CARLOS GAVIRIA: EL LIBREPENSADOR
Abstract
Feliz el hombre a quien al final de la vida no le queda sino lo que ha dado a los demás Armando Fuente A.
La vida del Profesor Carlos Gaviria Díaz parece inspirada en la Ilustración y los
ilustrados del siglo XVIII, quienes le dieron vida al movimiento intelectual de los
Enciclopedistas, embrión de la Revolución francesa y de Los derechos del hombre y del ciudadano, condensados en sus tres principios luminarios: la libertad, la igualdad y la fraternidad. La Ilustración sólo blandió un arma, la razón y apeló a un medio, la educación, al considerar que si al pueblo se le educaba y se le develaba la verdad no reincidiría en los mismos errores y horrores del pasado cruel.
Carlos Gaviria a lo largo de su trasegar durante todo su periplo vital, que osciló
entre la academia y la Política, sólo apeló a la razón como arma, fulminante por
lo demás, para refutar a sus contradictores y para defender sus ideas, de las que siempre fue un militante irreductible. Siempre creyó, como demócrata integral que fue, en la fuerza del argumento y jamás recurrió ni cohonestó con quienes esgrimen el argumento de la fuerza para imponer sus puntos de vista. Y la educación para él fue su obsesión y a ella se consagró por luengos años; su cátedra no estuvo confinada a las aulas universitarias, empezando por su
Alma mater (la Universidad de Antioquia), porque siempre que daba una conferencia o participaba en paneles y foros lo hacía en ejercicio de su cátedra, ya que él nunca dejó de ser el inspirado y acucioso Profesor que conocimos desde la década de los años 70 del siglo pasado.
Carlos Gaviria fue en vida un brillante intelectual, en todo su esplendor, siendo esta la más alta escala de la condición humana, a la que sólo les es dable acceder a mentes privilegiadas como la suya. Siempre que hablaba y él era de un verbo muy cultivado y elocuente, con un enorme poder de convencimiento, ponía a pensar a sus interlocutores y cautivaba la atención y el respeto del auditorio por su bagaje de conocimientos y el arsenal de argumentos, con toda su carga de profundidad. Él, además de ser un aquilatado jurisconsulto era un aplomado filósofo del derecho, émulo de Sócrates, de Kant, de Kelsen y cómo no, de su filósofo de cabecera, el austríaco Ludwig Wittgenstein. De modo que cuando llegó a la Corte Constitucional admirable, a la que le dio vida la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, le hizo honor y le dio lustre a la misma, sus providencias al igual que sus salvamentos de voto como Magistrado son piezas magistrales que dejaron una profunda e indeleble huella y siguen siendo obligados referentes del Derecho aún allende nuestras fronteras patrias.
El ex presidente de Francia, el socialista François Mitterrand afirmó en alguna
ocasión que “la responsabilidad del intelectual es mayor que la que puede tener
un financista, un empresario o el gerente de una empresa, por una sola razón, porque influye sobre demasiadas personas”. Intuyo que fue esta responsabilidad del intelectual y su compromiso con Colombia los que lo levaron a abrazar una causa partidista, liderando el Polo democrático y aspirando a la residencia de la República. Él encontró en el proselitismo político el mejor conducto para amplificar su mensaje, siempre coherente, consistente, porque en Carlos Gaviria no se conoció la doblez o el transfuguismo ideológico ni transigió con él. Su vida toda, que fue ejemplar y ejemplarizante, también lo fue en la Política, él demostró que se puede ser político y honrado a la vez.
Él, que fue socialista a fuer de Liberal manchesteriano, predicó con su propio ejemplo que la ética es consustancial con el sano ejercicio del derecho y de la Política, que tratar de separarlos es como intentar aplaudir con una sola mano. Pero, además, era un convencido con Ludwig que “la ética no se predica, la ética se muestra” y que “la ética y la estética van de la mano”, así como también abrigaba la esperanza de que “la belleza y la verdad sean una sola cosa”. ¿Ese era su talante?
Carlos Gaviria, el libertario y el vanguardista se nos fue, pero su pensamiento
y sus ideas quedan sembrados en la mente de sus incontables discípulos y seguidores, entre los cuales me cuento, porque su legado lo trasciende, como a todos los grandes. Su erudición y su capacidad oratoria la vamos a echar de menos, pero allí nos quedan sus obras, sus escritos y sus conferencias, que seguirán siendo una invaluable fuente nutricia para las presentes y las futuras generaciones del intelecto. Carlos Gaviria fue un adelantado de su época, quien mostró su gran lucidez y sapiencia hasta la víspera de su deceso. De él puede decirse que al igual que los barcos de guerra se hundió en los piélagos del ancho mar con las luces encendidas en medio del fragor de la batalla.
Él mismo, apelando a uno de sus autores favoritos de la literatura, que era una
de sus tantas veleidades intelectuales, al lado de la música y el deporte, Jorge Luis Borges, trajo a colación en una de sus acostumbradas conferencias, esta vez sobre el mundo de la metafísica borgiana, una de sus frases metafóricas que fue como una prefiguración de lo que seguramente pasaría por su mente en su hora postrera: “el río es el río de Heráclito, que se confunde con el tiempo, que somos nosotros, con lo transitorio, con lo que pasa, con lo ilusorio”. ¡Paz en su tumba!
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