ese efecto, los esfuerzos de
generalización deben ser realizados a partir de un cuadro más representativo,
dentro del cual Europa no sería un arquetipo, sino una variante tan marcada de
singularidades cuanto cualquiera otra corriente civilizatoria particular.
(Ribeiro, 1978, p. 6)
Según lo explica, el
proceso civilizatorio debe recorrer la senda de la autonomía. Es ella la que
permite hacer o no, aquello que las poblaciones consideren adecuado para su
desarrollo. Todo tránsito, desde luego, implica que habrá un cambio en la
cultura, pero no será impuesto, sino que se realizará gradualmente. Cuando
ocurre lo contrario, es decir, cuando un pueblo toma el control de otro u
otros, y que avasalla, el cambio cultural se impone y los perfiles étnicos
autóctonos se ven desfigurados. El resultado es una cultura espuria,
inauténtica, que no responde al pueblo al que se le ha impuesto. En esos casos
no puede hablarse de la interinfluencia de entidades culturales autónomas,
porque la dinámica cultural favorece a la sociedad en expansión mientras que la
sociedad sometida es condenada a sufrir por la pérdida de su autonomía.
(Ribeiro, 1992, p. 29).
Dicho avasallamiento continúa a la fecha, y sus efectos son terribles
porque se llegó a lo que Darcy llamó actualización (o
incorporación) histórica de casi todo el globo: una especie de sincronización
de todos los relojes que marcan los tiempos singulares de cada configuración
sociohistórica al compás del tic tac occidental, y que les hacen permanecer en
determinada etapa, sin que alguna renovación tecnológica los lleve a una
aceleración evolutiva. Ésta lleva aparejada no sólo los cambios derivados de
nuevas fuentes de energía cada vez más accesibles a un mayor número de
personas; también trae consigo la consecuente modificación autónoma de ciertos
rasgos de la cultura, como efecto de la acumulación del conocimiento:
Cada revolución tecnológica activó uno o más “procesos civilizatorios”. A
su vez, cada proceso civilizatorio fue mezclando racialmente y uniformando
culturalmente a diversos pueblos, incorporándolos en nuevas formaciones
socioculturales en calidad de núcleos céntricos o de áreas dependientes.
Tributarias del difusionismo antropológico, estas afirmaciones superan al
eurocentrismo por su orientación multilineal, es decir, por la disposición a
pluralizar el “proceso civilizatorio”; también, derivadamente, por su capacidad
para integrar en la narrativa a todas las sociedades (Kozel, 2018, p. 149).
Con motivo de lo anterior, Ribeiro apreció el conocimiento que permite
saltos evolutivos y que, acopiado, debe ser, como en el caso de la energía,
accesible a un mayor número de personas. Esta idea sirvió con creces a sus
ideas educativas:
Esta teoría civilizatoria lo lleva a estudiar el desenvolvimiento histórico
de América Latina, desde el mundo aborigen hasta finales del siglo XX, a través
de sus diversas fases o etapas y el impacto de las revoluciones tecnológicas.
Para poder interpretar las estructuras parciales políticas, sociales,
económicas, culturales, educativas y las características de los países
desarrollados y los subdesarrollados como América Latina, es necesario
comprender su proceso civilizatorio y el impacto de las revoluciones
tecnológicas. Ello señala además, que no se puede
entender el desenvolvimiento de las Universidades en América Latina en los
siglos XIX y XX, sin interpretar estas instituciones de educación superior en
el proceso civilizatorio y su posición en los países subdesarrollados o en vía
de desarrollo. (Ocampo López, 2006, p. 142).
Lo anterior nos permite comprender la intervención para la creación,
ordenación y reconfiguración de universidades en diversos países
latinoamericanos e incluso en Argelia (en 1972), una vocación que acompañó a
Darcy y que ejerció durante los años de su exilio. Su labor como investigador y
promotor de reformas universitarias, que propuso con una perspectiva
latinoamericana, no podría entenderse sin considerar que, si bien estaba fuera
del sitio habitual, es decir, sin un domicilio estable y fijo, asumió que debía
trabajar y enunciar sus ideas desde un locus específico:
desde América Latina y el Caribe.
Latinoamericanismo
y exilio
Fue el
exilio lo que, según el propio Darcy, le permitió descubrirse a sí mismo como
latinoamericano. Sin duda, las redes a las que se integró y los materiales a
los que tuvo acceso, afianzaron su vocación latinoamericanista, en especial
cuando leyó América en la historia (1957) de
Leopoldo Zea, estando en Uruguay. En su “Autocrítica demagógica” (1997) Ribeiro
recuerda que en ese libro de Zea “está la capacidad de pensar América, nuestro
destino, con una perspectiva que no teníamos” (p. 79), lo que sin duda impulsó
la vocación latinoamericanista del brasileño.
En ese momento, se preguntó: “¿Por qué América Latina no cuajó si fue mucho
más rica, diez o cien veces más que América del Norte, en el periodo colonial?
¿Si Norteamérica nunca tuvo una ciudad como México, como Bahía, como Río o como
Lima? ¡Ellos eran los atrasados, los pobres los miserables; sin embargo ellos se fueron al frente y nosotros quedamos
rezagados! ¿Por qué?” (Ribeiro, 1997, p. 79).
Esas palabras ayudan a comprender por qué no dejó de insistir, como no lo
hizo en el campo de la teoría antropológica, en la importancia de reflexionar
sobre el pasado colonial y confeccionar una teoría de la historia no
eurocéntrica, tareas que le valieron duras confrontaciones como la que rememora
Darcy:
[...] un crítico
llegó a decir que yo era tan pretencioso como alguien que quisiera inventar el
movimiento continuo. Es decir, que era una actitud de imbécil que considera que
los blanquitos, los gringos, son capaces de hacer teoría, pero nosotros no somos
capaces de igual manera”. (Ibidem, p. 82)
La apasionada expresión de Darcy, nos señala el imperativo de superar los
efectos ocasionados por el avasallamiento de los pueblos de las Américas en
términos de lo que hoy llamaríamos interculturalidad, para dejar de lado la
ofensa de la colonización que condenó a los pueblos a una situación vejatoria y
discriminatoria que denominó nadiedad (véase Viana,
2022),13 circunstancia
originada por una negación: “de la desindianización del indígena, de la
desafricanización de los africanos, de la deseuropeización de los europeos.
Surge así una gente tabula rasa, más pobre
culturalmente que cualquiera de sus matrices” (Ribeiro, 1997, p. 62).
Tal circunstancia de subalternidad requería la puesta en marcha de un
proceso de liberación, proyecto que lo vinculó a Leopoldo Zea y su producción
filosófica desde 1972, así como a la aspiración de utopía expresada en la
integración latinoamericana. Este vínculo fue hondamente fraterno; tanto, que
Zea refiere que a su esposa María Elena Rodríguez, Darcy le llamaba “cuñada”,
haciendo suyo el simbolismo de los sistemas de parentesco indígenas, gesto que
ya había expresado en su novela Maira.
En varias ocasiones Zea y Ribeiro coincidieron en congresos de la Sociedad
Latinoamericana de Estudios sobre América Latina y el Caribe (SOLAR) o “Solar”
como le llamó Darcy al presidirla en 1982. A Zea le había dicho, aludiendo al
cáncer de pulmón durante su exilio, “Hermanito, no te preocupes, tú sabes que
soy inmortal” (Zea, 1996 y 1997). Eso casi lo consiguió:
con ayuda de un amigo, escapó del internamiento hospitalario para terminar su
libro O povo brasileiro, pero no logró vencer un segundo cáncer detectado
en 1994 y lamentablemente falleció al cabo de tres años.
Darcy Ribeiro convidaría a Leopoldo Zea con una noción que rinde cuenta del
racismo que opera en nuestra región, derivado de la negación de la madre por
parte de quienes asumen que, como escribía en Utopía salvaje, Brasil debería
ser blanco, cristiano y varonil. Ese racismo, ese endorracismo, esa especie de
“castigo al gentío materno”, la idea acuñada por el brasileño (Ribeiro, 1975,
p. 160), llevó a Zea a escribir que:
Tal es el
latinoamericano, como expresión y fruto de la yuxtaposición, impuesta dentro de
lo que se sentirá incómodo; incómodo lo mismo en relación con el gentío
paterno, que en relación con el gentío materno. Rechazado por uno, se
avergonzará de ser parte del otro. Es el hombre que empieza por aceptar los
criterios del colonizador sobre la cultura materna y americana y de acuerdo con
ellos la inferioridad de su mestizaje, que le impide ser parte legítima de la
cultura paterna. (...) era al mismo tiempo siervo de un gentío y castigador
servicial del otro. (Zea, 2002, pp. 82 y 83)
Varias fueron las coincidencias temáticas entre Zea y Ribeiro y, entre
ellas, la de la utopía que el brasileño, con su vocación por la educación
plasmó en su proyecto, fallido por causa de los golpistas. Una utopía que, y
vale la pena volver a escuchar la canción de Higuita “Reconóceme” para entender
que la propuesta de Darcy, se enmarcaba tanto en el reconocimiento como en la
autonomía, para lo cual había que repensarlo todo: las causas del desarrollo
desigual, los compromisos sociales de la universidad, la búsqueda de una
identidad latinoamericana como superación del colonialismo aún vigente. Para
él, el colonialismo ensombrece la utopía; a ésta no la entiende como el
“no-lugar” de Tomás Moro, sino que la ubica aquí, en América
Latina. Como señal de esa idea, elaboró y condujo varios planes “utópicos” en
el sentido de querer hacer del Brasil, y luego de toda América Latina, un lugar
y sitio de utopía: “Se ocupó de la creación de escuelas primarias, de la
construcción del Sambódromo, de la implantación de los Centros Integrales para
la Educación Pública, de la planificación del Memorial de América Latina”.
(Kozel, 2018, p. 160).
Desde luego, el
tránsito de esas “pequeñas utopías” y las Venutopías 2003 (de
1973 y referidas a la Venezuela que conoció como asesor de reformas
universitarias) hasta alcanzar todo el espacio regional latinoamericano, tenía
al frente un proyecto más ambicioso. Eso lo establece en un artículo que tituló
“La nación latinoamericana”, categoría que lleva la impronta de sus más
profundas convicciones y que dedica a esclarecer, en un estilo fresco y a la
vez apasionado, las causas del desigual desarrollo de nuestra América, así como
un recuento de las variadas utopías fracasadas: protestantes, católicas, de una
Patria Grande, etc.
Sin embargo, ve
grandes posibilidades a lo que llama indigenatos, para conseguir la
recuperación del tiempo perdido, de la autonomía y la aceleración evolutiva.
Circunstancias que pueden llevar a terminar con la incorporación a un tiempo
que no les es propio, sino ajeno. Esta civilización emergente, afirmaba en
1982, se ubicaría ante dos caminos: el de las guerras interétnicas o la
modificación de los Estados unitarios a plurinacionales. (Ribeiro, 1982).
Eventos así ya se avistaban, y ello no podía escapar al ojo experimentado de
quien fuera también Senador.
A modo de cierre
“Me
agrada imaginar nuestra futura Federación Latinoamericana –dice Ribeiro– como
un conjunto de naciones que vengan a incorporar en su seno algunos pueblos
indígenas originales de las Américas. (...) ellos se reconstruirán como
culturas auténticas para florecer otra vez como civilizaciones autónomas”.
Palabras que resumen la utopía salvaje, es decir, de la selva (o el llano, o la
andina) y que darían por finalizada la actualización histórica, el
avasallamiento ante el señor del tic tac occidental. Utopía que, incluso en el
lejano 1982, Ribeiro sabía que peligraba ante el capital privado multinacional
que es ahora quien avasalla, para empezar, a la clase dominante
latinoamericana: “Cada vez que un portavoz de la Volkswagen, de la Toshiba o de
la Ford, tose, los ministros saltan anhelantes, presurosos y corren a ofrecer
sus pañuelos a los catarrientos” (Ribeiro, 1982).
Para finalizar
y tomando en cuenta la cita anterior que refiere a otro no-lugar, esto es, el
capital financiero trasnacional, convendría volver a la cuestión del exilio que
también tiene, en el ideario y producción teórica y literaria de Darcy, ese
carácter de transfronterizo. Como exiliado pudo mover su ubicación al pasar de
un no-lugar, el del vacío, hacia un mirador latinoamericanista. Si bien en
ningún momento consideró su exilio como algo recomendable para nadie, le
pareció que “metodológicamente es bueno para ver el propio país” (Ribeiro,
1997, p. 78). Con la lucidez que siempre caracterizó sus diálogos, entrevistas
y conferencias, compartió a los estudiantes y académicos de la ENAH lo
siguiente:
El exilio es un
tiempo vago, abierto, vacío, que se tiene que penetrar. (...) Cuando se está en
el exilio uno no tiene nada, no se tiene amigos. Lentamente se tiene que
empezar a tejer otra cadena, otra red de relaciones humanas. Entonces se tiene
un vasto tiempo y se está llamado a conocerse a sí mismo y es así como se
comienza a ver cosas en el exilio. (...) Se tiene que estar listo, estar atento
y si uno está entrenado como científico social es capaz de percibir cosas que
de otra forma no se percibirían. (Ribeiro, 1997, p. 78)
El legado de Darcy
Ribeiro es enorme. En todas las facetas de su vida se mostró apasionado, y sin
duda el exilio que vivió, como se ha visto en estas líneas, lo llevó a asumirse
como latinoamericano, saliendo de Brasil. De igual manera, su trabajo antropológico
le brindó el soporte para, en el exilio, recordar lo que él mismo llamó sus
“años verdes” y encontrar un amistoso refugio entre aquellos a quienes veía con
ojos esperanzadores, como futuro de una América Latina más solidaria e
incluyente. Así lo esperaba él y así también lo esperamos.
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sí misma”, pp. 79-97, en Memorias de América Latina, 2ª edición,
Caracas, Fondo Editorial de Humanidades y Educación/ Universidad Central de
Venezuela.
1. Con ese título apareció el libro que
Zea publicó, para cerrar una colección sobre los 500 años de lo que él solía
llamar “el tropezón de Colón con América”, publicada por la Universidad
Nacional Autónoma de México en 1992.
2. Recuperado de:
<https://eacnur.org/es/exilio-y-destierro-que-significan>
3. Roland Higuita, “Reconóceme”, 2020,
recuperado de: <https://www.youtube.com/watch?v=Yz0R8y6zXQs>
4. Información disponible en la página
electrónica de la Biblioteca Musical de la Paz. Recuperado de:
<https://www.bibliotecamusicalpaz.com/rolandhiguita>
5. Flora Pappo, entrevistada por Haydée
Ribeiro Coelho, en aquel entonces esposa de un amigo de Darcy y ella misma gran
amiga de Berta, afirma haberla acompañado cuando lo visitaba en la cárcel.
6. Cómo vivió el exilio Berta Gleizer, es
otro tema que sería muy revelador para la investigación sobre los exilios
femeninos, así como su labor al lado de Darcy y su trabajo autónomo en el
terreno de la antropología.
7. TV-Senado, “Como
viveu Darcy Ribeiro durante o exílio?”. Recuperado de:
<https://www.youtube.com/watch?v=F6Mo1ED0wMc>
8. “Quem sou eu? Às vezes me comparo com
as cobras, não por serpentário ou venenoso, mas tão só porque eu e elas mudamos
de pele de vez em quando”. Traducción libre.
9. Considerado desde 2000 como Patrimonio
Natural de la Humanidad por la Unesco por su enorme biodiversidad, el Gran
Pantanal se encuentra mayormente en el extremo sudoriental del estado brasileño
de Mato Grosso, así como regiones del Paraguay y Bolivia.
10. El encuentro fue organizado por el Dr.
Gustavo Vargas Martínez, historiador colombiano, y la autora del presente
texto. La conferencia de Darcy fue publicada en 1995, en Buscando América,
revista de la ENAH. Apareció luego en el número 57 de Cuadernos
Americanos, en 1996. La versión que hemos ocupado aglutina otros textos
más de la autoría de Ribeiro.
11. El proceso
civilizatorio (1968), Las Américas y la
civilización (1969) que es su obra más profusa,
Los indios y la civilización (1970), El dilema
de América Latina (1971), Os brasileiros
(1972), O Brasil como problema (1995), y O povo brasileiro (1996) que culminó casi a la par de
su vida.
12. Vere Gordon Childe sostuvo su teoría de
las revoluciones para explicar los saltos dados por las civilizaciones: de la
domesticación de plantas y animales (revolución neolítica) hacia la revolución
urbana y del conocimiento, sin que haya un sendero único para transitar de una
revolución a otra. En términos generales, Childe postuló que “el modelo de la
evolución es el del árbol darwinista con ramas divergentes” (Harris, 1996, p.
590). Por su parte, Leslie White añadía que cada revolución tecnológica lleva consigo
cambios en los sistemas adaptativos debidos a la mayor energía disponible, lo
que implica un progreso evolutivo por ser éstos termodinámicamente más
eficientes. (Harris, 1996, p. 565).
13. El uruguayo Eduardo Galeano, otro
exiliado y autor del famoso poema que comienza así: “Los nadies: los hijos de
nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo
la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos” (1989) asistió a la
Universidad de Uruguay a escuchar la cátedra de Antropología social y cultural
de Darcy Ribeiro de 6 a 8 de la noche; también lo hizo Ángel Rama con quien
Darcy planificó, en 1974, la Biblioteca Ayacucho,
parcialmente disponible en línea (véase Viana, 2022).