Ingrid Viviana Chaves Martínez**
Universidad Pablo de Olavide - Sevilla
Grupo de Investigación: Historia, Educación y Desarrollo
ingridvivianmartinez@gmail.com
Recepción: 16/10/2016
Evaluación: 17/10/2016
Aprobación: 15/11/2016
Artículo de Investigación Científica
Este artículo presenta los resultados parciales de la investigación titulada: Relaciones de poder en Pasto durante la transición del orden colonial al orden republicano, 1821-1831. El objetivo principal de la investigación fue analizar la configuración de las relaciones de poder a partir de la Historia Social como perspectiva teórico-metodológica que permitió articular aspectos sociales, políticos y económicos de la interacción social de la ciudad de Pasto en el contexto político de la Gran Colombia.
En este trabajo se presentan dos características específicas del ejercicio del poder a nivel político y social; en concreto, el uso del consenso de la elite de gobierno local y el uso de la violencia. En medio de la tentativa independentista promovida por la elite quiteña, el retorno del control monárquico, el asedio republicano, los prolongados enfrentamientos militares, el desgate violento de la guerra, la alianza coyuntural entre la elite de gobierno local y el ejército republicano, la ciudad de Pasto pasó de una relación dependiente del poder del imperio español a un nuevo Estado, con cambios políticos y administrativos promovidos por la nueva clase dominante. Desde estas particularidades, el ejercicio del poder tuvo como finalidad establecer un nuevo orden y lograr la subordinación de la población a la nueva autoridad republicana.
Palabras clave: Historia social, interacción social, relaciones de poder, Gran Colombia, siglo XIX.This article presents the partial results of the research titled: Power relations in Pasto during the transition from the colonial order to the republican order, 1821-1831. The main objective of this research was to analyze the configuration of power relations from Social History as a theoretical-methodological perspective that allowed to articulate social, political and economic aspects of the social interaction of the city of Pasto in the political context of Great Colombia.
This paper presents two specific characteristics of the exercise of power at political and social levels; in particular, the use of the consensus of the local government elite and the use of violence. In the midst of the independence attempt promoted by the Quito elite, the return of monarchical control, the Republican siege, the prolonged military confrontations, the violent desecration of war, the alliance between the local government elite and the republican army, the city of Pasto went from a relationship dependent on the power of the Spanish empire to a new State, with political and administrative changes promoted by the new ruling class. From these peculiarities, the exercise of power was aimed at establishing a new order and achieving the subordination of the population to the new republican authority.
Keywords: Social history, social interaction, power relations, Gran Colombia, 19th century.Este artigo apresenta os resultados parciais da pesquisa intitulada: Relações de poder em Pasto durante a transição da ordem colonial para a ordem republicana, 1821-1831. O principal objetivo da pesquisa foi analisar a configuração das relações de poder da História Social como uma perspectiva teórico-metodológica que permitiu articular os aspectos sociais, políticos e econômicos da interação social da cidade de Pasto no contexto político da Grande Colômbia.
Este trabalho apresenta duas características específicas do exercício do poder nos níveis político e social; em particular, o uso do consenso da elite do governo local e o uso da violência. No meio da tentativa independentista promovida pela elite de Quito, o retorno do controle monárquico, o cerco republicano, os prolongados confrontos militares o desgaste violento da guerra, a aliança conjunta entre a elite do governo local e o exército republicano, a cidade de Pasto passou de um relacionamento dependente do poder do império espanhol para um novo estado, com mudanças políticas e administrativas promovidas pela nova classe dominante. A partir dessas peculiaridades, o exercício do poder teve como finalidade estabelecer uma nova ordem e alcançar a subordinação da população à nova autoridade republicana.
Palavras-chave: História social, interação social, relações de poder, Gran Colombia, século XIX.El objetivo principal de la investigación fue analizar la configuración de las relaciones de poder en la ciudad de Pasto durante la transición del orden colonial al orden republicano entre 1821 a 18311. Dada la amplitud de la temática, este artículo se limita a referirse a dos características específicas del ejercicio del poder: la primera, de orden político; concretamente, el uso del consenso de la élite de gobierno local a partir de los acuerdos concertados con el ejército republicano en 1822, y, la segunda, de orden social; en particular el uso de la violencia. Estas dos características formaron parte del ejercicio del poder en la adhesión política de la ciudad a la República.
Históricamente, las sociedades han generado prácticas y organizado su espacio en función de los intereses sociales, políticos o económicos, lo que da lugar a relaciones particulares que marcan una determinada época. Para Marc Bloch, “El pasado es, por definición, algo dado que ya no será modificado por nada. Pero el conocimiento del pasado es una cosa en progreso que no deja de transformarse y perfeccionarse”2; en este sentido, el conocimiento histórico de esta región del sur occidente de Colombia es determinante para reflexionar sobre diversas realidades en el presente.
La ciudad vivía un contexto histórico marcado por la resistencia, los intereses de los grupos de poder local y el ejercicio de la violencia, en una sociedad con diferencias sociales y económicas claramente definidas por criterios étnicos y de clase; por tal razón, resulta importante un estudio que busca explicar la configuración de las relaciones de poder en relación con la formación del nuevo Estado, los efectos que se produjeron en la sociedad, los imaginarios y significados utilizados para encauzar la conducta de la población desde el proyecto político promovido por la elite republicana durante la Gran Colombia, un tema relevante y necesario para la comprensión del origen de la vida republicana en la ciudad de Pasto.
La perspectiva teórico-metodológica de esta investigación se enmarcó en la Historia Social3. Esta concepción de la Historia permitió el estudio de las relaciones de poder, al articular aspectos sociales, económicos y políticos y explicar la configuración de las relaciones que tienen como referencia: la composición social, los grupos de poder local, las características económicas de la ciudad y cómo se dio el ejercicio del poder en la ciudad de Pasto y los efectos derivados del cambio político y administrativo promovido por la elite republicana entre 1821 y 1831.
La revisión documental de fuentes primarias se realizó en el Archivo General de Indias-Sevilla, Archivo General de la Nación-Bogotá, Archivo Histórico del Cauca-Popayán, Archivo Histórico de Pasto, Archivo Parroquial de la Iglesia de San Juan Bautista-Pasto, Archivo histórico de la Notaría Primera del círculo de Pasto, el Banco Central del Ecuador Archivo Jacinto Jijón y Caamaño-Ministerio de Cultura de Ecuador, el Archivo Histórico Nacional de Quito y el Archivo Metropolitano de Quito.
Las fuentes documentales en esta investigación fueron: Actas de cabildo, archivos judiciales y notariales, archivos parroquiales, actos administrativos y políticos, informes, correspondencia, cartas y oficios generados durante la época de estudio. Para la recopilación y clasificación de los datos, se recurrió a la prosopografía como una técnica útil en la investigación histórica. que permitió identificar: datos individuales y familiares, características socio-económicas de los individuos, definir la composición social, los intereses políticos de los grupos de poder local e identificar las acciones que formaron parte del ejercicio del poder local como componente de la nueva autoridad republicana.
1. PASTO: “LA CIUDAD QUE SE DEFENDÍA”Desde la época colonial, la ciudad de Pasto se hallaba entre dos centros de poder: la Real Audiencia de Quito y la Gobernación de Popayán, dependiente del Virreinato de la Nueva Granada.4 Esta división de autoridad convirtió a la ciudad en un espacio intermedio y complejo, sobre la base de definir su función en la mediación social, política y económica dentro de sus respectivas áreas de influencia: la Provincia de los Pastos y la Provincia de Pasto y, con respecto a los centros de poder más o menos distantes: Lima, Quito, Popayán y (en menor relación) Santafé. Esta era una posición poco privilegiada si se tiene en cuenta la repercusión de los intereses y los cambios políticos y administrativos de dichos centros de poder.
Durante el inicio de la República, la ciudad y sus alrededores conservaron el orden colonial, expresado en la diferenciación del núcleo urbano y el rural. La división del espacio permite leer la jerarquía de las relaciones. En el centro urbano, como capital se encontraba el Cabildo,5 sede de la administración política de la Provincia, que convertía a este espacio en el lugar de acción y ejercicio del poder de la elite de gobierno local.6 En el área rural, se encontraban principalmente los “pueblos de indios”, o parroquias más importantes, ubicadas sobre los límites más cercanos al valle de la ciudad: Pandiaco, Anganoy, Aranda, La Laguna, Cumbachala (Canchala), Tescual, Mocondino, Jamondino, Buesaquillo, Chapal, Catambuco, Obonuco, Gualmatan y Jongobito,7 bajo la autoridad espiritual de un cura doctrinero, que ejercía su poder e influencia ideológica a través de los sermones y proclamas; se trataba de una acción sobre la población, que le permitía intervenir en la conducta social y política al enlazar el poder de la elite de gobierno con la movilidad de la gran mayoría de la población. Así, se puede afirmar que se configuró una relación de poder que vinculaba a la elite de gobierno, al clero y al pueblo.
El discurso ilustrado y moderno permite mostrar el imaginario de una ciudad ideal y el contraste de la realidad a través de la separación entre lo rural y lo urbano. El sabio Francisco José de Caldas, al observar la ciudad de Pasto, describió el área rural como “campos verdaderamente poéticos” y resaltó la belleza natural8; al referirse a la parte urbana, expresó que “era deforme, desgreñada y puerca (…) sus casas malísimamente construidas, oscuras y llenas de inmundicias. (…) hace un terrible contraste con su campaña. (…) Las aguas, aunque cristalinas, tienen la propiedad de dañar el estómago de los pasajeros”9. Para Santiago Castro, “El discurso ilustrado adquiere (…) un carácter etnográfico (…) y el científico ilustrado asume un papel similar al de los cronistas del siglo XVI”10.
El orden espacial de la ciudad se distribuyó en la Plaza Mayor, la casa del Cabildo y Cárcel, siete templos: La Matriz, La Merced, Santo Domingo, San Francisco, San Andrés, Santiago y San Agustín; las capillas: de Jesús, la Panadería y San Sebastián; el monasterio de la Concepción, el colegio que fue de la Compañía de Jesús, las ruinas del hospital; tres vías principales de acceso a la ciudad: Quito, San Andrés, Popayán; seis fuentes hidrográficas: Quebrada de Carachayaca o Caracha, Quebrada de Chapalito, Quebrada de Jesús, Río del Ejido, Río de la Monjas, Río Blanco11.
Desde el ámbito cronológico y dado que el periodo objeto de la investigación se identifica como un periodo de transición, es importante mencionar a grandes rasgos las características más significativas del periodo previo, entre 1809 y 1821. Esta fue una época en la cual resultó determinante una representación, generadora de sentidos y significados, en torno a la “fidelidad a la Religión, al Rey y a la Patria”; en esa representación, subyacían relaciones de poder coloniales, que vinculaban al clero, al gobierno y al pueblo, para declarar la lealtad a la “Justa causa” y la resistencia a la “infame junta”, lo que entrañaba un conjunto de realidades sociales, políticas y económicas complejas, derivadas de la larga experiencia colonial, una fidelidad a su propia estabilidad y al orden conocido12. En este contexto, como lo expresa John Lynch, era “más probable que una sociedad acepte la ausencia de derechos que nunca ha experimentado que la pérdida de derechos que ya había disfrutado”13. La elite de gobierno local expresó claramente su desacuerdo con las Juntas de los rebeldes de Quito y la Nueva Granada y, desde 1809, se declaró en alerta y defensa del orden colonial14. Esta elite se vio a sí misma con el derecho y la obligación de llevar a cabo una serie de acciones y conducir al pueblo hacia la lealtad y la resistencia, desde una relación de subordinación.
El periodo de transición, entre junio de 1821 y 1831, fue el inicio de un proceso mediante el cual Pasto dejó atrás la forma de gobierno colonial y pasó a regirse por el orden político de la Gran Colombia, plasmado en la Constitución de 1821;
un periodo caracterizado por la inestabilidad política y un contexto marcado por las guerras civiles, que culminó con la formación del Ecuador como República independiente, en 1830. A nivel local, desde el ámbito político, fue significativa la firma de las capitulaciones entre Basilio García y Simón Bolívar, en 1822, hecho dado en un ambiente amenazador y violento, que articuló viejas y nuevas relaciones de poder vinculadas con el cambio; desde un discurso de la resistencia hacia el discurso de la “paz, la tranquilidad y el orden”, se produjeron sentidos y significados a partir de los temores e inquietudes reales o imaginarios y acciones frente al pueblo15, en tanto responsable de alterar el orden social.
Desde el ámbito social, los censos de población de la jurisdicción de Pasto, correspondientes a los años de 1779, 1780, 1788 y 1797, mostraban la tradición de una estructura social jerárquica fundamentada en la “distinción entre sexos, estados, clases y castas”16; según el censo de 1797, la población de la jurisdicción de Pasto, a finales del siglo XVIII, era de 12.461 habitantes, distribuidos de la siguiente manera:
Gráfica 1. Censo de Población del año 1797.
Esta gráfica permite poner en perspectiva las características de una configuración social fragmentada a partir de su origen étnico, en la que sobresalía la población blanca e indígena; el clero y la población esclava representaban menor proporción y, al tener en cuenta la importancia del origen étnico y el color, como elementos que permitían la clasificación social de la población, se puede reconocer la precensia de la población, que era resultado de la mezcla. Desde el punto de vista de la clase, Sergio Elias Ortiz afirmó que la presunción de superioridad de una clase sobre otra marcaba las distancias sociales; al respecto señaló:
La de los blancos de “Castilla”, que se tenían por nobles, sin mezcla de sangre, de solar conocido y, si acaso, con algún pergamino conseguido tras largas gestiones en España y a precio de buen oro; los blancos de la “tierra”, gentes venidas a menos o ya mezcladas con sangre plebeya que formaban una especie de término medio entre la nobleza y el pechero; el pueblo, o sea la masa que desempeñaba los trabajos serviles, herreros, albañiles, canteros, plateros, pintores, escultores, músicos, zapateros, fundidores, tejeros, barberos, seilleros, etc.; el indígena, reducido a resguardo, considerado como menor de edad y a quien se le permitía poseer un pedazo de tierra a título enfitéutico o útil; el concierto o peón de las haciendas que estaba en peores condiciones que su hermano de los reguardos y el esclavo africano, negro bozal, o ya diluido en zambo y mulato, según la mezcla que le había cabido en suerte17.
En este contexto, resulta importante considerar que si la Batalla de Boyacá, en 1819, significaba el triunfo libertador de la Nueva Granada, la ciudad de Pasto aún era impenetrable18 y se hallaba en “estado de guerra”19; aunque su seguridad se veía amenazada por el asedio del ejército libertador, se puede afirmar, como lo expresa José Luis Romero, que Pasto era “la ciudad que se defendía (…) también una ciudad que atacaba. Mientras esperaba prevenida al enemigo, organizaba nuevas expediciones para ocupar el territorio circundante o las regiones que estaban bajo su influencia o sobre las rutas que convergían en la ciudad”20. En enero de 1821, Basilio García informó a Melchor Aymerich que los habitantes de la provincia de Pasto y los del Valle del Patía se encontraban preparados para el ataque de los insurgentes21; todos los habitantes de esta ciudad, su jurisdicción y provincia de los Pastos, se hallan alineados y prontos a defenderse de los enemigos22; de otra parte, el cura de San Pablo, Don Ángel Sarmiento, informaba al obispo Salvador Jiménez, y éste a Melchor Aymerich, al decir que: “ya estaba convenido con todo su pueblo a salir a batir al enemigo, y que le diese licencia para acompañarlos, —dice el obispo— como en efecto ya se la he dado: el mismo entusiasmo vecina por todo el valle del Patía”23.
De Pasto y la provincia salieron 728 hombres hacia el Juanambú, organizados y comandados por los oficiales: Pedro Tola, Juan Carcaño, Antonio Merchancano, Joaquín Enríquez, José Rosero, Estanislao Merchancano, José Polo, José Folleco, Pedro Santacruz, Ysidro Villarreal, Miguel Puente, Francisco Ibarra, Nicolás Chaves, distribuidos en las compañías Aragón, Columna Artilleros, 1ª, 2ª, 3ª, 5ª, 6ª de Funes, 7ª, Granaderos de Yacuanquer, Voluntarios emigrados, Patía y Correos24.
2. EL EJERCICIO DEL PODER Y EL USO DEL CONSENSO: “LAS CAPITULACIONES DE 1822”Desde el ámbito político, resulta importante mostrar cómo, a partir de febrero de 1821, se posibilitó la reconfiguración de una relación de poder, una relación que en principio se caracterizó y utilizó el consentimiento y aceptación de la elite local y propició la transformación de una forma particular de discurso que hasta el momento se había caracterizado por la defensa y la resistencia, para cambiar hacia un discurso con la pretensión de lograr la paz, la tranquilidad y el inicio de un nuevo orden; el cambio de una relación de poder que se había subordinado al orden colonial por la subordinación a la nueva autoridad republicana.
En esta reconfiguración del poder local, fue determinante el papel y la mediación que tanto el oficial español Basilio García como el Obispo Salvador Jiménez desempeñaron para posibilitar los acuerdos políticos entre la elite de gobierno local y el ejército republicano.
Con ocasión del paso de los oficiales republicanos Antonio Morales y José Morales por la ciudad de Pasto, para dirigirse a Quito, se evidenciaron las sospechas y la desconfianza en el pueblo, según lo señalaba el oficial republicano Antonio Morales, debido a “algunas cartas [de Sucre] cogidas a Valdés, quien anduvo muy incauto”24; con la intención de contener al pueblo, Basilio García dirigió una comunicación, en la que expresaba lo siguiente:
Los emisarios enviados por los Gobiernos españoles y de la República han
llegado a esta ciudad y me han manifestado las credenciales del armisticio
por seis meses (…)
En esta virtud descansad en el Gobierno que tiene cuidado de conservaros y
de mantener en su fuerza y vigor los derechos del Rey; y por tanto cesad de
reuniros, y retiraos a vuestras casas a descansar y cultivar vuestras heredades,
sin temor de que los enviados vengan de mala fe, pues en este caso el Gobierno
no les habría dado entrada en vuestro territorio, y antes si los habría apresado
y castigado su intriga; pero estando satisfecho de lo contrario, pues tengo a la
vista los oficios del General Murillo, que conozco muy bien, lo mismo que la
de su Secretario Caparros; en esta virtud os repito que descanséis en las operaciones
y medidas del Gobierno que en todo desea vuestro mayor beneficio
y felicidad, y en su consecuencia y garantía prometida a los emisarios han
internado en este país con sólo el objeto de la paz, demostrándolo con venir
solos y sin escolta alguna26.
Es importante señalar la contradicción de mantener los derechos del rey como una forma de tranquilizar y contener al pueblo; con la desconfianza, también empezó a generarse temor en la gran masa, en las autoridades de gobierno y en el propio ejército español.
Estos hechos no se pueden explicar al margen del poder ideológico que el clero ejercía. Desde la época colonial, este grupo social había tejido una trama de poder articulada con la “jurisdicción espiritual” a través de los curatos o parroquias. Los curas, en cada pueblo, en algunos casos subordinados al obispo, en otros dadas sus deliberadas inclinaciones clientelares con la elite de gobierno local, dirigieron la conducta de los individuos hacia la resistencia27; una vez firmada la adhesión a la República, su papel fue promover el orden, la tranquilidad y la obediencia de la población a la nueva autoridad. La característica particular de este poder estuvo en guiar la conducta, la conciencia y las ideas28, en este caso en beneficio de la elite de gobierno; se podría decir que la administración espiritual constituyó un instrumento articulador de los poderes social y político.Por su parte, la comunicación del obispo expresaba lo siguiente:
valientes y fieles pastusos:
El obispo de boca y en qué tan repetidas pruebas os tiene dadas del amor
que os profesa y de su fidelidad acendrada, se ve obligado para disipar los
temores que quizá algunos malvados e ignorantes os han infundido contra
los enviados por los gobiernos de Colombia y español para pasar a Quito a
arreglar con aquel señor Presidente los tratados de suspensión de armas, a
deciros que estos emisarios vienen de buena fe, como consta en los documentos
que nos han presentado; que su venida nos debe ser muy favorable y que
cualquier agravio por pequeño que sea que se les hiciese a sus personas nos
causaría las más fatales consecuencias; descansad en mi palabra y haced ver
que si sois valientes en la guerra, también sois generosos y urbanos con los
que vienen de paz29.
Esto permite mostrar la dinámica cambiante de esta época; de la resistencia y defensa del orden colonial se pasó a un discurso que buscaba contener al pueblo; la comunicación indica la percepción que el obispo tenía respecto a la existencia de la desconfianza en el pueblo; esta desconfianza no solo puede verse en relación con los emisarios republicanos; además, relacionada con la elite local que, de un momento a otro, después de alentar a la guerra, pretendía re-convenirlos a la quietud y al cese de las hostilidades; asimismo, el cambio de este discurso empezó a perfilar al pueblo como alterador del orden y se podría afirmar que al pueblo también se le temía.
El obispo, después de que había movilizado a la población para resistir al enemigo republicano, se enfrentaba de algún modo a tomar una decisión; dirigió una comunicación a Simón Bolívar,30 que permite ver cómo empieza a cambiar y construirse un discurso sobre el pueblo, en el que se lo identificaba como “indócil”, “perturbador de la tranquilidad pública” y responsable de “todos los horrores de la guerra”.
Las circunstancias hacían insostenible la resistencia y la carta del obispo permite ver la táctica de negociación con Bolívar; detrás de la sumisión y rendición, estaba la conciencia de ofrecerle sus “servicios”, necesarios para el proyecto republicano; en caso de que abandonara el territorio, el obispo también le ofrecía, a Bolívar, la “utilidad” de sus servicios, desde España o desde Roma. Cualquiera que fuese, la decisión no afectaría a su persona ni su integridad. Por su parte, Bolívar se mostró agradecido respecto a las consideraciones hechas hacia él, al reconocer el valor de las convicciones del religioso y, al mismo tiempo, le recordó sus deberes con la Iglesia, le expresó la solicitud de que no abandonara a las “ovejas afligidas” y prestara sus servicios al gobierno republicano31.
Así como el líder religioso había sido útil para la resistencia, a partir de esas negociaciones lo fue para continuar cumpliendo su labor y contribuir con la administración espiritual que requería la República; el mismo obispo afirmó: “cuando el Excmo Libertador se dignó visitarme y exponerme de nuevo los argumentos fortísimos que había tocado en su carta, al momento determiné volver a mi diócesis y prestar sumisión y obediencia a la república de Colombia, para poder así emprender nuevamente los trabajos de mi ministerio apostólico;32 en la carta dirigida a Bolívar le expresó: “me someto en un todo a la voluntad de V.E., y estoy pronto a permanecer en el territorio de la república, presentándole mi más sumisa obediencia, por tal de cooperar en cuanto mis fuerzas alcancen a que prospere en nuestros países el tesoro inestimable de la religión de Jesucristo”33.
El cumplimiento de esta alianza entre Bolívar y el Obispo se hizo efectivo cuando el Congreso de la República, mediante el Decreto de 28 de julio de 1823, declaró al obispo en uso de sus facultades episcopales,34 pues antes, mediante Decreto de 31 de agosto de 1821, el Congreso, después de pedirle su adhesión a la causa republicana y en vista de las enérgicas negativas del obispo, lo había sustituido y había declarado vacante el obispado de Popayán, para nombrar en su lugar a Manuel María Urrutia35.
En lo referente a la firma de las Capitulaciones, se dieron en un contexto tenso, de difíciles condiciones para el ejército español y para la población, con la amenazadora advertencia de Bolívar, que, entre otras cosas, decía:
Es por última vez que dirijo a V.S. palabras de Paz. Muchos pasos he dado para evitar a V.S., a esa guarnición y al desgraciado pueblo de Pasto todos los horrores de la guerra; pero la medida de la obstinación ha llegado a su colmo, y es necesario, ó que V.S., esta guarnición y el pueblo de Pasto entren por una capitulación honrosa, útil y agradable, ó que se preparen a vencer o morir36.
En este contexto, Bolívar reiteró la propuesta de una capitulación para los pastusos, por la cual quedaban:
Primero: Indemnizados de todo cargo y responsabilidad aquellos contra los cuales tenemos ultrajes que reclamar. Segundo: las tropas que quieran volver al territorio español serán remitidas con sus bagajes y propiedades donde quiera que gusten ir. Tercero: el pueblo de Pasto será tratado como el más favorecido de la república, y no pondremos ni guarnición siquiera si entrega sus armas y se restituye a una vida pasiva. Cuarto: el pueblo de Pasto tendrá los mismos privilegios que el de la capital de la república en todos sus derechos respectivos. Quito: Los españoles, sean militares o civiles, si quieren jurar fidelidad al gobierno de Colombia, serán colombianos, conservándoles sus empleos y propiedades37.
Tanto Bolívar como el cabildo de la ciudad reconocieron la generosidad de la propuesta; se debe advertir que la prioridad de ese momento, para Bolívar, era avanzar sobre Quito y el Perú, lo que posiblemente propiciaba una mayor disposición a capitular que a generar un desgaste militar, más necesario en la campaña libertadora del Perú.
Basilio García convocó al Ayuntamiento de la ciudad y en Cabildo abierto, del 28 de mayo de 1822, se leyeron el oficio de Bolívar del 23 de mayo y el pliego que contenía la negociación; según el Acta, se sometió a votación; el Cabildo consideró que las capitulaciones propuestas estaban “revestidas bajo del carácter más filantrópico”; sin embargo, la elite de gobierno, que ejercía el poder político local, dejó constancia de sus intereses económicos, relacionados con la conservación de sus bienes y propiedades, la garantía de las personas y bienes de la tropa veterana y vecinos de Pasto; que sus habitantes se conservaran en clase de urbanos y no se desterraran a otros lugares; la exención del pago de contribuciones económicas, la conservación de sus costumbres religiosas, el trato humano a los moradores de la ciudad, el establecimiento de la Casa de la moneda, el respeto de la alta dignidad del obispo y demás clérigos; estos acuerdos incluían al territorio del Patía; en estos términos, la elite de gobierno local expresó sus intereses particulares, su consentimiento y rendición al ejército y al gobierno republicano38.
En lo referente al documento definitivo de las capitulaciones39, resulta importante mencionar que, a través de los 11 artículos, casi en su totalidad se concedieron las pretensiones planteadas por los miembros del Cabildo, salvo dos especificaciones, contenidas en los Artículos sexto40 y décimo41. En lo referente al Artículo sexto, se añadió que “Los vecinos de Pasto, sean nativos o transeúntes, serán tratados como los colombianos más favorecidos, y gozarán de todos los derechos de los ciudadanos de la república y llevarán al mismo tiempo las cargas del estado como los demás ciudadanos de la república”42.
Independientemente de que dichos acuerdos no se hubieran cumplido, muestran los intereses de la elite de gobierno local; el origen de otro tipo de discurso, a través del cual se puede percibir la forma en que la élite republicana43 asumía el poder de otorgar derechos e imponer deberes a la población de la ciudad de Pasto, como parte de la nueva estructura de poder que el Estado, como institución, había establecido, a partir de la Constitución de 1821, y el ejercicio de una forma de gobierno fundamentado en la división de los poderes: el Legislativo44, para promulgar y derogar las leyes; el Ejecutivo45, para administrar la paz y la guerra, ejercer la soberanía y la seguridad del territorio, y el Judicial46, para administrar la justicia, resolver los conflictos e intereses individuales y castigar los delitos. Así, la rendición de la ciudad, por medio de las capitulaciones, reconfiguraba una relación de poder y constituía el inicio y origen de otra forma de gobernar, administrar y ejercer el poder en manos de los criollos, a los que anteriormente se había excluido del ejercicio del poder político colonial.
3. EL EJERCICIO DEL PODER Y EL USO DE LA VIOLENCIA: TEMOR Y ORDENLa violencia ejercida durante esta época permite articular el temor como parte del ejercicio del poder y de la sociedad pastusa:
El miedo colectivo, esa relación que la sociedad establece con miedos básicos, que reposan en los niveles instintivos de la naturaleza humana, se derivaba a la emergencia de múltiples miedos de sofisticada constitución que —de acuerdo con el desarrollo material, social o mental de las sociedades— se van materializando o desapareciendo47.
La tensión social, política y económica que caracterizó a la sociedad de Pasto durante esta época permite articular el uso de dos tipos de temor: a la muerte y a la alteración del orden social y político.
Desde la concepción más básica, el temor se define como la angustia por un riesgo o daño real o imaginario, recelo o aprensión que alguien tiene de que le sucediera algo contrario a lo que desea48, lo que deriva la existencia de múltiples tipos49, uno de ellos el temor a la muerte. Desde el punto de vista judeocristiano, la muerte encarna “la máxima expresión del miedo en el ser humano, ya que significa la culminación de su existencia y está asociada a la incertidumbre del más allá”;50 en este sentido, el papel del clero fue determinante y, desde su discurso, se puede calibrar el ejercicio del poder a través de las ideas y la producción de los imaginarios del pueblo frente a la muerte.
Entre las comunicaciones que el obispo enviaba a los curas de los pueblos estuvieron las proclamas; el mismo obispo expresó: “una de las proclamas que les mandé con las noticias de Guachi, y concediéndoles quarenta días de indulgencia por cada hora que se emplease en perseguir al enemigo e indulgencia plenaria para la hora de la muerte, invocando el dulcísimo nombre de Jesús”,51 lo que permite mostrar un fenómeno que siempre ha estado presente en el subconsciente de los individuos y de las sociedades judeocristianas, el temor individual y colectivo a la muerte.
En este caso, ejercer el poder y la administración del perdón, la culpa y alivianar el espíritu de los feligreses tenía su utilidad práctica, expresada de manera concreta en “una hora de persecución por 40 días de indulgencia o la indulgencia plenaria a la hora de la muerte en el nombre de Jesús”. Así, el ejercicio del poder sobre esos temores humanos e imaginarios tuvo un uso perverso, como parte de una estrategia calculada para guiar la conducta de la población “ignorante”, iletrada y subordinada a la aceptación de la tiranía de quienes ejercían el poder desde un orden general de dominación, con el propósito de encauzarla hacia la resistencia.
Con el inicio de la República, empezó a construirse el temor a la alteración del orden social y político desde dos dimensiones: en el pueblo, como producto de toda forma de violencia ejercida para someter, reprimir y establecer el orden, donde la elite local generaba el temor y, también, el temor en la elite local hacia el pueblo, al que se consideraba alterador del orden.
Después de la Batalla de Bomboná (el 7 de abril de 1822), Simón Bolívar envió una advertencia amenazadora a Basilio García, que permite poner en perspectiva la violencia ejercida por el ejército realista sobre el republicano, la molestia de Bolívar, la forma en que la asume, con el derecho a tomar represalias y lo que le esperaba al pueblo pastuso si no llegaba a capitular; al respecto expresó:
Nosotros tenemos derechos para vindicar las infracciones atroces que se hicieron en el armisticio de Trujillo; tenemos derecho para tomar represalias por el asesinato cometido contra el teniente coronel Simón Muñoz, ordenado por V.S., (…) la muerte de este individuo está tan calificada, que ya V.S. no tiene poder ni aun para destruir a todos los testigos del caso. Tenemos derecho para vengar el asesinato de nuestro hospital de Miraflores. La muerte de nuestros enfermos en la Cuchilla del Tambo, el capitán Ledesma y tres más de sus compañeros, asesinados después de rendidos; el asesinato vil y a otros de muchos de nuestros retrasados y enfermos que hemos visto atados a árboles y decapitados. Tenemos derecho para tratar a todo el pueblo de Pasto como prisionero de guerra, porque todo él, sin excepción de una persona, nos hace la guerra, y para confiscarles todos sus bienes como pertenecientes a enemigos. Tenemos, en fin, derecho a tratar a esa guarnición con el último rigor de la guerra, y al pueblo, para confinarlo en prisiones estrechas como prisionero de guerra, en las plazas fuertes marítimas, y todo su territorio secuestrado por cuenta del fisco. Si V.S. lo que desea es esta suerte a las tropas y pueblos de su mando, bien puede contar con ella; y si V.S. quiere evitar una catástrofe semejante, tiene que reconquistar a Colombia, o someterse a una capitulación52.
La ocupación de la ciudad, a finales de 1822, se caracterizó por prácticas violentas y brutales. Referirse a esas prácticas, a partir de los testimonios de quienes de algún modo hicieron parte de esa época, se justifica en la medida en que permite una aproximación al sufrimiento al que se sometió a la población. Una de las experiencias más conocidas es la toma de la ciudad por Antonio José de Sucre, en diciembre de 1822, sobre la que José María Obando expresó:
No sé cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el General Sucre, la medida altamente impolítica y sobremanera cruel, de entregar aquella ciudad, a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada: las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que otro negro dispusiese de su inocencia: los templos llenos de depósitos y de refugiadas, fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados en un pueblo entero que de boca en boca ha trasmitido sus quejas a la posteridad53.
El relato es claro para imaginar el sufrimiento que la población experimentó y la violencia54 que caracterizó el ejercicio del poder republicano, como una forma de castigo o represalia, anunciada por Bolívar. Todo acto de violencia y crueldad se justificó para lograr la seguridad y ejercer la soberanía en el territorio55.
El temor no solo estuvo presente en la inmensa mayoría de la población, sino también formó parte de la autoridad republicana, consciente de que la dominación del pueblo no era total y absoluta; el temor al riesgo latente de una nueva revuelta fue constante, lo que generó reacciones más violentas para someter, como lo señala Scarlett O’Phelan Godoy: “si bien la plebe era despreciada, hay que admitir que también era temida”56. El temor a la alteración del orden social y político en la ciudad se definía por la relación de la población con la autoridad republicana; el pueblo pasó a ser el alterador del orden y la elite de gobierno local, prisionera de sus propios intereses, adoptó medidas para contener a la masa que, en un momento dado, había sido su aliada.
A nivel del lenguaje es común encontrar en la documentación palabras como “revoltosos”, “facciosos”, “enemigos del orden” y, también, se identificaba el periodo entre 1823 y 1827 como la “época del bochinche y la revolución”, detalles que podrían considerarse anecdóticos y permiten identificar la producción de sentidos y actitudes respecto al pueblo.
El temor frente al riesgo de la desobediencia se expresó en las medidas adoptadas por el Cabildo a partir de 1823, que consistieron básicamente en perseguir y remitir lejos de la ciudad a los “enemigos del orden”, para conseguir la paz y la tranquilidad57. Se ordenó que los curas, en las parroquias, “prediquen la Religión Católica y exhorten a sus feligreses, a la obediencia al Gobierno, amor a las Leyes, y respeto a las autoridades legítimamente constituidas, lo mismo que al Libertador Presidente, Simón Bolívar”58; también, se los previno y encargó para que “vigilen exactamente sobre que no se introduzcan papeles seductores, entre sus feligreses, y que si alguno se introdujere, lo cojan inmediatamente y lo remitan a este Gobierno”59.
El ejercicio del poder se caracterizó por el uso del consenso de la elite de gobierno local; los miembros del Cabildo dejaron plasmados sus intereses particulares orientados a la conservación de sus bienes, privilegios económicos y las costumbres religiosas; esta negociación y rendición significó el inicio de la adhesión política dentro de una relación subordinada a la administración de la elite republicana.
Los miembros del clero cumplieron un papel fundamental, a través del poder e influencia sobre las ideas y la conducta de la población, un poder articulado con el poder político que, después de movilizar a la guerra, continuó ejerciéndose con el objetivo de promover el orden social, la obediencia y el respeto a la Ley y a la República.
Si bien las capitulaciones marcaron el inicio de una nueva relación de poder con la autoridad republicana, no significaron el fin de la guerra y se podría decir que fueron unos acuerdos distantes de la gran masa que, en última instancia, era la que había soportado y continuaría experimentando el rigor de la guerra y, mientras la violencia ejercida sobre la población aumentaba, se evidenciaba que el proyecto republicano no tenía mucho en común con el pueblo.